‘Kingsman: El servicio secreto’: El chicle de Bond

La revitalización de los géneros para nuevos mercados ha sido una constante durante la última década en la industria hollywoodense. El rescate de la nostalgia y su posterior híper modernización ha tenido resultados irregulares en términos cinematográficos, sin ser los rotundos éxitos que los estudios esperan ni contando con la aceptación total de la audiencia. El cineasta británico Matthew Vaughn, responsable de la kinética grotesca de la saga Kick Ass (2010/2012) y la revitalización de los Hombres X en X-Men: Primera generación (XMen: First Class2011), presenta su versión de un filme de espías contemporáneo, basándose en la novela gráfica homónima Kingsman: El servicio secreto (Kingsman: The Secret Service, 2015).

La cinta nos presenta la historia de un joven, proveniente de un extracto urbano medio-bajo, llamado Gary Unwin y apodado Eggsy, quien es reclutado para un programa de entrenamiento para convertirse en el miembro de una organización secreta de súper espías británicos, cuya simbología e identidad esta inspirada en la leyenda del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda y de la cual su padre fue miembro. Sin embargo, la situación se complica cuando un villano bonachón del neibo’hood fragua un plan para reducir la sobrepoblación mundial utilizando celulares (seguramente con plan amigo e internet 4G).

A partir de esta trama, Vaughn construye una cinta que utiliza con inteligencia su recurso más valioso: la combinación de híper brutalidad caricaturesca, junto a la seca flema y elegancia de lo que aquí es tipificado como “lo británico”, particularmente su legado popular más explotado: la figura del espía creado por Ian Fleming, James Bond. Vaughn despedaza toda solemnidad y no teme envolverse con rozar la exageración y el absurdo, que abundan en la cinta, en escenas de pelea y persecución finamente construidas con un agresivo vigor, como la pelea en el bar, la orgía de sangre en la iglesia o el fugaz pero intenso escape de Eggsy de su casa.

El arma secreta del filme se encuentra, evidentemente, en su ensamble de titanes británicos encabezados por un sofisticado Colin Firth que deja el porte y la peinada estampa cuando es provocado por vulgares buscapleitos, así como el confiable Mark Strong como “Merlín”, una variación del Q de Bond, y como el líder de la organización, Michael Caine, que con hacer acto de presencia recibe su jugoso cheque.

Por otro lado, el omnipresente Samuel L. Jackson interpreta a Valentine, un villano de vis cómica que se desmaya al ver sangre y que busca completar una colección de iconos humanos. Finalmente, el debutante Taron Egerton destaca como el protagonista Eggsy con dosis de carisma y presencia suficientes para cubrir la cuota. Un desparpajo fílmico de sensibilidad adolescente que mastica ruidosamente al Bond de Fleming y a la inteligencia británica haciendo irreverentes bombas que alcanzan un gran volumen, pero se deshacen con el menor toque.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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