“Filmar el misterio”: Una entrevista con Bruno Dumont

bruno2

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

En una cultura obsesionada con la claridad, el arte más sutil, el del cine, se ve restringido por una poderosa aversión al enigma. El cine que habla con imágenes, con sonidos; que recoge la realidad en vez de fabricarla, se topa con el desdén de la taquilla, y aun así, el cineasta francés Bruno Dumont, heredero estético de Robert Bresson, se niega a filmar sólo cuanto esté preparado. “No es lo que me interesa”, nos comenta. Su obra se basa en capturar, más que en crear un discurso.

En la cinta más reciente de Dumont, Camille Claudel 1915 (Camille Claudel 1915, 2013), el encierro de la gran escultora francesa que amó a Auguste Rodin y le regaló su cordura se expresa inevitablemente en palabras, pero nada nos comunica su dolor como su percepción y su acción, comunicadas intensamente por la imagen, por el sonido. En una escena muy expresiva, una paciente del sanatorio mental donde Camille está recluida azota una cuchara de manera repetitiva hasta que desespera a la protagonista, quien sale al patio a encontrar un poco de paz. Esta secuencia, explica Dumont, no fue algo previsto, fue algo que no se planeó. “El cine finalmente no es una ciencia, es una máquina para hacer poesía; es poesía realmente”.

Creyente en la expresión de la verdad como un misterio, desde La vida de Jesús (La vie de Jesus, 1997) hasta Fuera de Satán (Hors Satan, 2011) Dumont ha compartido una visión de la que el espectador es el único juez, pues el director no pretende crear un significado específico, sino retomar las ambigüedades de lo real. “Lo que quiero filmar es el misterio. En las películas uno se tiene que detener en un momento dado, puesto que no hay respuestas a preguntas que no nos pertenecen”.

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

En Camille Claudel, Dumont se refrena de criticar o explicar el misterio de su protagonista: ¿Quién le hace más daño, Rodin o ella misma al aferrarse a su pasado con él? “Lo que me interesaba”, revela el director, “era hasta qué punto la relación con Rodin le afecta a Camille Claudel, pero también ver que ella es una mujer con su propia personalidad. No se trata de tirarle la piedra a Rodin o a Paul (Claudel, el hermano de Camille) o a nadie. Finalmente no sé cuál es el misterio. Lo puedo sentir, puedo percibir que hay algo (…) La película muestra al personaje para regresar a estas preguntas que tenemos, y ya; eso es todo”.

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

En efecto, Camille, a quien interpreta Juliette Binoche con una maestría que va de una desesperanza muda a la explosión emotiva, es compleja y puede expresar ternura a las pacientes cuyas incapacidades trascienden la esquizofrenia que ella sufre, pero su condición y su furia también la hacen capaz de desdeñarlas. El retrato tanto de Camille, como de su hermano, el escritor Paul Claudel, es compasivo y equilibrado; se basa en quienes fueron, más que en cómo los percibe Dumont, quien describe a Camille como “una estrella de la escultura” que requería de otra estrella, Binoche, para interpretarla.

Pero ni la celebridad o la habilidad de Binoche podrán separar a la audiencia de su importante rol en recibir este misterio y entenderlo de acuerdo con su experiencia. El cine de Bruno Dumont es místico y abrumador, y por ello no puede existir solo; necesita ser apreciado, desenmarañado, incluso. No es un trabajo donde la claridad se establezca como una virtud, sino como un estorbo en el diálogo con los espectadores.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

    Related Posts

    IFFR 2022: Juego de miradas
    Las 100 películas de la década
    Diarios de Cannes – Día 4 y 5
    Unas postales del 9º FICUNAM
    Diarios del FICM – Cancionero fílmico
    Los otros Cannes – primera parte

    Leave a Reply