‘A los ojos’: La fábula tremendista

Es innegable que a Michel Franco le gustan los temas fuertes, esos que sacuden al público y lo dejan “pensando”. En su ópera prima, Daniel & Ana (2009), el incesto forzado y posterior desmoronamiento mental de dos hermanos era el eje central; para su siguiente trabajo, Después de Lucía (2012), el bullying y la venganza tomaron la tarima. Su nuevo largometraje, A los ojos (2013), borda su trama alrededor de la vulnerabilidad de los niños de la calle, la drogadicción y el conflicto entre ayudar al otro o beneficiarse.

Codirigido por su hermana Victoria –quien se encargó de los segmentos documentales–, el largometraje contiene un conflicto moral interesante: una asistente social (Mónica del Carmen, la de Año bisiesto) tiene un pequeño hijo a punto de quedarse ciego, y en la azotea de su casa mantiene escondido a un adicto, Benjamín, un joven olvidado por las instituciones y la sociedad. ¿Qué hará? ¿Utilizará a Benjamín para salvar a su hijo o hará lo correcto en demérito de su chamaquillo?

El mayor pecado de A los ojos es la poca visión para desarrollar la historia principal. El planteamiento es atractivo, sin duda, no así su resolución ni tratamiento. Como es su costumbre, Franco se recarga en un estilo que busca distanciar al espectador de la manipulación emocional del melodrama clásico, haciendo eco de directores como Michael Haneke.

Pero el mexicano no es el maestro austriaco. La resolución de A los ojos es predecible desde el primer acto de la película, en parte porque se privilegia el shock, por encima del crecimiento de los personajes. Esta fábula no quiere enseñar, sólo sacudir con su tremendismo. La distancia tomada ante el tema termina por convertir todo en algo plano y parco. Poco atractivo para el público masivo.

Sí, resulta doloroso, incómodo, ser testigo de la situación en que viven los niños de la calle y la ambigüedad de las situaciones presentadas. Pero no hay resonancia emocional. A los ojos deja el mismo sabor que un capítulo de La rosa de Guadalupe, sin el valor camp, condenando al largometraje a las clases de orientación vocacional o a las juntas de los grupos de concientización social.

Si ese era el objetivo, lo lograron.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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