Hay frescura y un toque retro en el primer largometraje de Alonso Ruizpalacios, un choque de brío y Nueva Ola Francesa (en especial al Godard de Pierrot le fou) , además de unas ganas evidentes de rebelarse contra todos. Merecedora del galardón a Mejor Ópera Prima de la Berlinale, Güeros (2014) es un retrato sobre la juventud mexicana, en especial la universitaria, zurcido con una ambigüedad y vitalidad atípicas en una producción nacional.
Tomás (Sebastián Aguirre) es un despreocupado joven que vive en la playa con su madre, como muchos adolescentes, sus actos parecen obedecer más al azar que a un profundo análisis de conciencia. En un movimiento digno del Príncipe del Rap (The Fresh Prince of Bel-Air, 1990–1996), su progenitora decide mandarlo a vivir con su hermano mayor, Federico (Tenoch Huerta), a la capital después de la enésima travesura del muchacho. Al llegar al Distrito Federal, Tomás descubrirá que su “carnal” es uno de los tantos universitarios que viven desencantados de su vida, de la sociedad y de casi todo lo demás; asimismo, no puede ir a clases porque el estudiantado está en huelga, así que pasa los días robándose la luz de un departamento vecino, practicando trucos de magia u holgazaneando con su compañero de cuarto, Santos (Leonardo Ortizgris).
El esquema usado por Ruizpalacios recuerda a Temporada de patos (2004) de Fernando Eimbcke, donde un grupo de muchachitos y un repartidor de pizza se enfrentaban a su banal existencia y el miedo de una inerte adultez. Hasta cierto punto, podríamos decir que Güeros es una secuela espiritual del debut de Eimbcke. Los personajes crecieron y comenzaron a planear el futuro y la vida sigue viéndose gris. Sin embargo, Ruizpalacios se desmarca rápido de ese antecedente y convierte su trama en un road trip de unos jóvenes incapaces/temerosos de salir, enfrentarse al mundo y encontrar la razón de vivir.
Gracias a esa zona gris en que se mueven los personajes, el director y coguionista encuentra la estabilidad suficiente para atacar a todos los que existen alrededor de sus protagonistas. A los estudiantes de las escuelas públicas que parecen más interesados en el desmadre que en acuerdos, o los universitarios con dinero que mantienen las mismas conversaciones frívolas, a las instituciones de la cinematografía nacional que siempre hacen las mismas películas, la propia Güeros financiada por esas instituciones –”si nos van a humillar que no sea con los fondos del erario”.
Aquí nadie queda sin raspón y, gracias al humor de la historia, en ningún momento las críticas del filme se convierten en un regaño. La intención de Ruizpalacios es poner en evidencia que la generación de nuestros padres, la de nuestros abuelos, tenía el mismo objetivo: encontrar su lugar en el mundo. Nuestras quejas son las de ellos; su furia también es de nosotros. Ser adolescente es salir, a pesar del miedo, a enfrentarse con la sociedad, hallarse, aun cuando la búsqueda nos muestra que ya teníamos eso que salimos a encontrar.
Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado originalmente en el número 5 de Deep Focus.