Algunos amigos creen que soy algo grande cuando les digo que las primeras películas que vi en la Cineteca Nacional fueron E.T. y El Libro de la Selva, pero fue apenas en el 92, cuando aún era muy pequeño y hacían proyecciones para grupos grandes, en este caso un Curso de Verano. Creo que fue la primera vez que fui a un cine diferente al que conocía habitualmente, olía a palomitas por doquier y en la entrada olía a chocolate.

No fue sino hasta diez años después, que regresaría por mi propio pie a ver Antes que Anochezca de Julian Schnabel (2002), desde entonces quedaría prendado a esa pequeña secta que veía todos los fines de semana que se besaba debajo del árbol, tomaba su café en la cafetería de su interior y las cientos de películas que he visto desde entonces. Me gustaba todo de la Cineteca: el cubo en el medio, los boletos diferentes, la cartelera particular, las salas viejas, bueno, nunca me agradó el sonido.

Apreciaba también que era un lugar único en el que proyectaban cosas que no podía ver en otro lado, un cine con una historia trágica a cuestas y un verdadero culto. Ahí vi por primera vez en pantalla grande 2001: A Space Odissey (1968) de Stanley Kubrick, mucho cine mexicano y algunas cosas experimentales.

Desde 2007 empezó un periplo de muestras, películas de países nórdicos o muestras abigarradas del cine de la posguerra. Vi mi primer cine oriental y le entré con fuerza a los nombres impronunciables de directores fríos y profundos. Aprendí como en ningún lado sobre la ola francesa y entendí las lógicas del cine alemán.

Casi toda la época de la preparatoria la pasé ahí, y cuando comencé a entrar al mundo laboral dejé de ir con frecuencia, aunque siempre me he dado mis vueltas. Ahora que remodelaron la Cineteca Nacional me fue irremediable recordar la primera vez que fui, las exposiciones fotográficas y la mayoría de las películas que vi. Me subí a ese barco negado de la nostalgia al que muchos puristas se subieron, y sé que cuando se quemó la primera vez surgió algo igual de importante, pero también hay algo ahí que ya no estará y es irremediable, como el paso del tiempo y la necesidad de renovación.

Apenas fue la reapertura, acudí. Aunque aún no está terminada en su totalidad veo algunas cosas que me agradan, como un número mayor de salas (conseguir boleto se convirtió en una monserga ante el aumento de afluencia), una pantalla para funciones al aire libre, los detalles del primer techo y los racks para bicicletas. Sé que esos cambios son benéficos y atinados, pero es extraño pasar por fuera y ver un estacionamiento mastodóntico.

Aún no puedo conseguir un boleto de lo lleno que está, pero como sea, la Cineteca Nacional seguirá siendo la casa de un cine que no encaja en las lógicas de las cadenas comerciales habituales, seguirá albergando a amantes con morral y a estudiantes con lentes de pasta. La Cineteca renace para albergar a los amantes de las historias visuales y la pantalla grande.

Por Ricardo Pineda (@RAikA83)

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