En la película mexicana Crónica de un desayuno, de Benjamín Cann (2000), hay una escena, interpretada por el aún entonces niño Miguel Santana (Teo), en la que él se encuentra en la calle con su hermana para decirle más o menos lo siguiente: “te has puesto a pensar que no hubiera nada, que dejáramos de existir, o los marcianos nos atacan y que no quedara nada, pero así nada… ¿qué harías?”. En términos sencillos, y amén de lo burdo de la referencia, el ser humano ha ido plasmando su inquietud en torno al final del mundo de una manera u otra a través del celuloide. Los intentos no han sido menos apocalípticos ni extravagantes en la filmografía de la humanidad entera.
El comentario viene a referencia para hablar de Melancholia, penúltimo trabajo filmográfico del siempre controvertido cineasta danés Lars Von Trier, quien se metió con el tan sobado tema para darle un pequeño giro a las historias apocalípticas, mostrándonos una película un tanto más enigmática, precisamente como su nombre lo indica, melancólica, y a su vez más profunda, dando una obra a mi parecer más fuerte y avasalladora que otras películas llenas de efectos rimbombantes y apocalipsis inminente por fuerzas externas.
A diferencia de otros trabajos filmográficos que abordan el fin del mundo, el del director en Melancholia es un ensayo fílmico que hace énfasis sobre aquella pregunta que se hace ante un posible cataclismo que arrasará con toda existencia física, una interrogante que se aleja de la tragedia material, el dolor y las explosiones sin revocamiento: ¿qué pasará cuando todo esto deje de existir? ¿Qué pasará con nuestros seres más queridos?
Como muchos saben, Melancholia aborda la historia de dos hermanas de clase acomodada, interpretadas por Kirsten Dust y Charlotte Gainsbourg, en la que la colisión de la tierra con otro planeta llamado Melancholia se va develando poco a poco para mostrarnos dos puntos de vista a la hora de afrontar el hecho: por un lado se encuentra Justine (Kirsten Dust), quien posee un atípico padecimiento que pareciera ser una profunda depresión mezclada con cierto poder visionario de lo que va a suceder (hecho que jaloneó a más de un crítico acérrimo del filme), y por el otro está Claire, quien al saber la noticia no puede asimilar el hecho y de a poco se va llenando de un profundo terror y paranoia que la destrozan por completo ante la impotencia del final.
Más allá del pánico ante el apocalipsis y la llegada de fuerzas de latitudes desconocidas, Melancholia se inclina hacia la sencillez (que no simpleza), de ver lo difícil que es sobrellevar la espera de un final sin mañana, hecho que no deja demasiado tiempo para redireccionar sobre nuestros actos y manera de ver las cosas, pues es una cuestión filosófica que el ser humano lleva haciéndose por siglos, poniendo en relieve el objeto de nuestras posturas y hábitos como occidentales. La conciencia de muerte se acorta para vernos a nosotros mismos como entes vulnerables que quedan a la intemperie y en una etapa más desfavorable que el resto de los habitantes naturales de la tierra.
Lars Von Trier ha dicho sobre Melancholia, en más de una ocasión, que es su respuesta a Sacrificio (1986) de Tarkovsky. Más allá de si la película es o no un fiel homenaje a la última película del célebre cineasta ruso, y de todo el ruido semántico que se gestó a partir de las aseveraciones del danés respecto a que Hitler era una buena persona, Melancholia destaca por sí sola por su sublime belleza en cuanto a la imagen y por la manera de tratar un tema que habitualmente tiene sus más fieles correligionarios en los filmes más extravagantes y taquilleros de Hollywood. A mi parecer, Melancholia es una película que acerca más al espectador hacia el tema, cuestionando de forma contenida la lacónica permanencia del humano sobre la tierra.
Dentro de la tragedia y el drama extremo de la humanidad misma, Melancholia guarda en su mensaje más interno ese dejo de extraño preciosismo y tristeza por el capítulo final del mundo como lo conocemos hasta ahora. Lars Von Trier no es menos cruel que en sus otros trabajos al mostrarnos que justo ahí donde las cosas ya no tienen solución es donde se puede encontrar lo más cercano a la ternura, la belleza y el sentido más primigenio de la espiritualidad humana, fuera de toda abstracción humana, llámese religión o asideros existentes en el mundo de lo llanamente físico.
Por Ricardo Pineda (@RAikA83)