Hojas de otoño, humildad, cinefilia y soledad

Hace algunos años le preguntaron al cineasta finlandés Aki Kaurismäki sobre consejos o recomendaciones dirigidas a cineastas jóvenes. Su respuesta fue contundente: humildad, cinefilia y soledad. Tales cualidades definen su cine, Hojas de otoño (Kuolleet Lehdet, 2023), su obra más reciente, no es la excepción: un hombre y una mujer se enfrentan al reto de conectar a pesar del mundo y de sí mismos. La sencillez de la trama, así como de la forma en la que Kaurismäki desarrolla el relato, tienen un aire decididamente chaplinesco que evita ser trivial a través de un recurso imposible de aprender, uno que solamente se genera de forma empírica y cotidiana: alma. Si bien el cine de Kaurismäki siempre ha sido melancólico, dicha emoción tiene cualidades esperanzadoras al descubrir la belleza que esto genera. Para el cineasta finlandés, sin melancolía no hay esperanza, por lo que ella es necesaria en un mundo agobiado por guerra, muerte e indiferencia.

Muchos han comentado que Kaurismäki está rehaciendo Nubes Pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996), pero aquí las alusiones tocan directamente al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania de una forma directa a través de boletines de radio –tal como sucedería en cualquier película del cine clásico–. Esa vigencia, acentuada con el comentario sobre las paupérrimas condiciones laborales que reinan en el mundo, denotan una conciencia social que está completamente lejos de todo arribismo tan recurrente en los festivales internacionales europeos. Kaurismäki es un cineasta de enorme franqueza, pero no de crudeza. En Kuolleet Lehdet ciertamente hay un trabajo menos estilizado en términos plásticos (algo similar a lo que sucede con Cerrar los ojos de Víctor Erice), pero eso no quiere decir que no sigue existiendo un fuerte sentido estético en términos de composición y montaje.

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Es evidente que el interés de Kaurismäki yace en las personas con las que trabaja, más que como colaboradores, como personas y tal cualidad se transmite también en la parquedad pero profunda efusividad de sus personajes, por ello es que no necesitan decirse demasiado para saber que hay un amor profundo, como tampoco se tuvieron largas conversaciones y, a veces, se emitió palabra alguna en las películas de Charles Chaplin o F.W. Murnau para enamorarse profundamente y hacer ese vínculo no solamente creíble, sino estremecedor.

En una de las secuencias de la película, los personajes principales, bellamente interpretados por Alma Pöysti y Jussi Vatanen, acuden a un cine a ver Los muertos no mueren (The Dead Don’t Die, 2018), la de Jim Jarmusch. A la salida, dos personas discuten que la película remite a Bresson y Godard (un chascarrillo a expensas de la cinefilia que también endiosa a los cineastas). Acto seguido, los personajes principales hacen explícito su deseo de volver a verse frente a un póster finlandés de Brief Encounter (David Lean, 1945). La mujer anota su número telefónico en un pedazo de papel que el hombre mete al bolso de su chaqueta, pero el papel cae y una ventisca se lo lleva. Son momentos así de simples los que construyen la grandeza de una película que es congruente con lo que su director pregona: modestia, humildad y soledad.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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