Clifford Geertz, reconocido antropólogo cultural, aseveró que el hombre busca no sólo una explicación a los fenómenos naturales o aquello que no puede explicar sobre el mundo que le rodea, sino que hay toda una elaboración de un rígido código ético que le conduce a un fin específico, una idiosincrasia que ordena y da sentido a la vida del hombre a través de un sistema de símbolos que den un realismo único a su actuar. En otras palabras, cada perro necesita un amo, y no ha existido sociedad más fracturada y desprovista de un código ético como la generación que regresó de las guerras en los 40 y 50. Freddie Quell (un Joaquin Phoenix metódico hasta el tuétano) es un condecorado veterano de guerra que regresa a casa con una psique rota.
Freddie Quell se presenta desde los primeros cuadros de The Master como un auténtico enigma, una mancha negra de la cual debemos tomar un sentido tan difícil de descifrar como un crucigrama del TeleGuía. Freddie es un hombre que ha sido forzado por el sistema militar de Estados Unidos a un estado de bestialidad y animalidad, la destrucción de un sistema de valores que impone otro y no ofrece una alternativa viable para estos animales que responden de manera genital al mundo que les rodea. John Huston coqueteó con algunos de estos temas en el documental Let There Be Light y la invención psiquiátrica del desorden por estrés post traumático. Una generación que trajo consigo sólo nuevas patologías mentales.
Paul Thomas Anderson ha cimentado una reputación enorme en los círculos cinéfilos y aquellos de la industria debido a la majestuosidad, megalomanía y perfeccionismo de su visión, que muchos no han dudado en emparentar con la de otro enigmático auteur estadunidense por excelencia (y probablemente antonomasia) Stanley Kubrick. La visión de Anderson, quien utiliza el magnánimo formato de los 70mm, además de bombardear a su audiencia con silentes misterios y “secretos” dentro de sus elaborados esquemas narrativos. Al igual que dos de sus grandes ídolos, Kubrick y Ophuls, Anderson se mueve con soltura en una pulida técnica cinematográfica, en la que lo único que corre y escapa de ese férreo dominio es Freddie.
Cuando la bestia huye, es inminente que se encuentre con un amo, esta vez nos encontramos ante un hombre que es aún más enigmático que Freddie, pero obscenamente carismático, llamativo, bonachón y afable, Lancaster Dodd (soberbio Phillip Seymour Hoffman) que sufre de profundos complejos psicológicos, inestable, pero aparentemente compuesto y con desbordante paternalismo y la calidez de un amo que se atreve a mirar en el ojo de la bestia porque halla una hermandad con su propia animalidad dentro de su controlado papel de guía espiritual. Lancaster Dodd, fuertemente inspirado por la escurridiza figura de Ron L. Hubbard, fundador de la cienciología, es otra mancha de tinta en el vasto lienzo de Anderson. Un hombre castrado en todo aspecto que quiere demostrar a todo el mundo su falsa grandeza fálica.
‘La Causa’, movimiento encabezado por Lancaster Dodd y que adopta a Freddie Quell como ‘creyente’ es un movimiento que va saliendo sobre la marcha, como lo expresa escépticamente el mismo hijo de Lancaster (Jesse Plimons). Una bizarra mezcla de hipnosis eriksoniana, psicoanálisis de tocador y filosofía oriental de buffet, ‘La Causa’ se establece como un nuevo dogma que busca “liberarnos de nuestro imperfecto pasado”, no es más que la somatización colectiva de la patología social que representó la crisis existencial de los años de la posguerra, que más tarde se vería concretizada en el nihilismo y el hedonismo juvenil, a lo que ‘La Causa’ (a.k.a. La cienciología…¡chitón!) buscó contrarrestar con pomposa complacencia, cortejando la decadencia de ancianas ricas mientras la gente seguía divagando.
Hay muchos momentos en The Master que apelan a una naturaleza mítica o metafísica, que pueden ser inducidas por la ingesta de químicos (Freddie hace unos buenos coctelitos con sustancias utilizadas para revelado fotográfico) o ser parte del misterio que rodea ‘La Causa’ y que, dada la convicción de los Dodd, nos hacen desconfiar hasta de nuestro propio escepticismo. Desde pupilas que cambian de color hasta un improvisado y símil de ejercicio de escuela de actuación, donde Freddie “empuja” su percepción que lo lleva a sentir cosas que no están ahí, pero el centerpiece de estas engañosas “alucinaciones” es la dionisiaca fiesta en la que Lancaster canta y hace un show donde todas las mujeres están desnudas y los hombres vestidos, evocando una orgía de cultistas proporciones, reflejando la conexión que existe entre ‘La Causa’ y las perversiones de la elite norteamericana.
Siendo el filme una colección de pequeños ‘secretos’ y enigmas, quizá el más grande de éstos sea el que esconde la verdadera dueña del sistema o su más rígido centinela, la esposa de Lancaster, Peggy (una iracunda Amy Adams). Una influencia brutal en Lancaster, una figura maternal aterradora y castrante (la escena del fúrico handjob delata el simbolismo inherente en Peggy) dicta una sentencia definitiva hacia el final respecto de Freddie, a quien siempre mira con recelo dado que pone en inminente peligro con su errático actuar la causa de ‘La Causa’, si no ha de domar a esta bestia, esta apabullante madre lo quiere lo más lejos posible de su pequeño Lancaster, un pequeño sumamente carismático que ha sido taimado por Freddie.
“El hombre no es un animal”, sentencia con aplomo Lancaster en más de una ocasión, negar nuestro pasado es parte de lo que su movimiento defiende, crear un colectivo en el que los traumatismos no existen y se busca el refinamiento de las costumbres a un punto excesivo e insostenible para la condición humana. Mucho menos para un hombre tan débil que encuentra un alma hermana en el atormentado Freddie, un animal que ha disociado a su sofisticado amo, que lo abandona una vez para regresar, no a su programa de entrenamiento sino a buscar al animal que hizo de Lancaster, unirse a su manada o quizá esperando una última caricia. El postulado central de ‘La Causa’ pareciera ser erróneo en un primer juicio, el hombre si es un animal, pero es la bestia más sublime y misteriosa de todas, la única que es capaz de creer en lo que no ve y capaz de desconfiar de sus sentidos.
Por JJ Negerete (@jjnegretec)