El hombre del norte, o Hamlet sin camisa

Dos de nuestros colaboradores comentan la tercera película de Robert Eggers, El hombre del norte (The Northman, 2022):

@pazespa: Jorge, siento que ésta traía muy fuerte el hype y, como muchas otras en el internet, eso complica un poco la tarea de medir a El hombre del norte por sus propios alcances y no por las hiperbólicas reacciones de cierto sector del público, o la inevitable reacción negativa que acompaña dicho ciclo.

Lo ideal, creo, es iniciar por algo sencillo, ¿qué lugar ocupa Eggers en el panorama cinematográfico actual? Pregunto porque aunque hoy día existe un boom de “creadores” audiovisuales, los algoritmos y la vida en el streaming han provocado que pocos tengan esa capacidad de crear un “evento” cuando estrenan algo. La bruja (The VVitch, 2015) arrancó de manera discreta pero con el tiempo ha crecido hasta ser señalada como un clásico moderno, por ejemplo. ¿Será que en el fondo Eggers hace cine arraigado en los géneros populares y es por ello que el público conecta con las películas, aun con este aire de “elevated cinema” que le han querido colgar por ahí?

@jjnegretec: Sin duda hay pocos cineastas que en la actualidad logran colocarse como “autores” –un término que necesita ser revisado y actualizado respecto de la vieja “política de autores” francesa– y que gocen de esa “libertad” para filmar. En el caso de Eggers, creo que haces una apreciación muy precisa y justa de su trabajo, cuya claridad/transparencia para contar una historia fácilmente se pueden confundir con simpleza o, incluso, con cierta desidia o pereza. A Eggers lo veo más como un esteta que como un “autor”, lo que quiera que eso signifique. Si partimos de que su noción de estilo se basa en cierta estridencia, que equilibra la sencillez de sus narrativas, hay un diferenciador importante que ayudó mucho a cimentar su lugar en el panorama contemporáneo.

Después de El faro (The Lighthouse, 2019), el estilo visual de Eggers se hizo evidente y logró generar cierto status de “culto” (otra etiqueta que urge revisar), lo que probablemente hizo que algún ejecutivo en Universal viera potencial suficiente para darle la cantidad de dinero requerida –unos 90 mdd– para hacer El hombre del norte –que incluso bajo los estándares actuales, resulta una cifra realmente modesta–. A Eggers le interesa más la universalidad de la mitología que su vértice popular y muestra de ello es precisamente esta película, en la que todo está enunciado en términos propios de las formas mitológicas y dramatúrgicas más elementales para estilizarlas al punto que parezcan esotéricas, como muchos momentos en La bruja y en El faro. ¿Tú cómo viste el trabajo de Eggers en este sentido? ¿Esta aparente “simpleza” es una virtud o una deficiencia?

@pazespa: Fíjate que más de una vez recordé la imagen de la bruja con capa roja de La bruja, que en su momento me pareció fuera de lugar, como si su inserción acotara el intento por recrear cierta época/ambiente que se daba en la película –retomar diálogos de juicios reales, ambientación, etcétera–. Pero con los años y después de escucharlo describir El faro como una comedia de flatulencias en el comentario de la película, me han llevado a pensar que, como dices, Eggers está interesado en las formas y en entretener a la audiencia a través de lo popular. Dos intenciones más que loables viendo lo chato de algunos de los productos audiovisuales más populares del momento –pienso en Coda (2021) como buen ejemplo de esto, una feelgood movie filmada con el mismo lenguaje cinematográfico que un comercial de jamón–.

El hombre del norte llegó a cartelera y más de uno la ha definido como la gran cinta mística/entretenida del siglo, pero en el fondo es una película de aventuras… bastante entretenida, debo decir. Es por eso que veo la “simpleza” a la que refieres como un punto a favor de su trabajo, además de que es un realizador solvente en más de un sentido. Éste no deja de ser un producto de un gran estudio, con más libertad de lo normal porque Eggers ha hecho el trabajo suficiente para obtener ese beneficio. A lo que voy es, está más cerca de Los Vikingos (The Vikings, Richard Fleischer, 1958) o Gladiador (Gladiator, Ridley Scott, 2000) –dos películas que, por cierto, amo– que de algo como Andrei Rublev (Strasti po Andreyu, Andrei Tarkovsky, 1966) o el agreste e inolvidable testamento fílmico de Aleksey German: Qué duro ser un dios (Trudno byt bogom, 2013).

En el fondo este sello de cine serio –o “elevado”– que se le puso al trabajo de Eggers desde los festivales, ha permitido que personas que le tienen tirria a lo popular lo puedan discutir abiertamente sin temor a arrugar su gazné o a buscarle peros de más como sucede con algunos de los trabajos recientes de Scott, por ejemplo. Hay una recreación interesante de una historia vikinga, casi casi la representación de un cantar de gesta, como lo eran las dos partes del Anillo de los NibelungosDie Nibelungen: Siegfried, 1924; Die Nibelungen: Kriemhilds Rache, 1924–, de Fritz Lang. Incluso, no me sorprendería que de ser un éxito comercial en unos años llegue a los cines La venganza de Olga, con Anya Taylor-Joy repitiendo papel.

