‘Howl’: Justicia para los Beats

¿Se acuerdan de ese capítulo Simpson del pez globo, el “fugu”? Una delicia si sabe cómo prepararse, pero letal si se falla. El eterno dilema de las biopics es ése. Las películas que sobresalen en todo momento son las que no olvidamos por pésimas o las que tienen el tino de hacer un retrato creíble y decoroso del o los personajes.

Hay dos caminos muy definidos en las segundas: están las que exageran al personaje, despojándolo un poco de la similitud en la forma para hacer un retrato fiel y creíble, coqueteando un poco con la caricaturización, llegando a lo que los actores llaman “la apropiación del personaje”. Ahí están Johnny Depp en Fear and Loathing in Las Vegas (1998, Terry Gilliam) o Javier Bardem en Before Night Falls (Julian Schnabel, 2000) como buenos ejemplos.

Pero, por el otro lado, lamentablemente hay películas que no acaban de cuajar y que aún así se quedan en la memoria del cinéfilo, como esa de Dennis Rodman o la de Madonna (ok, no), pero Control (Anton Corbijn, 2007) o la de Wilde (1997, Brian Gilbert) son ejemplos de mediano perfil, que en el afán de ser fieles a la forma del personaje quedan en una inconsistencia que da al traste con el retrato cinematográfico.

Howl, de Rob Epstein y Jeffrey Friedman (2010) es un filme que arriesga por mostrarnos a la generación beat de la segunda mitad de los 50 en Estados Unidos, los famosos padrinos de la generación hippie, quienes usaban la palabra ‘hipster’ con otro significado y sustancia. El eje emblemático de ésta es su personaje por antonomasia: el poeta Allen Ginsberg.

Aullido, título del célebre poema de Ginsber, quien compartiera notoriedad al lado de Jack Kerouac, William S. Burroughs, Lawrence Ferlinghetti y Gregory Corso, es una adaptación biográfica de una generación literaria que no había tenido una película completa en la pantalla grande. Ahora, On the Road de Kerouac es una suerte de clásico de las letras universales, y un indiscutible en la contracultura de Estados Unidos. Escribir, vagar y escuchar jazz antes era percibido de otra manera, y esta película viene a mostrarnos un poco ese contexto. Ahora, pasadas décadas, digamos que el filme se acercaría más a un trabajo mainstream e inocuo que intenta rescatar esta garra y vitalidad que posee la literatura beat.

Howl es una idea que figuraba alentadora, pero que cae en ese abismo sin fondo de la pasteurización, de mostrarnos un personaje idealizado y mitificado. La producción hecha mucha mano de la animación, una que no resulta del todo atinada, y los segmentos en los que el filme está dividido comienzan a tornarse repetitivos y no aportan mucho al ritmo y avance del mismo.

El eje de partida es el juicio que Allen Ginsberg recibió por obscenidad en 1957, con reminiscencias a las primeras lecturas en los cafés de la vida bohemia de New York, el mismo en donde Bob Dylan comenzó a probarse como trovador-guitarrita-de-palo. La fotografía cae demasiado en el cliché de la mirada melancólica; blanco y negro, imagen granulada, encuadres fuera de foco, etc. Los fragmentos rescatados de la viva voz del poeta resultan uno de los mejores aciertos de la película, pero el ritmo ancla al filme a pantano narrativo que acaba por desperdiciar los limitados, sí, pero suficientes elementos documentales con los que contó este trabajo.

Una ligera sobreactuación, la del Ginsberg de Howl; aunque decorosa sí es exagerada, un tanto impostada y ligera por parte de los actores.

Sin embargo, Howl puede funcionar como introducción a un movimiento cultural tan importante como lo fue la Generación Beat, para quienes no están familiarizados. Más allá de la película, si a partir de ésta alguien le quiere entrar a Aullido, En el Camino o El Almuerzo Desnudo, será un logro didáctico que a veces las clases de literatura o cine en las universidades no logran dar en el blanco.

Pero para los amantes de la literatura, Howl podría quedarles a deber; más allá de las bondades que unos personajes tan peculiares te dan para una historia interesante en pantalla,  Howl no se sostiene por sí misma y, a mi parecer, deja un hueco y sinsabor muy particular con esta apuesta biográfica que ni es falso documental ni ficción, que abusa de una animación de bajo perfil como elemento ornamental, que si se lo quitamos bien nos podríamos quedar con 27 minutos más o menos interesantes.

Si no te sale hacer una apropiación del personaje, puedes intentar exagerando o poniendo énfasis en aquello que te parece que te puede dar más dramáticamente hablando del personaje. Pero un guión flojo e inconexo puede hundir la buena intención, y más si se desaprovechan elementos explícitos que te proporciona el tema de tu historia.

Las biopics me parecen muy riesgosas: como directores hay que ser un tanto lejanos del fervor, ya que suele exagerarse y volver chocoso aquello que agrada del personaje o la historia. Las caricaturas de forma seria acaban dando al traste. A veces veo biopics por cierta inclinación o curiosidad por el personaje, y otras porque quien la dirige tiene una manera, si no interesante, por lo menos sí sólida de presentar una corriente con tanta “carnita” que aprovechar en pantalla. Howl sale a la cancha a jugar con uniforme bonito y unas jugadas de antología, pero sin resultados contundentes. Sin embargo, como documento, a este tipo de filmes no les va mal. Pero el hueco ahí está.

Por Ricardo Pineda (@RAikA83)

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