Siempre que se mira al vacío lo que uno esperaría encontrar es un profundo y oscuro infinito en el que se proyectan todos nuestros miedos y ansiedades respecto del mundo, pero este vacío es inquietante por su color, su olor y su apabullante sinfonía gangsta en infinito loophole. Un vacío que no repele sino que invita a caer en él. Esta es la visión en caída libre que Harmony Korine, eterno enfant terrible del cine indie norteamericano que hizo coger a chavitos (Kids, 1996), se ganó el repudio y el aclamo (Gummo) y que nos hizo testigos de una auténtica pesadilla cropofílica (Trash Humpers, 2010). Este peculiar hombre ha creado lo que él llamó un “poema pop”, una auténtica lírica de la basura y el residuo cultural, un ataque frontal a lo visual, lo aural y lo ideológico.
En Spring Breakers: Viviendo al límite (2012) cada toma es como un disparo que se instala directo en el núcleo de todo un sistema de valores de representación a cargo de un grupo de adolescentes que se aburre en la escuela de la misma manera que aquellos rebeldes del clásico de Nicholas Ray Rebel without a Cause (1951) del que hereda el respeto godardiano por el código cromático y el movimiento de Nicholas Ray. Las semillas de esta rebeldía han crecido hasta convertirse en un deforme monstruo multicolor, una anarquía plástica, casi de juguete, agresivamente inofensiva, regidas por el nihilismo.
Los emblemas y símbolos de la infancia moderna (Selena Gómez, Vanessa Hudgens) se enroscan de manera inocente en un delicado balance entre la caricatura y la pornografía. Ellas junto a Rachel Korine y Ashley Benson se enfrascan en la dionisíaca decadencia de la Florida contemporánea (ya explotada en el Miami Vice de Michael Mann) hasta que su anarquía de juguete se topa con el laxo orden de figuras de autoridad desdibujadas, a la cual viene a suplir una figura que mezcla a Mefistofeles con Flavor Flave, el apropiadamente llamado Alien, enorme creación de Korine y James Franco.
El Alien de Franco es una figura que seduce y repele con delirante intensidad a este grupo de jovencitas que no están buscando significado a nada, y de la misma manera que ellas, su mundo está determinado por sus referentes culturales más cercanos (la épica degradante de Scarface y la vida del gangsta/dealer). Un personaje desprovisto de historia previa al cual somos capaces de entender a la perfección sus motivaciones y profundos complejos, que en un ejercicio de vanidad termina siendo sodomizado oralmente con pistolas de verdad por su “inocente” harem. El plástico se ha convertido en una corrosiva sustancia, ya no es la rebeldía inocente sino la más destructiva sociopatía al estilo de The Honeymoon Killers de Leonard Castle o Na Wylot del polaco G. Krolikiewickz. Somos ahora testigos de la criminalización de la rebeldía.
Spring Breakers es un complicado, neonizado y violento manifiesto hardcore de la cultura pop (lo que sea que ello signifique) en el que Korine no hace una ruptura evidente con su característico estilo, más que una historia hay una serie de fuertes impresiones, estructuradas en una narrativa sumamente simple, igual que en Kids, Julien Donken Boy o Trash Humpers en la que cada momento es de una violencia fugaz que se convierte en un estado generalizado de adormecimiento y omnibulación como escuchar tribal en loophole mientras devoras hot wings en un Hooters y Wild On visible en 5 pantallas de 40 pulgadas. Una dulce tortura.
La sensación que queda al final de Spring Breakers es la de haber salido de un largo ciclo de repeticiones carente de significado, en el que el legado moderno de Disney y la infancia que ha creado se rebelan y que mandan a la chingada por encimita a la familia y la religión, pero de una manera hipócrita y abandonar esos dogmas, de acuerdo a Korine, es abrazar con orgullo y portando un pasamontañas rosa con unicornios bordados una criminal orgía. Determinados todos por su circunstancia, son figuras trágicas que comparten canciones de Britney Spears al piano en un sutil, irónico y delicado momento en que la vacuidad de todos estos personajes se convierte en una triste realidad de un momento y lugar específico, después de todo Korine reafirma los valores de esa sociedad mediante su negación. Ese vacío aparentemente es profundo, pero llegar a conocerlo, implica aventarse y no regresar nunca más, sin siquiera poder ver, desde el fondo, el más luminoso neón.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)