58 Muestra | ‘Cautiva’: El revés de la insurrección

El melodrama no es fácil de dominar. Género ilógico del deseo y la sinrazón, la mejor forma de utilizar el melodrama como un artefacto estético es enfatizar sus cualidades grotescas o fantásticas, como lo han hecho en sus mejores momentos Rainer Werner Fassbinder y Lars von Trier, o aprovechar su intrincada naturaleza narrativa para explorar conflictos y las perspectivas de sus participantes. En esta última vertiente se insertan las películas más brillantes del director Atom Egoyan. Responsable de una filmografía con momentos tan asombrosos como Exótica (Exotica, 1994) y El dulce porvenir (The Sweet Hereafter, 1997), Egoyan también ha padecido un serio estancamiento en los últimos años, con fracasos tan graves como Chloe (2009) y El nudo del diablo (The Devil’s Knot, 2013), pero sobre todo Cautiva (The Captive, 2014), su más reciente filme. Si antes Egoyan narraba como un investigador que indagaba en los muchos pasados de un universo de maniáticos y lastimados, en Cautiva sus cualidades se repiten en una octava mayor, escandalosa a pesar de los pocos gritos, y no sólo inverosímil: imposible.

Egoyan suele impactar al espectador con los secretos más viles que esconde, según él, la Canadá moderna. Odio, incesto, abuso, manipulación, indolencia, adicciones a sustancias y a dolores, pero sobre todo al pasado, son los ciudadanos de una república sórdida e insospechada, dadas las cualidades que suelen brotar en las conversaciones sobre el pueblo canadiense. Ante esta contradicción, podríamos decir que Egoyan es uno de los máximos inconformes. El artista en general es un ser inquieto, insatisfecho con la aparente ausencia de orden en el mundo. Si el crítico pretende corregir el arte, el artista está obsesionado con corregir la realidad. Egoyan está en rebelión contra la aburrida normalidad y encuentra una maldad imperceptible tras las puertas de sus vecinos. En consecuencia, su forma de editar actúa con la negligencia de quien tiene un pederasta en casa: poco a poco se develan capas, hechos que nos llevan al inevitable descubrimiento de la verdad, que podemos rechazar pero no ignorar. Estamos, me parece obvio, ante un cineasta brillante, pero uno que diseñó una fórmula tan estricta para crear, que no pudo sino decaer en la repetición.

Es usual ver en los filmes de Egoyan un travel justo al principio. El sujeto es un paisaje interior diminuto pero interminable, o a veces uno exterior, como en Cautiva, donde contemplamos un bosque similar a donde sucederá un encuentro esencial para la trama. La edición siempre se desarrolla como lo expliqué antes, y los personajes padecen una sordidez que en este caso invade los lindes con la invención. Al no poder sorprendernos ya con su forma, Egoyan recurre a una serie de exageraciones que en sus primeras cintas nos hacía reflexionar sobre la perversión que nos evade cotidianamente y ahora nos incita a cuestionar la posibilidad de un sadismo increíble. Por supuesto, es de esperarse una serie de situaciones extremas en la historia de Cassandra (Alexia Fast), una niña secuestrada durante una década por un círculo de pedófilos, pero el carácter satánico del abductor Mika (Kevin Durand) y la obediencia inconmovible de Cassandra hacen que el caso de Josef Fritzl, el austriaco que mantuvo a su hija y amante encerrada por 24 años, parezca sutil.

Por supuesto, la premisa de la cinta no es increíble, como lo han demostrado otros casos similares al de Fritzl, pero los abundantes cabos sueltos y las digresiones irresueltas que buscan dar mayor volumen a los personajes son sólo obstrucciones en una trama que necesitaba ser creíble y trascendente para alertarnos de la degeneración en el tiempo del internet. En El dulce porvenir Egoyan había logrado atar los conflictos de su vasto elenco con los efectos del consumismo y la cultura corporativa. En Cautiva, el director parece indeciso sobre rastrear el pasado del detective Jeffrey (Aidan Shipley), el involucramiento del hombre de negocios, Vince (Bruce Greenwood), y del padre de Cassandra, Matthew (Ryan Reynolds), en la desaparición de la niña. Por otro lado,  Cautiva pareciera citar El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, 1991) cuando la detective Nicole (Rosario Dawson) se convierte en la presa. Matthew descubre la inverosímil verdad y se la comunica a Jeffrey, que le pregunta: “¿Has estado viendo muchas películas, Matthew?”. Irónicamente, él no, pero pareciera que Egoyan sí.

La cinta decae conforme vira hacia lo fantástico sin necesidad de hacerlo. Jonathan Demme utiliza ese tono en El silencio de los inocentes porque se trata de un cuento de hadas, una pesadilla, que busca denunciar el fracaso de la sociedad estadounidense. Su asesino es todos los asesinos. Egoyan, en su rebelión contra lo común, devasta los temas y la credibilidad de su cinta para darle mayor contundencia a su impactante tema. A pesar de su inmenso talento, el director ha fracasado. Su forma ya no es personal, sino redundante y predecible, una ironía en una carrera que comenzó sorprendiendo al statu quo y ahora ha creado su propia variante de lo normal.

Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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