‘La bruja’: La hoguera de las escobas

Las raíces del horror yacen en algo más profundo y denso que la sangre misma, los estados que produce son más duraderos que aquellos otorgados por un breve sobresalto y el miedo resulta ser un agente más poderoso cuando se distiende a cuando se contrae. La bruja (The Witch, 2015), el filme de Robert Eggers que consiguió el premio a la mejor dirección en el Festival de Sundance del año pasado, esta siendo presentado como un filme de horror, pero está lejos de ser uno, al menos uno que pudiéramos llamar “convencional”.

Es más, el dilema central del filme es que su identidad esta fracturada y difusa, como la de la protagonista, la candorosa Thomasin (Anya Taylor Joy), una joven que ha sido exiliada, junto a su familia, de su comunidad a una cabaña en medio del bosque en los nebulosos parajes de la Nueva Inglaterra de 1630. Una tarde, mientras Thomasin juega con su hermano, el bebé Samuel, éste desaparece a manos de una bruja, lo cual comienza a pudrir de manera glacial y macabra, a la familia, que sospecha que Thomasin es una bruja.

Eggers se ostenta como un aplicado estudiante que ha ingerido una saludable cantidad de cine de autor que filtra a través de un difuminado crisol gris. De la austera atmósfera de Bergman (La hora del lobo, 1968) hasta los dosificados excesos de Ken Russell (Gothic, 1987). Éste es un filme más cercano a la sensibilidad europea (léase Haneke) que a la tradición de horror americano contemporáneo, como Eli Roth (The Green Inferno, 2014) o Adrián García Bogliano (Ahí va el diablo, 2010), hasta que de repente el filme pierde, en repetidas ocasiones, el control de sí mismo.

Zozobrante entre mostrar y no mostrar, decir o no decir y tensar o no tensar, La bruja intenta ser muchas películas al mismo tiempo, pero es quizás esa incertidumbre la que hace en conjunto que la cinta cohesione de una manera extraña. Cual pócima de bruja escaldufa que al combinar en su caldero una amplia y disparatada variedad de ingredientes, obtiene un resultado agudamente preciso.

Sin duda La bruja es valiosa gracias a su profusamente estudiado contexto (la brujería en Nueva Inglaterra), su visión del fundamentalismo como nocivo veneno, un elegante trabajo en fotografía y dirección de arte así como un brillante ensamble, en el que destacan Kate Dickie y Harvey Scrimshaw, pero algunas de las decisiones de Eggers no resultan coherentes con el resto de lo mostrado.

Sin embargo, hacia el final, con una jubilosa pira, el filme alza a sus brujas en un estridente golpe al puritanismo, que en lugar de usar escobas para volar, usa el éxtasis de un cuerpo desnudo. El embrujo del filme apenas inicia cuando las luces del cine se encienden.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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