Cry Macho: La redención del gallo

Es necesario superar lo evidente para encontrar que cuando se ve una película como Cry Macho (2021) se está ante el trabajo de una persona sincera. Dicha cualidad va más allá de los juicios de valor y todas las objeciones válidas –muchas de ellas ridiculizando la película– que lamentan y reclaman a Clint Eastwood ya no ser el mismo cineasta de Unforgiven (1992), Letters from Iwo Jima (2006) o, siquiera, el de Gran Torino (2008). La mayoría finalizan condenando al veterano cineasta al retiro “por el bien del cine”. La cuestión es que la llegada de una película como Cry Macho a los cines actuales resulta un hecho tan insólito como que su director sea un hombre de 91 años al que, es notorio, el vigor se le está acabando antes que el tiempo.

En un gesto similar al de cineastas como Manoel de Oliveira o Jean-Luc Godard, para Eastwood no existe la posibilidad de dejar de filmar mientras sea posible, incluso cuando el pulso y los movimientos ya tienen una zozobra, que no inseguridad, notoria en diferentes elementos de Cry Macho. Eastwood no guarda reservas frente a sus decisiones, por más erradas o insensibles que puedan parecer y se perfilan más a un sentido de inocencia e ingenuidad –presente en las cintas que el propio Eastwood creció viendo– que al rigor y la pulcritud técnica con la que aprendió de filmar de su maestro Don Siegel, una que él mismo llevaría a un punto de pureza insuperable durante la década de los 90.

Muchos otros se encargarán de enumerar todo lo que está “mal” con Cry Macho y hacer escarnio de sus deficiencias –que, seamos claros, las tiene–. Quizá sería de mayor interés no descifrar lo que Eastwood quiso decir o hacer, considerando que nunca ha sido, ni de lejos, un cineasta críptico sino transparente, cualidad que le ha valido ser ridiculizado en actos y declaraciones públicas, como aquella rutina con una silla vacía en una Convención Republicana contra Obama, un performance que ha ganado una aura mítica con los años, misma que tal vez con el tiempo obtenga Cry Macho.

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No hay un cuestionamiento directo a nada en la película, ni siquiera podríamos decir que funciona como un corolario justo para la filmografía de Eastwood en caso de que fuese su última película. Eso es lo más sorprendente, Cry Macho evade cualquier tono crepuscular, revisionista o, incluso, melancólico, da la impresión de ser tan “ordinaria” como cualquier otra película, nada especial, nada elegiaco, simplemente el placer de filmar y narrar con la libertad absoluta que un cineasta alcanza después de más de 40 años de trabajo honesto, ardua disciplina e inmensa generosidad.

Podríamos decir que el mismo sentido de “deber” que impulsa a Mike (Eastwood) a ir a México en búsqueda del joven Rafael (Eduardo Miinett) y llevarlo a Texas con su padre, es el que impulsa a Eastwood a seguir haciendo películas en las que la inagotable figura del vaquero sigue fungiendo como un maestro antes que como un héroe o salvador, uno susceptible de aprender y cuestionarse a través de su contacto con los otros. Quizá Eastwood se niega a dejar de filmar porque no quiere dejar de aprender cosas y, por supuesto, divertirse y ganar algo de dinero, cosa sensata para alguien que ve el cine como un oficio, e igual que el Earl Stone de La Mula (The Mule, 2018) atiende las flores de su invernadero o como Luther Withney de Poder absoluto (Absolute Power, 1997) prefiere usar sus manos para dibujar y pintar antes que robar.

En Cry Macho no se busca reevaluar ni cuestionar mitos de masculinidad, esa tarea la han tomado cineastas de generaciones más jóvenes con resultados dispares, muchos de los cuales carecen de la personalidad que Eastwood imprime tanto delante como detrás de la cámara, aunque a veces tiembla y en el montaje se precipita tanto como un anciano que se apoya bruscamente donde sea para evitar caer y, a pesar de ello, sigue su marcha y sostiene, a costa de toda credulidad, el mito de su gallardía.

Solo en una película como ésta un gallo de pelea podría redimirse haciendo lo mismo por lo que es juzgado, creando una tierna indulgencia que amerita recibirse como el generoso regalo de un hombre desconectado de su tiempo pero no de su corazón.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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