La poesía hace tolerable al mundo, pero la ingeniería nos lleva a la luna. Esa es, más o menos, la línea que parafrasea Peter Moore (el extraordinario Matthew Maher), diseñador de los icónicos tenis Air Jordan, en el más reciente trabajo del actor/cineasta/meme ambulante Ben Affleck, quien en Air: la historia detrás del logo (Air, 2023) se avoca a glorificar un utilitarismo narrativo que no es absoluto poético ni estético, sino que, como los tenis del título, busca una combinación de funcionalidad y forma que no han sido ajenas a la filmografía del oriundo de Boston.

Desde su debut, Desapareció una noche (Gone Baby Gone) en 2007, Affleck ha privilegiado una economía narrativa que no repara en absoluto en su forma cinematográfica, incluso se podría decir que ésta le es irrelevante, sino que toma como eje central el ensamble de actores, el intercambio entre los mismos y aquello que se está narrando, que en el caso de su filmografía suele ser una crestomatía de eventos de la “vida real”. Lo que hace Affleck en Air es contribuir a la forma en la que la mitología se crea en tiempos de profundo escepticismo, cinismo e ignorancia: esperando que una proeza personal pueda ser comercializada para que todo alrededor de ella se convierta en un fetiche. Hoy día, hasta un par de tenis ameritan su propia mitologización cinematográfica.

Air detalla un proceso primordialmente mercadológico y, como tal, busca que cada pitch a la audiencia tenga resonancia, que el rebote de ideas sea considerablemente más enjundioso que una junta de agencia y, sobre todo, que las empresas abonen a su valor a través de una “historia con mensaje”. La conciencia social de una película como Air es casi tan inexistente como sus virtudes formales, pero lo que cuenta es justamente su valor como producto comercial, sin necesidad de que esto sea considerado como un término despectivo o algo que funciona en detrimento de la misma.

Fácilmente podríamos pensar que estamos ante un ejercicio de descarado cinismo corporativo –sin caer del todo en un error–, pero considerando que Affleck no es ningún publicista, sino un actor que gusta de dirigir a otros actores, sería más sensato decir que Air ofrece un entretenimiento simple y que cada vez resulta más raro: ver a gente hablar. Affleck dinamiza su historia usando nada más que el carisma y la presencia (otro valor en desuso) de su cuadro de actores, tanto el principal integrado por Matt Damon –quien a estas alturas es ya todo un experto en interpretar el ethos estadounidense promedio (basta con ver The Informant (2009) de Steven Soderberg; o Downsizing (2011), Alexander Payne)–, Jason Bateman, el propio Affleck, Chris Tucker y Viola Davis; así como el reparto de cuadro, significativamente más interesante, integrado por Chris Messina, el ya mencionado Maher (estupendo también en Funny Pages, 2022), Julius Tennon y los cameos de actores tan disímiles como Marlon Wayans (Shorty de Scary Movie) y la gran actriz alemana Barbara Sukowa.

air002

Tal como hizo en Atracción peligrosa (The Town, 2010) o Argo (2012), Affleck usa su cuadro de actores como un valioso recurso que codifica un mensaje sencillo: no hay nada más sólido que una institución estadounidense. Sea la policía, la industria cinematográfica, el crimen organizado –Vivir de noche (Live by Night, 2017)– y, en su más reciente trabajo, la libre empresa. A diferencia de alguien como Clint Eastwood, quien solamente en un grado extremadamente superficial guarda similitudes con Affleck, éste no es un hombre de sensibilidad ni agudeza, sino uno de firme pragmatismo libertario, un cineasta que se porta como el más carismático publicista de su propio país y sus instituciones, orgullosas de tener en sus filas al “más grande atleta de la historia”.

Affleck prescinde de cualquier rasgo estilístico y su forma de hacer cine es meramente práctica y funcional, aunque no completamente impersonal, a la manera de cineastas de antaño como Michael Curtiz (Casablanca, 1941; Angels With Dirty Faces, 1938) u otros actores que también incursionaron en la realización, como Sean Penn o George Clooney, quienes comparten con Affleck una muy clara agenda política. Quizás el mérito de Affleck es ser un cineasta menos solemne que sus contemporáneos y mucho más flexible al adoptar una veta lúdica en casi todas sus películas, incluyendo claramente Air.

Otras plumas han mencionado que Air parece una imitación de las verborreicos trabajos del guionista Aaron Sorkin (dueño de una muy deficiente mano como cineasta), pero a diferencia de sus trabajos, la de Affleck no es una película cínica respecto a sus temas. No existe un cuestionamiento ni una objeción clara contra todo el sistema que convirtió a un atleta en una marca, así como tampoco podría hablarse de una glorificación gratuita.

Donde Air trata de poner énfasis es en algo mucho más abstracto, específicamente esa intuición y visión que tiene Sonny Vaccaro (Matt Damon) –el “talento” por el que es contratado–, una cualidad que no es medible ni cuantificable, de la cual no se puede dar cuenta a inversionistas y accionistas, pero que en el universo particular de la película, hacen que el dinero no deje de fluir, convirtiendo eso “especial” en algo banal.

Retomando la frase que cita Peter Moore, Air no es ni poesía ni ingeniería, sino mecánica pura que no es capaz de elevarnos más allá de la altura de una canasta.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

    Related Posts

    The Tender Bar, un pub sentimental
    La madre del blues y la tensión orquestal
    Los Cabos | Día 3: Cuéntame una de viudas y rateros
    ‘Pequeña gran vida’: Maquetas distópicas
    Las grietas del universo cinematográfico
    ‘Carol’ y el precio de una mirada