En Les fantômes d’Ismaël, película de apertura del Festival Internacional de Cine de Cannes, el cineasta francés Arnaud Desplechin propone una estructura fílmica ambiciosa: usar la narrativa como retablo para poder pintar sobre ella impresiones, ideas, imágenes, asociaciones e incluso otras ficciones, con el estilo de Jackson Pollock, icono del expresionismo abstracto, que es citado en el último acto de la película a modo de justificarse a sí misma.
Les fantômes d’Ismaël nos presenta a Ismael (Mathieu Almaric), un cineasta en parálisis creativa que se refugia en la escritura de sus terribles pesadillas, además de vivir un cálido romance con Sylvia (Charlotte Gainsbourg), astrofísica de gesto tenue y velada sensualidad. Sin embargo, la crisis de Ismael se verá acentuada por el regreso de Carlotta (Marion Cotillard), su esposa que había estado desaparecida, e incluso tomada por fallecida, durante décadas.
Tomando este triangulo y sus conflictos como un retablo, Desplechin intercala la película de Ismael, una suerte de biopic portagonizado por Louis Garrel sobre Ivan Dedalus, espía en ciernes de la mítica Quai d’Orsay y hermano del cineasta ficticio cuyo apellido esta presente en otras obras de Desplechin (Comment je me suis la vie sexuelle dispute, 1996; Trois souvenirs de ma Jeunesse, 2015), lo que abona a la construcción de una especie de saga fílmica en la obra de Desplechin.
Si en su película anterior, Trois Souvenirs de ma Jeunesse (2015), Desplechin emulaba la escritura de Proust, aquí parece tomar como modelo las novelas de Umberto Eco: narrativas que están plagadas de objetos y referencias que van de la conexión entre pintura renacentista y el pintor holandés Van Eyck, pasando por el uso de íconos del cine francés como Lazlo Szabó (Made in USA, 1966), hasta citas musicales de Marnie (1964) y visuales de Rebeca (1940), ambas de Hitchcock, lo que crea una elegante maraña de ideas que no carece de interés pero que opaca el conflicto central de la película.
Al querer encontrar un punto de unificación, la película termina por sentirse inconexa, desbalagada e incluso distante de su triángulo central, finamente actuado por la sólida tercia de astros galos que llega a tener momentos memorables, como la hipnótica danza de Marion Cotillard al son de Bob Dylan.
La película demuestra que un fantasma es capaz de moverse con sigilo y elegancia, pero al pintar carece, no de técnica, sino de precisión y claridad.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)