@jjnegretec: Y aquello que del lenguaje cinematográfico de “comercial de jamón”, ni siquiera estaríamos hablando de un San Rafael y ni de un Fud, sino de un triste Kir. Creo que tocas un punto importante al relacionar esa “sencillez” con lo entretenida que resulta la película, y aunque yo pondría a Fleischer muy por encima de Scott, creo que esas películas que mencionas comparten un sentido de aventura muy marcado, donde la intención artística es un resultado y no un precedente. En el caso de Eggers, veo que esta dicotomía de arte/entretenimiento genera una tensión que no va en detrimento de la propuesta, aunque tampoco otorga mayor beneficio. Eggers no tiene la astucia formal de Fleischer ni la versatilidad de Scott, pero esas deficiencias las compensa con una fidelidad a las fuentes de las cuales alimenta su trabajo, lo que es evidente en los rubros técnicos y de producción.

Me parece importante resaltar que la película prescinde casi por completo de efectos visuales generados por computadora y recurre más a las locaciones reales, los efectos prácticos y una forma mucho más física de filmar que otros cineastas, como David Lowery el año pasado con The Green Knight (2021), están tratando de rescatar. Sin embargo, parecen más bien nobles actos de fetichismo nostálgico que opciones factibles para que los grandes estudios sigan produciendo. Quizá por eso, la película ha sido recibida con tanta euforia por muchos aunque, desafortunadamente, la respuesta del público, al menos en su primer fin de semana, ha sido realmente decepcionante. A pesar de que existe el potencial para el boca en boca, las ventanas de exhibición se han acortado tanto que quizá en menos de un mes ya la veremos rellenando los catálogos de exhibición de algún servicio de streaming. Ojalá que no sea así, pero veo difícil que la tendencia pueda cambiar y para no estar de agorero ni jugarle a la bruja visionaria como Björk, mejor centrémonos en lo que sí podemos ver. Está también esta arista “shakesperiana” –digo, ¿“Amleth”? Come on man– que le da más lucimiento a las dimensiones edípicas de la historia y que le permite a Nicole Kidman mostrar que también puede ACTUAR (así en mayúsculas y con énfasis en la pronunciación de la letra “R”) en un impostado acento nórdico, con esa mirada perdida que me recordó un poco al gesto de la gran Mieko Harada en Ran (1985), de Kurosawa. ¿Sentiste productiva esta veta teatral o te quedaste más clavado en la textura mitológica?

@pazespa: La conexión con Kurosawa es innegable, no sólo por Ran, pienso también en Trono de sangre (Kumonosu-jô, 1958) como referentes de Eggers, quien, como el maestro japonés, ha tomado a Shakespeare y lo ha llevado a su terreno, comprobando la vigencia del escritor inglés sin perder puntos en la categoría de entretenimiento.

Como te he comentado antes, siento que pocas producciones modernas se atreven a salir de los diálogos naturalistas que el público ahora espera casi de manera automática. Aquí el asunto shakesperiano ayuda a que los diálogos sean vehículos de las emociones de los personajes –una característica de las obras de Shakespeare que a veces se pierde en las “adaptaciones”, porque algunos creadores asumen que lo shakesperiano es hablar rarito o rebuscado, como hizo George Lucas en la segunda trilogía de Star Wars–, sin caer en la simpleza/literalidad de sólo decir qué sienten.

Ahora, antes de terminar y dando un brusco giro de timón, ¿qué piensas de esas comparaciones con Mel Gibson –je je je–?

@jjnegretec: Creo que Gibson es un cineasta aún más visceral y viril que Eggers, sin mencionar que las convicciones religiosas y personales de Gibson son evidentes en cada una de sus películas. Eggers no parece ser un cineasta de convicciones más que de impresiones visuales, aunque es cierto que comparten también una afinidad peculiar por la escatología y la forma en la que a través de ella, se sella una fuerte alianza masculina (como en la escena del ritual en la que aparece Willem Defoe).

Ya habías hecho alusión a que Eggers ve El Faro como una comedia de flatulencias y quizá, en ese mismo sentido, El hombre del norte es una de flatulencias –o pedos– atoradas en el tiempo, que hacen que el güero Skarsgård esté toda la película compungido y pujando por que su venganza salga como estruendosa flatulencia que libere su alma. Quizás eso sea lo que hasta ahora ha caracterizado al cine de Eggers: hombres y mujeres que abrazan su feralidad en un esfuerzo vano para poder liberarse de lo humano y acceder a una dimensión suprahumana que se libere del sudor, los eructos, las flatulencias y la sangre.

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