‘La mula’ y la redención del crimen

La insólita premisa de La mula (The Mule, 2018), la nueva película de Clint Eastwood, basada en una historia real y primera en la que se dirigió a él mismo desde Gran Torino (2008) , ofrece una yuxtaposición total: un veterano de guerra americano de 90 años, que ha dedicado buena parte de su vida a la horticultura, se involucra inesperadamente en el tráfico de drogas, trabajando como mula (transportador de droga) para un cártel mexicano.

Este escenario increíble se sustenta con las claras motivaciones del correoso, solitario y carismático protagonista Earl Stone (Eastwood), personaje que sin duda tiene algunos paralelismos con Walt Kowalski de Gran Torino, pero cuya situación termina remitiendo a la de Walter White (Bryan Cranston en la serie Breaking Bad). Si el también hombre de bien Walter se involucró en el negocio de la metanfetamina tras recibir la súbita noticia de tener cáncer, el descenso de Earl al ámbito criminal por problemas financieros se da una vez que el ascenso del Internet ha terminado de “matar” su negocio de las plantas, aunado a que los problemas con su familia se han tornado irreparables (sólo su nieta, interpretada por Taissa Farmiga, le continúa dando la bienvenida). Es así que La mula construye, al mismo tiempo, una trama de crimen –de policías (Bradley Cooper y Michael Peña como unos agentes de la DEA, y Laurence Fishburne como su jefe directo, en un rol de autoridad dominado por el histrión tras Misión: Imposible 3 y Hannibal) tras la pista de los criminales– y un retrato bastante humano de un anciano que no sólo busca mejorar sus finanzas sino que, en el fondo, desea redimirse de sus errores pasados, en particular: haber puesto su trabajo por encima de su ex esposa (Dianne Wiest) e hija (Alison Eastwood). 

La mula no deja de aprovechar su inusual conflicto central, de hecho mucho de su disfrutable color y humor proviene directamente de varias yuxtaposiciones. Por un lado está la cuestión de enfrentar a un viejo de 90 años con el mundo moderno, con la tecnología, lo cual incluso por momentos se siente como una “actualización” de Gran Torino para la “batalla” actual entre la vieja escuela y los millennials adictos al celular; y en un tono serio, existe un comentario sobre el olvido de los adultos mayores, aunque se traten de veteranos de guerra. Por otra parte, y continuando con lo visto en Gran Torino –no es coincidencia en lo absoluto que el guionista de ambas cintas sea Nick Schenk–, Eastwood vuelve a darle vida a un anciano All-American que interactúa con personas de las llamadas minorías; empero, aquí el tema no es exactamente ponerle fin a los prejuicios, dado que Earl no está enojado con su entorno, y es simplemente un hombre anticuado cuya convivencia con mexicanos y, brevemente, una familia negra y un grupo de mujeres lesbianas, es parte de la vertiente ligera y humorística del filme. Esto no evita que La mula toque el problema del racismo en Estados Unidos casi de manera natural: nadie sospecha que Earl sea parte de una organización criminal primeramente porque es viejo, pero que sea de raza blanca obviamente lo ayuda; como ejemplo, la escena donde salva al inicialmente estricto narco que lo supervisa (Ignacio Serricchio) de un policía racista de Misuri o bien, cuando en lugar de Earl, un hombre moreno es detenido e interrogado.

La mula también funciona como una cinta de crimen, con algunos ecos de The Wire –una importante operación para detener la entrada de droga a la conflictiva ciudad de Chicago por momentos se ve amenazada por la urgencia de resultados, de arrestos irrelevantes que sólo sirven para las estadísticas–, situaciones clásicas del género (los personajes de Andy García y Clifton Collins Jr. hacen que el cártel mexicano no esté exento de violentas pujas internas) pero sobre todo, y una vez más lo digo, con un gran y único protagonista.

Eastwood, quizás en su (inolvidable) despedida de la actuación, brinda un carisma irresistible (de su camaradería con los narcos mexicanos, su despreocupada manera de trabajar, a verlo disfrutar de su música o dejarse consentir por las voluptuosas mujeres del capo), además de que su personaje tiene un desarrollo bastante efectivo. Del experimentado conductor que sólo tenía que cumplir su rutina y seguir las ordenes del cártel (manejar hasta Chicago sin ver el contenido del cargamento), a la creciente tensión como consecuencia directa de su gusto por las (nobles) acciones que el (sucio) dinero le permite realizar y del incremento de su notoriedad como la mejor mula del negocio. Más droga y dinero lleva a una mayor rigidez y, obvio, al inevitable encuentro con la ley –la ironía dramática de los primeros momentos que comparten Earl y el agente que interpreta Cooper tiene algo de la situación entre Walter White y Hank Schrader (Dean Norris)–, aunque en esta ocasión todo está cargado hacia la humanidad y la lección de vida.

Y es que en La mula, la yuxtaposición más importante de todas es la del hombre de buen corazón y que tiene mucho que perder (i.e. su familia), sumergido en el ámbito del narcotráfico caracterizado por la falta de misericordia de los cárteles. Con un transportador de droga dispuesto a todo, a arriesgar su vida si es necesario, con tal de encaminarse de regreso a sus seres queridos y, consecuentemente, a su redención (este último tema también explorado en Gran Torino), La mula es uno de los momentos más emotivos de la mayormente brillante filmografía de Clint Eastwood.

Por Eric Ortiz (@EricOrtizG)

    Related Posts

    Maestro y el sudor de los genios
    Un paseo por El callejón de las almas perdidas
    El misterio del aire: Los puentes de Madison
    Cry Macho: La redención del gallo
    FEFF22 | The Captain, un complaciente blockbuster chino
    Mandela vs el muro: 10 películas para entender el apartheid