‘Las niñas bien’ y la caída de las apariencias

Es el México de 1982 y Sofía (una contenida y precisa Ilse Salas) ve su entorno colapsarse. Una crisis financiera azota el país, afectando directamente su ostentoso estilo de vida en las Lomas de Chapultepec, la relación con su marido y sus afectos personales. Ella es una de varias mujeres en que Las niñas bien (2018) pone su mirada, un grupo donde las apariencias lo son todo y el qué dirán da forma a la vida cotidiana.

La realizadora Alejandra Márquez Abella (Semana Santa) realiza una radiografía de la nación en esa etapa tan turbulenta para hablarnos de nosotros mismos, de las pantallas que hemos creado como sociedad, de lo poco preparados que estamos para afrontar la realidad cuando lo que nos hace ser lo que somos desaparece y no tenemos una red a la cuál caer.

Todos esos temas se tocan desde una mirada femenina centrada en sus protagonistas, quienes viven una especie de ilusión llena de matrimonios por conveniencia y una dependencia casi infantilizadora de su estado marital. Podrán tener poder (o aparentar poseerlo), sin embargo, éste depende al final del hombre de la casa, aun cuando éste no sea más que un adulto/niño, escudado también en las apariencias y miedoso de afrontar la vida sin la herencia familiar.

Este punto se ve reforzado por la continua charla entre ellas donde (casi casi) su cotidiano se significa por la situación de sus maridos. Piensen en esa escena junto a la azulada alberca de un deportivo privado, donde, armadas por lentes de sol, las presentes intrigan, chismean e, incluso, pelean entre ellas sin perder la compostura o su sentido de la competencia.

Lo más sencillo para Alejandra Márquez Abella sería ridiculizar a sus protagonistas, un grupo de mujeres preocupadas sólo por aquello que el constante flujo de efectivo de sus respectivos maridos les provee (viajes a Europa, carros, ropa, sirvientes). El humor pudo acercarse a la negrura de Whit Stillman (MetropolitanThe Last Days of Disco), pero no lo hace, las acciones son las de una tragedia con apuntes chistosos, casi costumbristas. El equipo detrás de la cinta encontró la manera de llenar la trama de empatía. ¿Quién soy si lo he perdido todo?

Las niñas bien nos muestra poco a poco cómo se cae lentamente esa capa de oropel que mantiene unido todo. Al inicio, Sofía va a todos lados mientras su chofer conduce; cuando falta agua en la colonia, son las sirvientas quienes se encargan de sacarla de la alberca y ellas mismas se encargan de mantener a los niños ocupados. Conforme la crisis se agudiza, las paredes comienzan a mostrar sus fallas: uno de los choferes desaparece después de no recibir su “semana”, una de las asistentes domésticas se “regresa a su pueblo” y el jardín se llena de hojas secas, en un sutil y significativo gesto de la verdadera situación.

La cinta está llena de esos pequeños detalles y guiños sobre cómo el clasismo funciona dentro de la sociedad mexicana, siempre al borde del colapso gracias a los frágiles cimientos sobre los que hemos construido nuestra cotidianeidad. Como diría Julio Iglesias, “de tanto ocultar la verdad con mentiras, me engañé sin saber que era yo quien perdía”. Este es un país con deseos de liberarse, de vivir sin maquillaje, obligado por la crisis a aprender de nuevo cómo caminar.

Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado originalmente en Forbes México Digital.

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