Wonka: El dilema del confitero

En los créditos de Wonka (2023) hay un apunte curioso que resulta revelador: en lugar de decir “dirigida por Paul King”, estos al inicio culminan con “una confección de Paul King”. Dicho apunte bien podría pasar como un guiño más dentro de los muchos que hay en la película y la relación que tiene con la confitería, pero en realidad acentúa tanto las cualidades como las deficiencias de la misma, especialmente si consideramos que King cuenta con el favor de un amplio grupo de espectadores gracias a su solvente labor en las dos entregas de Paddington. Lo que King tiene es un talento singular para la cadencia, un espíritu de narrador que le permite desenvolverse con extraordinaria ligereza y lograr superar toda clase de escepticismo, incluso el que pesaba alrededor de esta especie de precuela de Charlie y la fábrica de chocolate.

King toma numerosos elementos de la obra literaria de Roald Dahl, también retomada por Wes Anderson para una serie de cortometrajes producidos por Netflix, de modo que pueda darle sustancia a lo que es, en inicio, un descarado ejercicio más de explotación de propiedad intelectual, para construir una alegoría que pretende denunciar los mecanismos de sistemas económicos y políticos obscenamente abusivos ¿Cómo sortear la contradicción que existe en el mensaje y la forma en la que llegó a ser realizada? Lo que Warner ha hecho, hábilmente, tanto aquí como en la Barbie de Greta Gerwig, es asumir con ironía y métodos meta textuales que las películas contemporáneas pueden generar ideas o, en el caso de King, emociones a partir de propiedad intelectual que ya ha probado su aceptación al público.

Es difícil concluir si esto resta o suma mérito al producto en sí. Quizás habría algo que se perdería si Barbie deja de tratarse de la muñeca Barbie y si Wonka dejará de lado, más que el personaje literario, el universo cinematográfico creado por Mel Stuart en la versión de 1971 y revitalizado por Tim Burton en 2005. La altura casi totémica que alcanza la propiedad intelectual en términos de todo lo que se puede desprender de ellas, ya sean creaciones “autónomas” o reflexiones “críticas”, carece de legitimidad que los estudios buscan en cineastas que tienen cierto prestigio sin ser considerados “autores” -etiqueta que cada vez más pierde vigencia y relevancia- Es ahí donde King justamente “confecciona” o “confita” esta golosina narrativa que antes de llegar al empalagamiento, libera un perfume discretamente amargo.

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Este amargor particular tiene su origen en las letras de Dahl, que King adapta diligentemente a la pantalla aunque sin el mismo grado de fidelidad que Wes Anderson o la audacia iconoclasta de Nicholas Roeg (Las brujas, 1990). Wonka se maneja como una de las creaciones de su confitero titular: busca confortar antes que nutrir. Por ello el principal mérito de King es el de la ternura, pero no una ternura genuina, sino una fabricada y ricamente garapiñada, tal como sucedía en ambas películas de Paddington, especialmente en la segunda, en la que aparece Hugh Grant haciendo un papel alejado de su star persona, y que en Wonka interpreta a un Oompa-Loompa con una personalidad flemática, que resulta ser el personaje más atractivo aún si aparece solamente en unas pocas escenas, dejando una nota agria que le da variedad a la confitería de King.

Por otro lado, Timotheé Chalamet elige, sabiamente, alejarse de las interpretaciones de Gene Wilder y de Johnny Depp, no recayendo en manierismos ni gestos extravagantes sino apelando a una enorme ingenuidad, que si bien puede llegar a ser chocante con la personalidad de Chalamet, sabe moderarla para que el personaje no llegue a ser percibido como un idiota, sino como un artista y alma sensible que se enfrenta a la vileza y crueldad del mundo ( característica propia de los universos de Dahl). Incluso en un momento de la película, Wonka dice algo parecido a que “siempre ha dependido de la bondad de los extraños”, casi citando a la emblemática Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo.

Con números musicales que conservan un sentido de espontaneidad propio de algunas películas musicales de estudio de los años 40, Wonka ciertamente tiene el carisma suficiente para resaltar entre las varias películas que llegan cada semana y de las cuales pocas permanecen en la memoria colectiva. Es muy pronto para decir si es que Wonka trascenderá su tiempo y se convertirá en una fuente de consulta tan activa como la Matilda (1996) de Danny DeVito, pero al menos tiene los elementos suficientes para dejar un sabor distintivo, del que aún no sabemos con certeza si querremos volver a probar o no y si es que dicho sabor, permanecerá o se olvidará con el siguiente bocado.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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