63 Muestra | ‘The Square’ y ‘Hombre: el performance’

¿Cómo se construye la masculinidad cosmopolita? Sabemos que es a través de una variedad de características que la cultura occidental otorga, particularmente a través del uso de objetos de status, de un determinado código de conducta y de una posición privilegiada en la escala social, todos ellos adjudicados al “hombre blanco”. En todas las grandes urbes del mundo hay una generosa, pero limitada cantidad de estos individuos, quienes montan un enorme ego a base de apilar objetos y gestos, tal como una de las piezas prominentes en The Square, la aguda sátira del cineasta sueco Ruben Östlund que se hizo acreedora a la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes.

Captura de pantalla 2017-11-15 a las 10.28.54 p.m.

La pieza en cuestión es una pila de pupitres al borde del colapso que forma parte de la colección de la discretamente ostentosa galería de la cual el flemático Christian (Claes Bang) es curador principal. La mentada “obra” es completada por el sonido de la fricción de los pupitres que culmina en aparatoso derrumbe, pero los pupitres permanecen en su lugar, fijos en su inminente colapso. La primera aparición de tan representativa pieza es cerca de la mitad de la película, cuando la periodista norteamericana, Anne (Elisabeth Moss), después de haber tenido incómodo sexo con Christian y pelearse por un condón usado, trata de quebrarlo con un análisis de su comportamiento, buscando poner en evidencia la fragilidad de su masculinidad.

Esa pareciera ser la misma postura que Ruben Östlund toma a lo largo de los 142 minutos de la película, con importantes digresiones para hacer comentarios sobre el mundo del arte contemporáneo y las nociones de “solidaridad” y “ayuda” en épocas contemporáneas y en sociedades juzgadas como egoístas y mezquinas. Al igual que en su película anterior, la lograda comedia negra Fuerza mayor (2014), Östlund presenta la endeble estructura que sostiene el orgullo y ego masculino burgués, que así como el arte contemporáneo que puebla las galerías más sofisticadas del mundo, es más faramalla que sustancia.

Christian es profundamente narcisista, ignorante y hasta cobarde, pero ante los demás sobresale su carisma y elegante estampa, lo que permite a la película explorar ambas facetas del personaje usando destellos buñuelianos (El fantasma de la libertad, 1974), ideas sobre la abrumadora desigualdad social incluso en un país tan “igualitario” como Suecia y una puntual denuncia sobre el bruto sensacionalismo mediático, responsable en medida significativa de las olas de violencia xenofóbica y los crecientes brotes populistas en naciones como Reino Unido, Estados Unidos y Francia.

Hombres: el concepto.

A primera vista, pudiera parecer que The Square es demasiado larga y fragmentada, con precisos apuntes sobre varios temas, pero en una inspección más cercana, el eje central es Christian y la exposición que da título a la película se convierte en un espacio vedado para todos sus personajes e incluso para la propia película, cuya obra más memorable no es, ni de cerca tal santuario geométrico, sino un performance en medio de una opulenta cena a cargo del brillante Terry Notary (Rocket de la saga de El Planeta de los Simios) cuya naturaleza lúdica gradualmente se convierte en algo intimidante y finalmente aterrador para una sala llena de hombres como Christian: grandes egos, grandes carteras pero nula humanidad, como los absurdos montículos de polvo que se exhiben en otra ala de la galería como el más elevado arte.

Para Östlund, tanto en su persona pública como en sus películas, la masculinidad es una colección de vanidad y orgullo, amparada y protegida en los espacios más seguros del elitismo urbano, pero destruidos por el mundo más primitivo, sea una abrumadora avalancha o un hombre actuando como un salvaje mico. Ser hombre es, entonces, un acto meramente performativo que elude lo humano, relegándolo a un rectángulo neón de diminutas dimensiones.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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