MUBI Presenta: ‘Rompiendo las olas’ de Lars Von Trier

A estas alturas de la vida y de los cineastas daneses ninfómanos e incómodos, resultaría un lugar por demás sobado afirmar que Lars Von Trier es un director transgresor, que lleva casi siempre en sus películas un tratamiento ambiguo y siempre cuestionable sobre los valores y símbolos hegemónicos del ser humano. Sin embargo, hubo un tiempo en que el director de Antichrist (2009) no sólo fue brutalmente crudo e incisivo, sino que sí le dio un giro de tuerca refrescante, genuino a temas tocados hasta el cansancio dentro de la tradición fílmica universal. Uno de esos casos es Breaking the Waves (1996), primera parte de su trilogía del “Corazón Dorado” (las otras dos son la afamada Dancer in the Dark y The Idiots, aunque muchos se debaten por Dogville como la tercera que mejor amarra la triada), en donde el director danés hace énfasis en la bondad humana y sus consecuencias más cruentas.

Uno de los elementos recurrentes dentro de la filmografía de Von Trier ha sido el señalamiento de las barbaries inhumanas cometidas en nombre de la Iglesia y el amor a Dios. Su crítica al fanatismo desmedido y a las consecuencias de ver el mundo de forma polarizada (la lucha eterna entre el bien y el mal) ha sido por demás aguda, acarreándole no pocas diatribas de todos lados; actores, críticos y, por supuesto, los sectores más conservadores del público no han perdido la oportunidad de tildar al danés de exagerado, misógino, despiadado y resentido.

Breaking the Waves (en español Rompiendo las olas o Contra viento y marea) es la película con la que Von Trier hace de la polémica su impronta y patente habitual, también la que lo pone en el reflector como un cineasta sólido y bien definido. La lectura que suele darse a Breaking the Waves es la del “amor a pesar de todo”, idea que si bien sí se encuentra presente en el filme, tiene un contexto más complejo, cruento y oscuro.

La actriz británica Emily Watson (Dragón RojoAnna KareninaEl Cadáver de la Novia) debuta en Breaking the Waves, interpretando a Bess McNeil, una inocente y ultradevota mujer habitante de un pequeño pueblo a orillas del mar, al norte de Escocia, en donde impera el calvinismo, corriente teológica protestante que tiene entre sus principales particularidades un papel preponderantemente patriarcal y sumamente puritano. Dios manda y el consejo eclesiástico rige el presente y futuro de los habitantes de la comunidad.

Bess es sumamente tierna y en extremo bondadosa (demasiado). Al inicio se percibe relativamente feliz con su amor hacia Dios, lo que solemos decir arrebatadamente con frecuencia “un buen cristiano” (un buen protestante, para no faltar a la precisión), aunque detrás de su desbordada pasión al Señor y su “alegre” padecimiento se encuentra un drama de vida que adereza y le da sentido al personaje: en el pasado, Bess fue hospitalizada por una crisis derivada de la muerte de su hermano, provocándole un trastorno de personalidad en el que Bess desarrolla un “diálogo” muy cercano con Dios; ella habla de forma tímida y temerosa, al tiempo que es interpelada (por ella misma) por el Señor, uno muy severo y represivo.

La vida de Bess da un giro luminoso cuando un extraño se enamora repentinamente de ella. Es Jan, quien trabaja en una plataforma petrolera en la cual tiene que estar la mayor parte del tiempo en el mar. El consejo eclesiástico se reúne para autorizar la boda de Bess a regañadientes, en buena medida por el intempestivo, ateo y vulgar prospecto, pero también porque perderán a un soldado fiel de la Iglesia, una mujer ideal que cumple con su papel sumiso y en extremo servicial: Dios lo es todo.

Pese a las diferencias, el dolor y las vicisitudes sociales, parece que Bess es feliz, atesora con amor y dulzura lo bruto de su marido, sus ronquidos y alegre alcoholismo, sus amigos bruscos y trogloditas, así como su papel de ama de casa fiel. Sin embargo, la presencia flamígera y siempre cuestionadora de Dios no se desvanece; al contrario. Bess y Jan intentan una vida en pareja como pueden, con un despertar sexual por demás tardío, jovial y novedoso para ella. Todo es designio del Señor.

Al poco tiempo, Jan sufre un accidente en la plataforma, que lo deja paralítico. La desesperación de él lo lleva a presionar a Bess para que tenga relaciones con otros hombres y le cuente a Jan. No sabemos si porque a él le provoca placer o para no privar a ella de la plenitud carnal. Bess, evidentemente culpable y reacia al principio, accede y nota que su marido mejora considerablemente, relacionando el sacrificio con la recompensa. De a poco, Bess se ve inmiscuida en una vorágine de prostitución temprana que la acerca a la violencia y brutalidad de los hombres de la comunidad, provocándole confusiones y señalamientos desde todos los frentes, sobre todo el de Dios y sus fieles seguidores doblemoralinos, quienes no perdonan ni tantito, orillando a la protagonista a la muerte.

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Hasta el día de su funeral, Bess es tratada como “puta malcriada”, y Jan, simple mortal, es el único que decide dar una despedida digna a su amada, arrojando el cuerpo al mar y poniendo en lugar del féretro sacos con arena. Al final, en el mar, suenan campanas en el aire provenientes, ¿del cielo?, acentuando una alegoría que más que religiosa resulta honestamente espiritual.

En Breaking the Waves, Lars Von Trier recurre a distintas prácticas discursivas que juegan entre el estilo “real” y la ficción, que tanto intentaba en ese entonces el “Coronel Dogma”, como cuando Bess ve directamente a la cámara, para generar quizás una ambigua complicidad con el espectador, misma que puede romperse también para aligerar la densa alegoría con la realidad a la que refiere, y que aún existe en muchas regiones de provincia.

La bondad extrema es puesta en tela de juicio: ¿hasta qué punto es pernicioso ser enteramente bueno? Así también entra en debate el extraño amor que se profesan Jan y Bess, sobre todo en las adversidades. La historia remata, contada al estilo Von Trier: capítulos y epílogo, con ese énfasis en la espiritualidad misma como escape, catarsis o liberación ante la crueldad terrenal. Dios es en ocasiones una necesidad malsana para el ser humano, un vehículo de control y represión, sí, pero a final de cuentas también es un asidero cuando el entorno mundano es insoportable.

Con Breaking the Waves, Lars Von Trier encaja la mandíbula sobre la yugular de la Iglesia y la doble moral del ser humano, al tiempo que entrega una flor extraña, un susurro de paz y candidez humana que puede ser una suerte de aliento para el desesperado y confundido de sí mismo. Pese a ser un cineasta difícil, controversial y para muchos chocoso, con Breaking the Waves Lars Von Trier registró un trabajo que quedará de pie como una de sus películas más definidas y loables, convirtiéndolo en cineasta obligado.

Por Ricardo Pineda (@Raika83)

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