‘Hasta el viento tiene miedo’: Venganza y rebelión en el internado

En un internado regido por la mano de hierro de la señorita Bernarda (Marga López), un grupo de chicas es castigado durante las vacaciones. Mientras sus compañeras se divierten, ellas se quedarán para seguir estudiando.

Pero algo extraño sucede en la casa que habitan, un extraña presencia parece querer comunicarse con ellas. En especial con Claaaaaaudiiiiiiiiaaaa (Alicia Bonet), quien ha soñado en diferentes ocasiones con Andrea (Pamela Susan Hall), la chica que las atormenta.

Las películas de terror de Carlos Enrique Taboada son consideradas de culto en México y en el mundo. Su trabajo en el género incluye los títulos Veneno para las hadas (1984), Más negro que la noche (1975), El libro de piedra (1969) y Hasta el viento tiene miedo (1968).

Una constante de sus incursiones en el horror es el universo femenino en que son planteadas. Ya sea desde una perspectiva infantil como en El libro de piedra y Veneno para las hadas; adolescente, Hasta el viento tiene miedo; o adulta, Más negro que la noche.

En Hasta el viento tiene miedo este universo femenino es reprimido por la disciplina impuesta por la directora del colegio, inhibiendo la libertad de las alumnas –ya sea de acción, pensamiento o sexualidad–. Un control que desatará la venganza de una alumna desde el más allá.

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Valiéndose de arquetipos, Taboada construye y desarrolla la historia. Tenemos a la maestra buena onda, Lucía (Maricruz Olivier); a la estudiante matada preferida por la directora, Josefina (Elizabeth Dupeyrón); a la que está adelantada a todas en materia sexual, Kitty (Norma Lazareno); y así cada uno de los personajes vendrá a ocupar el lugar que le corresponde en el esquema.

Incluso el fantasma de Andrea, se enmarca dentro de esta serie de esquemas. Ella era una estudiante que cumplia con todas normas al pie de la letra y saca buenas calificaciones. A pesar de eso la figura de autoridad la premia negándole el permiso para ver a su madre moribunda, con el pretexto que se seguro se pondrá bien.

Durante toda la cinta se presenta ese combate entre la autoridad opresora contra aquella que es más abierta y comprensiva. Sólo hasta que un individuo logra imponerse y derrocar al sistema, el universo femenino vuelve a estar en armonía.

El juego plástico de luces implantado por Taboada es clave en este punto. Mientras la opresión subsiste, las tomas son en su mayoría de noche, aun aquellas que están ambientadas durante el día lucen apagadas, como si una niebla las cubriera. Cuando la liberación ha llegado la luz inunda el lente de la cámara, el colegio luce brillante como si las alumnas vivieran una vacación perpetua.

De esta manera el director captura, mediante una trama llena de terror, el que parece ser el mayor conflicto de cualquier adolescente: zafarse del yugo controlador de los adultos. Como dicen los Beastie Boys… “you gotta fight for your right to party”.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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