‘El hilo fantasma’: Espejos de tela

Una mujer no tiene necesidad
de ser perfecta o incluso bella para usar mis vestidos.
El vestido lo hará todo eso por ella.
C. Balenciaga

La creación artística implica siempre dejar fragmentos de uno mismo, hasta el punto ésta se convierte en lo que consume al artista; éste en cambio se alimenta del mundo alrededor de sí con profunda voracidad, creando a su alrededor un mundo poblado de fantasmas y autómatas, bellos y eficientes. El cineasta californiano Paul Thomas Anderson ha caracterizado su prodigiosa filmografía por adentrarse en estas personalidades vórtice, sea el joven priapo Dirk Diggler de Boogie Nights; el lascivamente poderoso T.J. Mackie, Magnolia; el bestial carisma de Lancaster Dodd, The Master; y desde luego la rapacidad de Daniel Plainview, There Will be Blood; a los cuales se une el sofisticadamente obsesivo modista Reynolds Woodcock, protagonista de la flemática El hilo fantasma.

Protagonizada por el histrión Daniel Day Lewis, en lo que supuestamente es su última aparición en cine, el nuevo largometraje de Paul Thomas Anderson presenta la relación de Woodcok con las mujeres que lo rodean, sea su aguda y eficiente hermana Cyril (Lesley Manville), su diligente y habilidoso grupo de costureras o su nueva musa: una ordinaria mesera llamada Alma (Vicky Krieps) que gradualmente romperá la rígida, casi monástica, disciplina de Woodcock a través de una relación enfermiza, algo muy parecido al amor.

Como un elegante conjunto, Anderson diseña El hilo fantasma con una amplia variedad de referencias que van de la profunda y elegante simplicidad de los dramas de David Lean, como Brief Encounter (1945) o The Passionate Friends (1949), bordadas con destreza hithcockiana (Rebecca, 1940) y con una fantasmagoría femenina que remite más a Mizoguchi (Ugetsu monogatari, 1953), sobre todo como la ambición masculina consume el alma femenina hasta desvanecerla en actos de la más sutil y delicada crueldad.

Anderson, más allá de una relación amorosa, explora la implosión narcisista de Woodcock provocada por Alma, de la que rápidamente su hermana Cyril se hace cómplice, concibiendo a la misma Alma como la creación más sublime de el excéntrico modista. En la visión de Anderson a lo largo de sus películas, el megalómano solo puede enamorarse de una extensión de sí mismo, que sea capaz de dominarlo y que tenga suficiente autonomía para dar la ilusión de fuerza que este inseguro e infantil hombre necesita. Sean los penes, reales o metafóricos, de Diggler o Mackie, el “animalito cochino” de Dodd o los negros pozos de Plainview.

Apoyándose en un poderoso triángulo actoral, la película cuenta con la usual sagacidad de Daniel Day Lewis, quien interpreta a Reynolds, un voraz vanidoso, como un reflejo de sí mismo: obsesivo, metódico y religiosamente dedicado su oficio. Mientras que la joven Vicky Krieps, hace de su transformación de tímida y corriente mesera a poderosa musa un auténtico portento que le debemos a La Casa Woodcock, dirigida por una poderosa Lesley Manville, quien interpreta a Cyril con una fascinante mezcla de afecto y distancia, haciendo de Cyril una poderosa y sabia matriarca.

Desde su pulcra fotografía, reminiscente del realismo pictórico británico de Meredith Frampton o David Jagger, el luminoso score de Johnny Greenwood (con sus perfumados ecos de Bernard Hermann o Miklos Rosza), hasta el exquisito trabajo en el diseño de vestuario a cargo de Mark Bridges, El hilo fantasma es un sofisticado e incisivo retrato de un narcisista que en cada vestido deja un pedazo de sí que le permita verse en cada mujer. Un espejo de hilo y tela.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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