‘Van Gogh en la puerta de la eternidad’ y lo divino

La mayoría de las películas biográficas utilizan para su desarrollo narrativo las acciones más famosas de su personaje central, anclas para avanzar la trama. No es extraño que se eche mano de dichas anécdotas porque, al usarlas, se cubren las expectativas del público. Una película de Benito Juárez sin una escena donde obtenga su característico peinado podría ser considerada una farsa.

El artista plástico y cineasta neoyorquino Julian Schnabel siempre ha estado en la vida de otros creadores famosos o que rompen la norma. Su obra en celuloide ha estado dedicada a Jean Michel Basquiat (Basquiat, 1996), al poeta cubano Reinaldo Arenas (Antes que anochezca, 2000) o el editor Jean-Dominique Bauby (La escafandra y la mariposa, 2007), quien escribió un libro después de sufrir un infarto y quedar paralizado. Schnabel está interesado en sus vidas, sí, aunque su interés va más allá de eso, el director busca captar cómo es que ellos veían el mundo y la manera en que esto afectaba su trabajo artístico. Su nueva película, Van Gogh en la puerta de la eternidad (At Eternity’s Gate, 2018), no rompe esa línea.

¿Piensen en aquello que saben sobre Van Gogh? ¿Qué datos les vienen a la mente o flotan con mayor frecuencia en los juegos de trivia? Que se cortó una oreja, tal vez, o que uno de sus cuadros más famosos es una noche estrellada, en una de esas que era impresionista y vivió pobre porque nadie compraba sus cuadros. Son momentos que otros largometrajes sobre el pintor holandés han usado para mostrar su vida en celuloide. Schanbel lo sabe y el guión que escribió, en compañía del gran Jean-Claude Carrière (El discreto encanto de la burguesía), los minimiza por lo mismo. Están, pero en el fondo o son tratados de pasada por los diálogos de otros personajes.

El acento está puesto en la percepción de Van Gogh (sólido Willem Dafoe) y en su infructuosa búsqueda por plasmar lo divino (el mundo, la creación de dios) en sus pinturas. Van Gogh dejaba un poco de su vida en cada trazo, en cada pincelada, su estilo estaba cargado de intensidad porque no podía ser de otra forma. La cámara de Schnabel, manejada por Benoît Delhomme (El aroma de la papaya verde), nunca intenta imitar el estilo impresionista del pintor sino transmitirnos su experiencia, a la manera contraria de algo como Loving Vincent (2017).

El ejercicio de Schnabel posiblemente sea imperfecto y en ocasiones provoca darle un llegue al Dramamine, sin embargo, es en esa imperfección donde la película encuentra sus momentos más majestuosos, donde la luz nos absorbe y desborda la pantalla. Así es fácil comprender la frenética búsqueda de Dios por parte de Vincent Van Gogh. La belleza del mundo es la única creación divina que no podremos igualar.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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