Ju-on (2000), alias La maldición, fue una de las integrantes más populares de la ola de cine de terror japonés (J-horror) que conquistó el mundo a principios de los dosmiles, compañera de generación de películas como Ringu (1998), Honogurai mizu no soko kara (Dark Water, 2002), Chakushin ari (Llamada perdida, 2003) o Kairo (Pulse, 2001). Gracias al furor, muchas de ellas pronto se convirtieron en material para los estudios norteamericanos, traducciones exitosas en lo financiero que, sin embargo, perdían algo en ese transitar por el sistema de producción hollywoodense.
El éxito, no obstante, provocó que la estética del J-horrorse convirtiera en uno más de los engranajes de la fábrica cinematográfica en Estados Unidos –en México, basta poner los ojos en Kilómetro 31 (2006) o Vuelven (2017), para notar el alcance de su influencia– y que algunas de las franquicias emanadas de ese periodo se nieguen a desaparecer, menos en una época dominada por la explotación de cualquier propiedad intelectual con cierta presencia mediática (en Japón, las franquicias también siguieron su curso hasta agotar la fórmula que les dio vida, el fenómeno no es exclusivo del país al norte del Río Bravo).
La maldición, por ejemplo, cuenta hasta el momento con 13 entregas –incluyendo cuatro americanas, además de un divertido crossover con El aro: Sadako vs Kayako (2016)– y un par de cortometrajes en su andar cinematográfico. La más reciente de ellas, La maldición renace (The Grudge, 2020), es otro intento por mantener la franquicia andando, redituable, en esta ocasión bajo el control de Nicolas Pesce (Los ojos de mi madre) y trasladando la acción por completo a un pequeño pueblo de la provincia estadunidense.
En las primeras imágenes de la película, conocemos brevemente a Fiona (Tara Westwood), quien, al parecer, pasó un tiempo indeterminado al interior de la casa donde habita el espíritu de Kayako –la maldición, pues– en Japón. Sin saberlo, el enfurecido ente la acompañará de vuelta a casa, donde su presencia tendrá funestas consecuencias. El caso llega a las manos de un policía veterano, Goodman (Demián Bichir), y su nueva compañera, la detective Muldoon (Andrea Riseborough), quien genera una obsesión por la investigación, detonada por la reciente muerte de su esposo.
El planteamiento, el ambiente, la pareja dispareja de guardianes de la ley y la investigación llena de elementos sobrenaturales recuerda en sus primeros momentos a la primera temporada de True Detective (2014), buscando hacer olvidar la narrativa fragmentada del largometraje original. Sin embargo, Pesce cambia pronto de camino y pone a Muldoon en una posición similar a la de la protagonista de El ente (The Entity, 1982), donde el personaje principal se ve acosado por una invisible presencia maligna y la gente a su alrededor se porta escéptica frente al fenómeno a pesar de las evidencias físicas de violencia (una situación que le será empática a más de una mujer en la audiencia).
La maldición renace nunca termina por decidirse por uno de los dos caminos planteados, decantándose por un desarrollo similar al de cualquier otra película de fantasmas y casas embrujadas genérica, incluso dejando de lado las características que destacar a Kayako –es reemplazada por una serie de figuras bastante intercambiables y de caprichoso comportamiento, dependiendo de dónde necesite el guión un scare jump.
El resultado es un diluido brebaje, espeso en sus lugares comunes y lleno de oportunidades perdidas (el sólido reparto, por ejemplo, nunca es aprovechado). El regreso de Kayako luce, a nivel de industria, como un intento de recrear lo hecho por el chato universo del Conjuro, haciendo eco de los peores tics de aquella la exitosa franquicia creada por James Wan.
Vaya, hasta Jacki Weaver parece estar disfrazada de Anabelle (2014).
Por Rafael Paz (@pazespa)