FICM | ‘Mange tes morts’: Parentesco caníbal

Las minorías parecen vivir un proceso de aculturación muy delicado que contempla los ideales reinantes bajo la lente de sus propios códigos culturales, una adaptación constante que exacerba ciertas conductas en pos de la sobrevivencia. El cineasta francés Jean Charles Hue se ha insertado hábilmente en el mundo de los gitanos, particularmente de los yéniches, pertenecientes a un grupo étnico semi-nómada y de ascendencia alemana, presentando una hosca radiografía que hace un uso notable de la sobada frontera entre ficción y realidad.

Después de insertarse en el mundo gitano con La BM du Seigneur (2010), su debut fílmico con autenticidad y más testosterona que las divas anabólicas de 300 (2006), Hue regresa a la comunidad que nos presentó en este sólido trabajo que podríamos tildar como adrenalina etnográfica, para mostrarnos la historia de Jason Dorkel, quien a sus 18 años está a punto de celebrar su bautismo cuando su medio hermano Fred regresa después de estar 15 años en le tambo. Es así que junto con su hermano, Michael, un temperamental joven y un primo cristiano activista se enfrascan en la búsqueda de cargamentos de cobre para hacer algo de dinero.

Hue, miembro de la comunidad gitana, presenta a sus personajes bajo una perspectiva honesta y carente de juicio o compasión empática; se decanta por presentar una historia cercana a las realidades que vive una comunidad de la cual se conoce poco por estos lares, pero más allá de la folkorización, Hue se confirma como un agudo narrador y observador de códigos de conducta eminentemente masculinos, que encuentran en el ritual religioso un paralelo a un rito iniciático que confirma la hombría espiritual y la virilidad física como instrumentos de identificación cultural.

Mange tes morts toma los mitos de la pertenencia en un sistema cerrado y un cierto sentido de predestinación cultural y los pone al servicio de una ágil y radical ficción. Un proceso de destrucción seguro que se alimenta de las costumbres y temperamentos de los antepasados, incapaces de fomentar y germinar el cambio, ya que si se cambia, se destruye. El único alimento que permite continuar son los huesos de nuestros padres, exhumados de la tierra y digeridos por el presente.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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