Los Cabos | Día 2: la búsqueda de la identidad

La segunda jornada del Festival Internacional de Cine de Los Cabos (CIFF, por sus siglas en inglés) estuvo marcada por personajes que ven cuestionada su identidad o están en plena búsqueda de la misma. Mujeres y hombres quebrados, necesitados de hallarse porque el mundo a su alrededor no esperará por ellos.

  • Las niñas bien | Dir. Alejandra Márquez Arbella

Es 1982 y Sofía (una contenida Ilse Salas) ve su entorno colapsarse. Una crisis financiera azota el país, afectando directamente su ostentoso estilo de vida en las Lomas de Chapultepec. “No estoy acostumbrada a comprar vestidos de gala en México”, dice con preocupación la protagonista al verse obligada a entrar en una tienda departamental mexicana.

Márquez Arbella realiza una radiografía de la nación en esa etapa tan turbulenta para hablarnos de nosotros mismos, de las pantallas que hemos creado como sociedad, de lo poco preparados que estamos para afrontar la realidad cuando lo que nos hace ser lo que somos desaparece y no tenemos una red a la cuál caer.

Lo más sencillo hubiera sido que la cinta ridiculizara a sus protagonistas, un grupo de mujeres preocupadas sólo por aquello que el constante flujo de efectivo de sus respectivos maridos les provee (viajes a Europa, carros, ropa, sirvientes), a la Whit Stillman (Metropolitan, The Last Days of Disco). Sin embargo, el equipo detrás de la cinta ha encontró la manera de llenar la trama de empatía. ¿Quién soy si lo he perdido todo?

Las niñas bien está llena de pequeños detalles y guiños sobre cómo el clasismo funciona dentro de la sociedad mexicana, siempre al borde del colapso gracias a los frágiles cimientos sobre los que hemos construido nuestra cotidianeidad. Como diría Julio Iglesias, “de tanto ocultar la verdad con mentiras, me engañé sin saber que era yo quien perdía”.

  • El hombre que mató a Don Quijote | Dir. Terry Gilliam

Es complicado olvidar que el trabajo más reciente de Terry Gilliam casi le cuesta la vida, lo ha atormentado a lo largo de 25 años y no sentir algo de dicha al verlo proyectado. El hombre que mató a Don Quijote parecía una película maldita, hasta que la luz hizo su magia.

Estamos ante el propio 8 ½ de Gilliam. Una cinta que reflexiona sobre su filmografía y los costos que cualquier artista debe aceptar cuando quiere ver su trabajo concretarse, aun si eso significa perderse por siempre.

Toby (Adam Driver) es un famoso director de comerciales que se encuentra en medio de una profunda crisis creativa (y de personalidad, gracias a su actitud pinchona ante todos) filmando una pieza publicitaria en la España rural. En el lugar, gracias a la intervención de un gitano (Óscar Jaenada), recuerda sus años de juventud cuando, como recién egresado de la escuela de cine, filmó su propia y personalísima versión del clásico Don Quijote de la Mancha. Cuando lo más importante era ser un artista y no un mercenario.

La película es, hasta cierto punto, un resumen de las preocupaciones de Gilliam como cineasta y de su estilo, llena de referencias a algunos de sus clásicos –especialmente Brazil o 12 monos–, donde la locura y la realidad se mezclan hasta ser la misma cosa.

La visión de Gilliam sobre el proceso creativo cinematográfico está llena de nostalgia y un par de clichés (maldita, maldita publicidad, maldita sea), sin embargo es complicado no sentir empatía por el trabajo de un hombre que lleva la vida luchando contra el sistema y apostando siempre aquel que decide nadar contra la corriente, así tardes más de 20 años en conquistar la marea.

  • Lords of Chaos | Dir. Jonas Åkerlund

Un adolescente un poco excéntrico (Rory Culkin) decide un buen día crear el tipo de música que le gustaría escuchar y un par de años después muere consumido por los efectos de su creación. Ésa es básicamente la historia (parcialmente inspirada por la verdad) detrás de Lords of Chaos y su retrato de la génesis del black metal noruego y la banda representativa por excelencia del mismo: Mayhem.

La leyenda detrás del grupo está marcada por los excesos, la sangre y la muerte. Desde el suicidio de un miembro de la banda, hasta el fatídico destino de su líder, Euronymous (Culkin), Åkerlund no parece dejar nada afuera de su narración, sin importarle –como lo especifica al principio– si lo que va a contar fue cierto o no. Si los vaqueros de Ford se podían dar el lujo de preferir la leyenda a la realidad histórica, ¿por qué estos pálidos adolescentes noruegos no habrían de gozar los mismos beneficios?

Esta es una comedia mórbida sobre un grupo de jóvenes abrumados por su creación, necesitados de incrementar continuamente la pulsación de muerte que acompaña sus vidas. Si tu música tiene el ritmo con que avanzan los cuatros jinetes del apocalipsis, es complicado detenerse un momento a admirar el paisaje y cuestionarte si aquello con lo que te identificas no tiene más de un problema de fondo –”¿entonces eres satanista, paganista y nazi?”–.

Al final, como dice Euronymous, lo importante no es lamentarse por los que ya no están con nosotros sino disfrutar de los frutos de su existencia. Después de todo, es complicado vivir de representar a la muerte musicalmente y lamentarse por su llegada.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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