Todo país tiene momentos oscuros y truculentos en su historia. En el caso de Estados Unidos, podría pensarse que, junto al retrato de temas como su proceso de independización en el siglo XVIII, la Guerra de Secesión y su intervención en la Segunda Guerra Mundial, la esclavitud también tendría abundante material cinematográfico a disponibilidad.
Sin embargo, pocas películas de Hollywood se han atrevido a precisar dicha etapa de injusticia y sangre acontecida en su territorio. El tema racial, más precisamente en el colonialismo, etapa en la que en Estados Unidos la división entre Norte y Sur era palpable por sus diferentes ideologías políticas, ha venido retratándose sutilmente a través del caso verídico del motín de esclavos africanos de un barco español en 1839 en Amistad (1997). Lincoln (2012) mostró la querella política entre las fracciones liberales y conservadoras para que el Congreso, en 1863, aboliera la esclavitud en Estados Unidos y Django sin cadenas (Django Unchained, 2012), con la visión particular de Quentin Tarantino, narró la odisea de un esclavo liberado que busca a su esposa, esclava que labora en la plantación de un cruel hombre.
Si en ambos trabajos el esclavismo fue tratado sin una preponderancia significativa en sus argumentos, en 12 años esclavo (12 Years a Slave, 2013) ocurre lo contrario, mostrándose sin pudor y sin tapujos. Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) es un hombre negro libre radicado en Nueva York con su familia. Dedicado a la música y a la carpintería, una noche es engañado por un grupo de hombres que le habían ofrecido un trabajo, al drogarle y venderle como esclavo.
Steve McQueen, cineasta negro de origen británico, contando con una brevísima filmografía, acostumbra a ofrecer lo visceral que puede resultar la condición humana. Si su sello como autor comenzó a constatarse desde la huelga de hambre de prisioneros irlandeses en Hunger (2008) y evolucionó por la historia de adicción de un yuppie por el sexo en Shame (2011), alcanza la madurez con 12 años esclavo.
Apoyado por el guión de John Ridley y basado en el libro autobiográfico del propio Northup, McQueen se adentra en el que es quizás uno de los momentos históricos más vergonzosos de Estados Unidos, siguiendo la lucha espiritual de un hombre por sobrevivir. Se asoma a su terrible cautiverio, mostrando brutalmente el racismo reflejado en el implacable maltrato a latigazos y castigos, sometido a trabajos que explotan al ser humano. Además de distanciarse en adoptar alguna postura moral que juzgue al esclavismo, muestra la otra cara del sufrimiento de Solomon: el feliz modo de vida que llevaba como un hombre de color libre, intercalado como lejanos recuerdos a su doloroso presente.
Cada personaje (todos ellos bien construidos y delineados) representa un rol fundamental con respecto al colonialismo: Freeman, el despiadado tratante de esclavos (Paul Giamatti); Tibeats, el carpintero racista y vengativo (Paul Dano); Ford, el benévolo dueño de una plantación (Benedict Cumberbatch); Edwin Epps (Michael Fassbender), el opuesto de Ford, cuya esposa (Sarah Paulson) representa la misma crueldad; un carpintero idealista en contra del esclavismo (Brad Pitt), y Patsey (Lupita Nyong’o), una joven de color, objeto del deseo de Epps y representación de la mujer esclava, reprimida y maltratada por sus dueños.
Los acostumbrados largos e inmóviles planos secuencias del cineasta obligan al involucramiento con el silente desconsuelo de Solomon (cuando su vida pende de un hilo por estar colgado a una soga), el maltrato de Epps y las precarias condiciones de vida de los esclavos en las plantaciones sureñas, todo ello resaltado por el paso del tiempo, que se percata pero no se registra en datos (idea misma que sumerge con más ahínco al relato). Todo ello, sumado con la cuidada fotografía de Sean Bobbitt y la música de Hans Zimmer, junto a cantos de gospel que pretenden exaltar la fe.
A su vez, la película dispone de un elenco ejemplar, desde las breves apariciones especiales de Paul Giamatti y Paul Dano, hasta los estelares. Chiwetel Ejiofor, actor inglés conocido por vestirse de drag queen en Kinky Boots (2005) y por representar al marido de Keira Knightley en Realmente amor (Love Actually 2003), se encuentra en el que quizás es el papel de su vida. Como Solomon Northup, transmite a manera no verbal su sufrimiento, su impotencia ante la difícil situación que vive como esclavo y, también, su admirable valentía e inteligencia por afrontar la adversidad en memorables conversaciones con amos y esclavos.
Michael Fassbender (actor de cabecera de Steve McQueen) representa con gran aplomo a Epps, el segundo “amo” de Northup, un hombre cruel y despiadado que justifica sus acciones (o las tergiversa) con los preceptos de la Biblia, aspecto que lo vuelve alguien intimidante en escena.
Sarah Paulson, a manera sutil, recrea a la amargada y despiadada esposa de Epps, y Lupita Nyong´o es toda una revelación. Como Patsey, lleva en sus hombros toda la congoja que vive como esclava, sumida en una debacle emocional que la lleva a cuestionarse su mera existencia, sin salvarse de los maltratos de la mujer de Epps, ni del acoso de éste último, reflejado en el abuso y violaciones a los que la somete. Memorable cuando ella argumenta, entre el llanto, el motivo por el que el celoso patrón no la encontraba en casa: por un simple jabón obsequiado por una mujer.
Steve McQueen, con 12 años esclavo, presenta su mejor obra. Sin desprenderse de su estilo, recrea una cruda y desgarradora historia de supervivencia que conmueve sin dar cátedra de ética, mostrando los duros pormenores del esclavismo como no se había visto en el cine, demostrando el admirable periplo de un hombre de color por persistir y recuperar su ansiada libertad.
Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)