NYFF | Juegos simples: Lover’s Rock de Steve McQueen

Sucede con relativa frecuencia que la obra de un cineasta en ascenso se juzga en función de los hitos que construyeron su prestigio, lo que antes representó una plataforma se convierte después en un tirano parámetro. En el caso del cineasta británico Steve McQueen, el éxito logrado con Hunger (2008) se convirtió en una demanda de replicar una fórmula que más tarde se diluyó en Shame: deseos culpables (Shame, 2011) y, posteriormente, en la oscareada Doce años esclavo (12 Years a Slave, 2013); un punto de inflexión en el que los compromisos comerciales parecían pesar mucho más que las ambiciones artísticas, aun si Viudas (Widows, 2018), a la distancia, parece ser un intento de reconciliar ambas tendencias con un rigor que permanece oculto debajo de lo esquemático y lo “industrial”.

Para su siguiente proyecto, quizá McQueen prestó atención a una de las quejas más recurrentes sobre Widows –“debió ser una serie de televisión”- pero no en los términos que la audiencia esperaba, sino bajo un principio diferente: prescindiendo completamente de una sucesión de eventos, aunque no en su distensión. Así es Lover’s Rock, el capítulo de Small Axe (2020), su miniserie para la BBC que inauguró el Festival de Cine de Nueva York (NYFF, por sus siglas en inglés) de este año. La miniserie está basada en las experiencias de una comunidad de descendientes africanos y caribeños en Londres, entre 1969 y 1982.

En Lover’s Rock no se establece quiénes son los personajes principales o qué función tendrán en la trama más adelante, esto se infiere. Es esencialmente la preparación de una fiesta, la celebración de la misma y finalmente su consumación. El título hace referencia a un estilo de música reggae que es conocido por su contenido y sonido romántico, cadencioso y tan sensual que se vuelve físico, atributos que también comparte el episodio dirigido por McQueen, sumergido en una fotografía que oscila entre los ocres saturados y los naranjas deslavados.

No es importante lo que pasa sino cómo pasa, una idea que pareciera incompatible con la forma en que las series de televisión funcionan. Todo el júbilo y la ligereza que no existían en la obra anterior de McQueen se hacen presentes en Lover’s Rock, y de forma aún más notable en la secuencia en la que los personajes bailan sin música mientras cantan la letra de Silly Games, de Janet Kay. La sagacidad de McQueen recae en tocar los temas del racismo y la segregación a través de la excepción de los mismos. Si los personajes están celebrando en una casa no es por comodidad, sino por condición: ir a los clubes nocturnos estaba prohibido para esta comunidad.

Las manifestaciones más explícitas del racismo apenas se asoman en Lover’s Rock, lo que da dignidad a sus personajes a través de recursos tan simples, pero usualmente obviados, como el goce y la diversión. La costumbre, que McQueen parece identificar bien, es retratar a su comunidad como una cuyo sufrimiento justifica su resistencia y combate, pero es desde la defensa del placer donde McQueen les da agencia a sus personajes. Bailar y combatir son acciones que implican liberar el cuerpo para alcanzar la dicha. Como dice la canción: silly games.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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