‘Éxodo: Dioses y reyes’: La plaga del orgullo

El cine bíblico no ha podido capturar el auge que vivió a finales de la década de los 50 en Estados Unidos, cuando una oleada conservadora se mezcló con los valores de producción más opulentos del sistema de estudios, a la postre lustrosos instrumentos de propaganda y de poderío simbólico que desplegaban todos los valores del cristianismo llevándolos a un chapucero dramatismo histriónico, excesivamente preocupado por la adición y menos por la profundidad.

De aquellos días, que nos son gentilmente refrescados cada Semana Santa, testifican filmes como Los diez mandamientos (The Ten Commandments, 1956), del megalómano productor/cineasta Cecil B. DeMille, que con su lenguaje formal anclado en el cine mudo y cuya pomposa grandilocuencia parece haber sido disecada y desacralizada en el más reciente filme del dispar cineasta británico Ridley Scott, Éxodo: Dioses y Reyes (Exodus: Gods and Kings, 2014), el cual, como el filme de DeMille, plasma la célebre historia bíblica de Moisés y Ramsés bajo una perspectiva que se aleja de la pontificación moralista, pero cuyos esfuerzos son sepultados por una dirección terriblemente errática en muchos aspectos.

Scott presenta una versión que se apega más a la historia original de la Biblia, haciendo en la primera parte énfasis en el conflicto entre Moisés y Ramsés, interpretados por Christian Bale y por Joel Edgerton, lo cual fue objeto de nimia controversia, quienes son presentados como destacado estratega militar y como mediocre heredero del trono, respectivamente. A pesar de contar con más de dos horas de duración, en el filme la rivalidad fraternal es simplemente expuesta, mas no profundizada más allá de la envidia, en un intento por favorecer el espectáculo de paneos que ostenten un diseño de producción de profusos y obsesivos detalles que evocan la vulgar majestuosidad de aquellos presentados en la Cleopatra (1963) de Mankiewickz, una de las perlas más representativas de la corona de Fox y el sistema de estudios.

Exodus

El espectáculo visual de Éxodo: Dioses y Reyes sólo termina por emocionar muy poco más allá de algunas secuencias, particularmente en la sombría representación de las diez plagas que azotaron Egipto, comenzando con un ferozmente bello ataque de caimanes, hasta el cuadro de un prístino caballo blanco a punto de ser devorado por el Mar Rojo. Por otro lado, las escenas de batallas se aprecian genéricas e inertes, palideciendo con aquellas mucho mejor logradas del Gladiador (Gladiator, 2000) del mismo Scott, además de estar superfluas al giro que Scott toma sobre la historia.

El desempeño actoral también denota un trabajo inacabado y realmente desgarbado, comenzando por Christian Bale, quien no encuentra una característica o rasgo distintivo para su encarnación de Moisés, alejada de la bravuconería mesiánica campy de Charlton Heston, terrible pero memorable. Bale y Scott eligen mostrar a un Moisés que, de manera similar al Noé de Aronofsky y Crowe, parece sostener diálogos con Dios, en este caso un insolente y voluntarioso chamaquito de 11 años, anclados en una aparente esquizofrenia, sembrando escéptica duda ante la convicción religiosa, una idea interesante, mas no original, que termina tropezando con incongruencias.

Ni qué decir del Ramsés de Egderton, inexpresivo y totalmente rígido, o de John Turturro como Seti, forzando un acento inglés que lo hace sonar como si tuviera una embolia. Amén del enorme desperdicio de los talentos actorales de Ben Kingsley, Aaron Paul, Behn Mendehlson y especialmente Sigourney Weaver, la mayoría de los cuales son limitados a simplemente reaccionar, no participar, y cuyos diálogos y escenas en la cinta apenas llegan a los diez minutos, lo mismo que dura la representación del Éxodo en la cinta, donde la orgía del desierto y la elaboración de las tablas son apenas mostradas. La última hora y media de Los diez mandamientos se condensa en apenas 15 minutos.

Desagradable y desaliñada en su opulencia, pueril en su conflicto y errada en su representación, Éxodo: Dioses y Reyes representa uno de los resbalones más pronunciados en la carrera de Scott, quien después de la fenomenal, más envilecida El abogado del crimen (The Counselor, 2013) y de la fállida pero visualmente sublime Prometeo (2012), parece necesitar un tiempo fuera para buscar una nueva orientación estética y ética, reivindicar su nombre, tan lapidado y denostado en los últimos años. La imagen de Ramsés con llagas en la cara, langostas sobrevolando su cuerpo y la oscuridad descendiendo sobre su otrora poderoso reinado parecen ser la imagen del mismo Ridley Scott, petulante, orgulloso y necio aun en la peor de las calamidades.

JJ Negrete (@jjnegretec)

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