‘Conquistador de la Luna’: Entre el espacio y el fin del mundo

Tierra llamando a Lunave… conteste, Lunave.
Abundio a los tripulantes.

Mucho antes que íconos internacionales como Stanley Kubrick y su 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) impactaran con su epopeya sideral, en México no sólo la ciencia ficción no era muy bien explorada en sus propuestas (una tendencia que incluso prevalece actualmente), sino que tampoco lo fue su fusión con la comedia.

Conquistador de la Luna (1960), dirigida por Rogelio A. González, es una de las películas que siguieron esa regla en cuanto a los mencionados géneros se refiere, con Antonio Espino (comediante mejor conocido por el mote de Clavillazo) como uno de los estandartes de la comedia mexicana en la denominada época de oro. La historia gira en torno a un viaje a la Luna (en este caso de manera accidental) emprendido por Bartolo (Clavillazo), un torpe electricista con síndrome de ingenioso inventor y Estelita (Ana Luisa Peluffo), hija de Don Abundio (Andrés Soler), el inventor de la nave conocida simplemente como “Lunave”.

Agregando la presencia de los selenitas, sospechosos extraterrestres habitantes del único satélite natural de la Tierra, lo que identifica al filme es la aparición de un inocente “terror”, mezcla de sci- fi y humor, representado en la caricaturesca imagen física de los alienígenas y en su líder, el “Gran Cerebro”, similar al órgano humano, cuyas intenciones de destrucción son sospechadas desde el momento de su introducción.

La fórmula ya había sido previamente explorada de manera similar con Los platillos voladores (1955) y Resortes enfundado en traje de astronauta; en La Nave de Los Monstruos (1960), con Piporro en situación similar que su colega, y de manera posterior con la dupla de Viruta y Capulina enfrentando a marcianos en Los astronautas (1964). En Conquistador de la Luna, Clavillazo hace gala de la comedia blanca que lo identificó en la década de los 50 en la producción de Jesús Sotomayor en un contexto que quizá le exige demasiado al pisar un terreno fuera de las situaciones de barrio en las que se dio a conocer, aunque lo suficientemente gracioso para sostener un argumento previsible. Interpretando, eso sí, al clásico don nadie que súbitamente encuentra el éxito de la manera menos pensada.

Típico de la época, la contraparte femenina únicamente sirve como entretenimiento visual con el personaje de Estelita, quien sufre primordialmente de las macabras intenciones del villano y debe ser rescatada por el héroe disfrazado de cómico, incluyendo un fan service conformado por un traje similar al de una vedette.

Lo que quizá dota a Conquistador de la Luna de un “peculiar encanto kitsch” ante la simple historia de José María Fernández Unsáin y Alfredo Varela no es el absurdo viaje a la Luna, el amor de Bartolo y Estelita, la evidencia de la “escenografía espacial” a base de maquetas y piso terroso, la apariencia “casi humana” de los disfraces de los selenitas o la telepatía capaz de sucumbir al humor de Clavillazo, sino el conjunto de acciones y consecuencias en pos de un posible apocalipsis.

A base de un peligroso proyectil cortesía de “cerebro” con probabilidades de impactar sobre la Tierra, se denota la incongruencia nata en el ser humano en tiempos ineludibles a la muerte: el cierre de los bancos, el dinero siendo regalado sin tapujo alguno como el montón de papel que es en realidad, el alcohol sin sus clientes frecuentes, los medios de comunicación en tono de calamidad y la conveniencia de las autoridades gubernamentales en su modo de actuar.

Así, Conquistador de la Luna es una de las películas menos convencionales de Clavillazo en cuanto a ambientación se refiere, y es precisamente su origen lo que la lleva a formar parte del clásico repertorio de aquellas retransmisiones de películas que tanto gusta a la televisión abierta, séase por las mañanas o los prolongados fines de semana.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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