‘To The Wonder’: Las maravillas de vivir en el mundo de Terrence Malick

Hay algo en las películas de Terrence Malick que las hace especiales y que, incluso, ha llegado a pensarse como creador de tomas bellas a la vista y de atardeceres sin final. Eso está en la exquisita manera en la que su cámara captura. También se ha dicho que sus películas carecen de historia y que triunfan únicamente por sus virtudes al momento de filmar. Es un director controversial, cuyo adjetivo llegó a su punto más alto hace dos años con The Tree Of Life. Una película en donde la narrativa estaba a merced de la complejidad y belleza de sus imágenes, que pretendía mostrarnos el origen del todo, haciéndonos tan pequeños como parte medular de un todo en conjunto. Suena complejo, pero no era más que la reminiscencia de su infancia, plasmada a perspectiva de un niño elegante y educado. Malick es incomprendido, pero siempre efectivo.

Su carrera está llena de ejercicios distintos a nuestros tiempos. Todos ellos haciendo alusión a la historia, como si el director estuviese obsesionado con el pasado, como si valorara más un escenario que no tiene arreglo que uno que lo puede. Hasta el día de hoy, que su nueva película, To The Wonder, está apareciendo en festivales y salas de cine alrededor del mundo.

Siendo su película ambientada en nuestros días, To The Wonder es un experimento más de la mente visceral del director. En esta ocasión, Malick centra su historia en uno de los más complejos tópicos en los que se pueda pensar, después de haberlo hecho con el origen y destino de Tree Of Life. Y que es una perfecta continuación a lo que comenzaba a tejer allá: el amor.

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Se siente más como un filósofo que como un cineasta. El amor en To The Wonder es todavía más complicado. Los personajes pasan por una serie de acontecimientos que los lleva a representar las consecuencias del sentimiento como en un acto teatral. Y es que el director, empecinado con el mínimo requerimiento de diálogos y más versos memorables en off, hace de su reparto un ejército de danzantes teatrales que se mueven al compás de una musicalización bañada en melancolía y fotografías del entorno en que se desarrollan.

Un manifiesto que parece seguir los pasos de su antecesora y que nos dice que, todos somos parte de algo más grande que nuestro pensamiento, que todos somos diminutas partes que convergen con unas más grandes –la naturaleza, él dice– y que, por mucho que nos conjuntemos en armonía de amor con alguien más, el verdadero sentimiento se debe encontrar en el entorno que cubre nuestra historia. Porque personas van y vienen, pero nuestro alrededor permanece con nosotros hasta las últimas consecuencias. Un mensaje contrastante con la intención primordial de la película, pero que hace extraño sentido con la historia central.

Si uno lee la sinopsis podrá caer en cuenta. Ben Affleck es un inspector ambiental que se enamora de una linda francesa (Olga Kurylenko) y que, al paso del tiempo y de su romance continuo decide, junto con su hija (una atinada Tatiana Chiline) viajar a Estados Unidos para vivir con él. Así, los días pasan y su visa expira, así que tienen que regresar a Francia. Cuando lo hacen, Affleck se reencuentra con un viejo romance, la bellísima Rachel McAdams y todo lo demás es historia contada. Entretanto, Javier Bardem es un sacerdote que cuestiona su fe, basado en los hechos divinos que nunca ha presenciado. Duda del amor a su Dios a falta de pruebas. Porque, al igual que el resto de los personajes, su vida es más vacía de lo que había pensado.

De ahí que Malick lo describa con precisión. El acto teatral de felicidad es efímero en el desarrollo de la cinta, mientras que la representación de soledad es constante. Cuando no lo están, se encuentran rodeados de paisajes que evocan a la soledad de una forma elegante. Sus encuadres y la siempre impactante fotografía de Emmanuel Lubezki están hechos con toda la intención de transmitir al espectador el sentir de los personajes. Además de su relación inevitable con la naturaleza. Por eso la historia de amor que no lo es tanto se lleva a cabo en tiempos en donde el sentir de la naturaleza comienza a saltar a consecuencia de la falta de su cuidado. Affleck es un inspector ambiental y en todos sus recorridos, el director nos muestra la porquería en la que el terreno se ha convertido, acto seguido un hermoso cielo aparece arriba de la porquería, que, a su vez, se encuentra al lado de un bellísimo campo perfecto para correr. Las reflexiones de Malick son increíblemente cuidadas a placer del ojo que las observa.

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To The Wonder es un título que parece contener los distintos caminos que recorre la película. Comenzando por la historia central como contraste. Al final del día la vida de los tres involucrados principales no hace otra cosa sino alejarse cada vez más de ese milagro. Bardem narra el intento fallido a voz de un sacerdote y es todavía más irónico. Continuando con el intento de hacer conciencia de que el hombre y la naturaleza son uno sólo, un milagro de vida al que parecemos renegar. Y terminando con el enunciado que lo ha de caracterizar desde Badlands hasta aquí. Se traduce –en una de sus formas– como ‘Al Asombro’ y es, al final del día lo que Malick termina por hacer. Su estética es impecable y hace perfecto juego con su manifiesto. El asombro es general para afectuosos o detractores. Terrence Malick es un director que hace películas a placer del sentido principal que las digiere. El resto de las reflexiones son optativas para el que las requiere.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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