‘El planeta de las mujeres invasoras’: Las curvas de la ciencia ficción nacional

El cine mexicano ha incursionado en todo tipo de géneros cinematográficos a lo largo de su historia. Lo ha hecho con varias características especiales que lo hacen casi único en su forma de comportarse, siempre como un descendiente directo de la industria vecina más cercana, pero con una serie de recursos y atributos que lo hacen casi único en espíritu. Quizás en el cine de horror y en el de ciencia ficción estén los ejemplos más claros. Ninguna película del mundo se ve como El vampiro y el sexo o como cualquier producto de los de René Cardona porque la adaptación de esos géneros en el cine mexicano es particularmente especial.

En la década de los 60, personas como Roger Corman, detrás de cámaras, y Vincent Price, frente a ellas, hacían películas que marcarían un punto importante dentro de la cinematografía de esos géneros. En México, la industria hacía lo propio con una gracia particular. Mientras el mundo entero tenía en sus ojos Fahrenheit 451, aquí se proyectaban películas de una calaña mucho más exótica, como Arañas infernales o La isla de los dinosaurios, en donde el tratamiento de la ficción era más bien una oportunidad para el delirio de sus posibilidades que un lugar para crear hipótesis llenas de seriedad.

El planeta de las mujeres invasoras forma parte de esa estirpe y se incluye en ella con brío. Su tratamiento es atinadamente plausible y con una gracia que la pone de inmediato en la misma división que otras películas como las mencionadas. Para cuando se filmó, su creador Alfredo B. Crevenna contaba ya con una extensa carrera en el género que no podría ser otra cosa sino un acertado ejercicio de ciencia ficción. Carente tal vez de técnica al momento de filmar y de clara visión al momento de posicionar la cámara, la cinta cuenta con un universo que se sostiene de sus propias reglas. La ley más básica de la ciencia ficción en cualquier forma de representación.

Su premisa se presenta casi de inmediato: un grupo de mujeres de otro planeta secuestra seres humanos de la Tierra para experimentar con sus cuerpos. Y sus limitaciones comienzan a mostrarse: las mujeres no tienen alma, sus pulmones no soportan el oxígeno de la Tierra, el Sol de aquel planeta provoca ceguera y varias más que se recitan conforme avanza la cinta. Crevenna sigue sus leyes al pie de la letra y los personajes involucrados también. Es entonces cuando la exploración de posibilidades comienza.

No es sorpresa, entonces, que sólo las armas nucleares puedan servir como defensa de los terrícolas ante la maldad de esas mujeres de cuerpos llenos de curvas sugestivas o que entre ellas exista una que goce de bondad por ser gemela de la reina o que exista un arma llamada “lanza necrolumínica” para asesinar. La película sabe que sus límites están marcados por sus propias leyes y que con ellas también lo están su lenguaje y la apreciación de la realidad de los personajes. Una lección que el mismo Crevenna repetiría después en películas que son claras descendientes de esta, como Gigantes planetarios o La Venus maldita.

El desarrollo y desenlace de El planeta de las mujeres invasoras es, claramente, a la distancia, una mezcla de los artilugios favoritos de la ciencia ficción. Por ello es que recuerda a George Méliés y a René Cardona de la misma manera en un escenario lleno de delirio, y por ello es que lleva de inmediato a Planet Of The Apes o a El Santo vs. la invasión de los marcianos en el mismo viaje. Unos interactuando con los otros. Siempre de una manera que sabe a aquí, como si tuviera certificado de origen desde su concepción. Como si la cinematografía de este país de aquellos años fuera una fotografía escondida. Qué bien se siente ahora encontrarla después de toda una vida de herencia y satisfacción.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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