Se puede considerar que dentro de todos los movimientos o cambios abruptos en la evolución e historia del cine sólo ha existido uno tan radical o verdaderamente revolucionario que ocasionara una fuerte ruptura en la forma de ver, construir  y comunicar las obras cinematográficas. Este gran choque ha partido la conciencia de  personas  inmersas y no inmersas  en este arte, primero, para redirigir la forma de hacerlo y después para reconsiderar la forma  de  concebirlo. Con esto vino la novedosa  política de autor, la cual nació  en la crítica, pero que tuvo que ser plasmada necesariamente en los filmes, que en su conjunto fueron bautizados con el nombre de Nueva Ola Francesa.

Para desarrollar esto  fue necesario que una serie de condiciones y circunstancias se amalgamaran  con otra serie de acciones individuales y colectivas. Uno de los impulsores negativos fue el cine francés de la  postguerra, llamado “cine de calidad”, el cual hablaba de filmes  que sólo se centraban en las ideas perpetuas de guionistas y productores, un cine cuadrado y acartonado que limitaba ampliamente el tan inmenso  mundo de posibilidades  del lenguaje cinematográfico. Esta nueva idea la impulsarían  personajes importantes como  André Bazin, quien podría ser considerado como el titiritero en las sombras  detrás de la gran orquesta cinematográfica que sería la nouvelle vague, acompañado de sus jóvenes seguidores y colaboradores de la recién nacida revista Cahiers du cinéma: Francois Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Claude Chabrol, entre otros.

Para finales de los años 50 todo estaba acomodado para dar un  giro de 180 grados y darle la espalda al viejo régimen del cine francés: las bases teóricas, los referentes y modelos a seguir del arte cinematográfico  nacional y extranjero y el ambiente coyuntural en el  que la juventud empezaba a tomar el protagonismo que nunca había tenido fueron algunas de las mayores determinantes de este cambio. Bajo  este contexto, el cine fue al tiempo reflejo y promotor de ese espíritu de cambio, ya que gracias a esto los nuevos cines aparecieron por  todo el mundo (Free Cinema Inglés, Cinema Novo Brasileño, Nuevo Cine Latinoamericano, Nuevo Cine Checo, Nuevo Cine Alemán, New American Cinema, etc.).

El  referente principal que denota este movimiento, considerando  que tiene ciertas abstracciones del Neorrealismo Italiano, es que la inspiración no era el mundo con todos sus problemas, sino el cine mismo y su forma de entender y hablar sobre las pasiones humanas; incluso, más que una temática, lo que sobresale en las películas de la Nueva Ola Francesa son sus constantes  búsquedas estéticas.

Ahora bien, qué pasa con la respuesta inmediata y a futuro que desencadenó este movimiento: La primera y más contundente  consecuencia que deja la nouvelle vague es que todo el cine de autor posterior a la década de los 60 sería una  herencia totalmente declarada de este suceso transgresor de la historia del cine, siendo así el surgimiento  de directores como Roman Polanski, Bernardo Bertolucci, Pier Paolo Pasolini y John Cassavettes, quienes  desarrollaron  un cine influenciado directamente este movimiento. Aunque también esta influencia  se esparció en general por el mundo del cine, Hollywood incluido, a partir de la aceptación y la práctica del concepto de cine de autor, pero sobre todo, de la lógica elemental que lo hacía posible, la cual era plantearse un sistema de producción que abaratara los costos y fuera atractivo e innovador.

Latinoamérica también se vio directamente  influenciada por este cine. Películas de Felipe Cazals, Arturo Ripstein y Paul Leduc se realizaron bajo estos estándares  e incluso se buscó  hacer  un tributo al movimiento cinematográfico francés, afirmando así  que todo el cine de autor posterior es causado por lo realizado por ese grupo de franceses ya mencionados. Se podría hablar de miles y miles de autores empapados con esta corriente. El más reciente ejemplo lo han  desarrollado movimientos como el cine independiente de Estados Unidos, Dogma 95, el cine iraní, que en realidad son reinvenciones de lo que precisamente propuso la “Nouvelle Vague” hace 50 años, con características propias, por supuesto, en casos como el Dogma, un poco absurdas pero con un sentido propio. Sólo resta esperar la llegada de una  nueva propuesta influenciada por esta corriente, una que tenga  la fuerza para  obligarnos a voltear con atención hacia ella,  esperando que sea tan o aun más exquisita que las anteriores.

Por Giovanni Vivar 

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