‘El hombre que logró ser invisible’: Ingenuidad criminal

El hombre que logró ser invisible, dirigida por Alfredo B. Crevenna (1958), es una película que narra lo etéreo de la injusticia. Al inicio, con discretas viñetas debajo de los créditos, en palo seco sin remates, se ilustra de un modo monográfico el storyboard del filme.

En la exaltación amorosa de una noche, una pareja imagina en un terreno invisible pero con las habitaciones señaladas  la decoración de su futuro hogar como un simpático guiño a lo que ocurrirá más adelante en la trama. Carlos, interpretado por Arturo de Córdova (La diosa arrodillada, 1947), es sentenciado arbitrariamente a 30 años de prisión por el asesinato de un hombre. En medio de la impotencia, la solución que su novia Beatriz (Ana Luisa Peluffo, La fuerza del deseo, 1931) y su hermano (Augusto Benedicto, El ángel exterminador, 1962) proponen es hacerlo invisible para así poder escapar y otorgarle su probada libertad.

Luis, el hermano graduado en Heidelberg con una tesis doctoral que estudia la luminosidad, visibilidad de los cuerpos y la invisibilidad de las superficies, había estado indagando en el descubrimiento de esta proeza científica antes del incidente, ahora, al efectuarla hacia su hermano, la tensión se duplica por el tiempo y el riesgo de reacciones adversas una vez suministrada la sustancia en su cuerpo. Pese a todas las dificultades, Carlos logra transformarse en un hombre invisible y al hacerlo se vuelve testigo silencioso de la violencia, el abuso, las mentiras y los crímenes que le asedian. Esta situación lo perjudica hasta el punto de sentirse privilegiado de una omnipresencia que le permite tomar justicia. Incluso llega a creer que Dios le ha elegido para dicha acción. En medio de esta atmósfera la única persona en la que confía es Beatriz, y es a través de ella que nos enteramos de los planes megalomaniacos de Carlos sobre la incorpórea infamia social y la demanda de mostrar su inocencia.

La idea del hombre invisible surge de la novela de ciencia ficción escrita por H.G. Wells, donde El hombre invisible del título es Griffin, un científico que teoriza que si se cambia el índice refractivo de una persona para coincidir exactamente con el del aire y su cuerpo, éste, al no absorber ni reflejar la luz, se vuelve invisible. En la adaptación mexicana del guionista Julio Alejandro, la justicia es la que guía el estado mental del resultado de la invisibilidad, que, a diferencia de la novela original, es el dinero y el poder.

No obstante, el melodrama que rodea la continuidad de la trama se centra en el amor incondicional de Beatriz, hija del responsable del crimen por el cual Carlos es injustamente aprendido. Si bien Beatriz es una constante en la historia, en el papel que interpreta no se observa ningún cambio notorio en sus emociones incluso después de la muerte de su padre o los cambios agresivo-emocionales de Carlos.  Luis, el hermano, al menos pasa de la satisfacción con sus logros científicos al remordimiento y la ansiedad, mientras que Beatriz sólo tiene la idea de construir una familia pase lo que pase.

En cuanto a la coartada policial, desde el primer asesinato,  en la fuga de Carlos, el segundo asesinato, el robo del hospital y el plan de destrucción masiva en la caída de agua que irriga toda la ciudad es demasiado ligero e ingenuo y nos da a entender que es más fácil encontrar la invisibilidad que descubrir y aprisionar un culpable.

Los efectos especiales, como son las probetas humeantes de las sustancias de laboratorio, la desaparición de especies animales o la propia transformación de Carlos y su manipulación de los objetos son muy naturales y por tanto no distraen del desenvolvimiento de los acontecimientos, puesto que en ningún momento caen en lo inverosímil como producto de una mala manufactura.  La fotografía realizada por Raúl Martínez Solares (Santo el enmascarado de plata y Blue Demon contra los monstruos, 1970) es poco aventurada: tomas fijas, encuadres en su mayoría medios y abiertos, travellings horizontales, movimientos de zoom sobre las expresiones del rostro o simplemente el intercambio de tomas entre dos cámaras, además de fundidos que encadenan escenas completamente distintas. En este sentido es importante resaltar la acción de los efectos sonoros de Antonio Díaz Conde (Compositor de unas 230 películas), que enfatizan la tensión de los hechos.

La adaptación del guión en el contexto mexicano se inscribe dentro del enloquecimiento de Carlos en torno a la percepción de los desórdenes sociales en la ciudad, confrontados desde su religiosidad y de la posible vergüenza de Dios en torno a la maldad, y de su Beatriz como casta compañera que está fuera de ese mundo y con la cual quiere alejarse.

Por Iranyela López (@iranyela)

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