Diarios del TIFF 2020 – Día 2

Nuestro segundo día de actividades “virtuales” en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF, por sus siglas en inglés) nos llevó a Nápoles, Taiwan y de regreso a Canadá, explorando separaciones de más de dos décadas, un parlamento invadido por una epidemia zombie, una curiosa revisión del mito de Narciso con alto homoerotismo y un funeral judío en el que el muerto es el menos importante.

Comencemos nuestro paseo por el TIFF:

Lacci
Dir. Danielle Luchetti

Abundan las películas sobre matrimonios en crisis, el tema es un asunto bastante cotidiano, aunque, lo cierto, es que muchas de ellas se disipan rápidamente en la memoria del público porque fallan en presentar el asunto bajo perspectivas novedosas o, cuando menos, apoyadas por el desempeño de sus actores. En el caso de Lacci, del italiano Daniele Luchetti estamos ante un largometraje tan tenue que poco trasciende de escena a escena.

La película se desarrolla a inicios de los años 80 en Nápoles, Italia, donde una joven pareja, Aldo y Vanda (Alba Rohrwacher), inicia un largo proceso de separación que no culmina y afecta más a sus dos hijos que a ellos mismos, creando una serie de resentimientos que se filtran de madre y padre a hermanos. A pesar de tener una trayectoria considerable como cineasta, Luchetti no ha obtenido un amplio reconocimiento fuera de su país. Aquí es admirable su ambición en el marco temporal, de unos 30 años, que Luchetti pretende abordar en la trama.

Además de la actuación de Alba Rohrwacher –quien por el afecto que profesa a su personaje parece entenderlo mejor que su director–, el trabajo con el sonido (o, más bien, su a ausencia) ofrece algunas posibilidades interesantes para el desarrollo de la película y la forma en la que el resentimiento se crea a través del silencio y la confusión. Sin embargo, Luchetti lo deja de lado y prefiere concentrarse en el histrionismo, junto a las manifestaciones más visibles y ruidosas de los lazos que pretende explorar a profundidad.

Get the Hell Out 
Dir. I Fang Wang

No se llega a una película como Get the Hell Out esperando agudeza o inteligencia en sus observaciones sobre la forma en la que se hace política en muchas partes del mundo, sino un desbordamiento afín al grotesco espectáculo en que se ha convertido la política mundial, algo que ha quedado más expuesto durante esta pandemia. En la película de I Fang Wang, el parlamento de Taiwan es atacado por un mordaz virus zombie en medio de una gresca política, en la pelea está involucrada la joven legisladora Hsuing (Megan Lai), quien después de aplicar la famosa “hurracarrana” a un periodista, debe usar al joven y tímido Wang (Bruce Ho), un guardia de seguridad, como títere para regresar a la política.

¿Cómo ridiculizar a una clase política que es una sátira de sí misma? La respuesta de Fang Wang ofrece un paroxismo que lleva a puntos caricaturescos –algunos dignos del gran Tex Avery– que remiten al cine de Stephen Chow (Shaolin Soccer, Kung Fu Hustle), cuya estridencia en el vestuario, el arte y, desde luego, las actuaciones genera un aturdimiento que no resulta cómodo, convirtiendo la llegada de la epidemia zombie al parlamento en un respiro de cordura.

Get the Hell Out funciona casi como una parodia de la popular Tren a Busan (Busanhaeng, 2017), con sus constantes quiebres y audaces rompimientos de la cuarta pared. A veces convirtiéndose en un feroz videojuego o, incluso, en un karaoke dirigido por las autoridades epidemiológicas. El artificio lúdico de la película y su ausencia de reglas, control y orden representa el señalamiento más certero y puntual de la clase política: los “contagiados” o “zombificados” son mucho más benignos y elocuentes que sus rabiosos arrebatos por el poder.

Saint-Narcisse
Dir. Bruce La Bruce

El canadiense Bruce La Bruce ha desafiado de forma consistente la forma de acercarse a distintos géneros desde una perspectiva queer, infinitamente más lúdica que activista. Películas como Otto, el zombie (Otto; or, Up with Dead People, 2008) o Gerontophilia (2013), han distinguido a La Bruce por un desparpajo que, aunque no es tan incisivo como el de John Waters, encuentra mayor resonancia con el revisionismo de su compatriota Quentin Dupieux (Le Daim, 2019). En Saint-Narcisse, sigue a un joven (Felix Antoine Duval) –cuyos rasgos se asemejan a los del Narciso de la mitología griega– que descubre que su madre esta viva y viviendo en el bosque con una misteriosa joven.

Obsesionado con su propia imagen, al reencontrarse con su madre (Tania Kontoyanni), el joven descubre que tiene un gemelo internado en un monasterio. La tensión sexual entre prácticamente todos los personajes de la película le permite a La Bruce muchísimas de sus indulgencias homoeróticas, sea entre hombres o mujeres. Aunque lo que antes era “provocativo” y “audaz”, quizás ahora va mucho más allá de las cosas que estimulan al cineasta canadiense.

Si su mezcla de brujería, erotismo e implicaciones mitológicas y religiosas (Narciso, San Sebastián, etc.) pudiera parecer transgresora, a La Bruce aparenta haberlo rebasado el tiempo y es evidente que tampoco le interesa mantenerse vigente más allá de poder filmar la tensión que siempre le ha interesado: la libertad absoluta de la belleza masculina y la abolición de los mecanismos que pretenden someterla.

Shiva Baby
Dir. Emma Seligman

El debut de la canadiense Emma Seligman es una acumulación de puntos de tensión que nunca se desahogan, al contrario, se contraen más buscando aliviarse antes de hacerse cada vez peores. Si el llanto de un bebé puede resultar profundamente inquietante, cuando sucede en medio de una Shiva (rito funerario judío) se torna perturbador, aún más, como en el caso de la joven Danielle (Rachel Sennott), si en dicho funeral se encuentra tu amante, la esposa de tu amante, su ex novia y una inquisitiva familia que no deja de soltar preguntas sobre tu futuro profesional y personal.

Desarrollada a partir de un cortometraje que presentó el año pasado en el TIFF, Seligman demuestra tener una notable habilidad para mantener ocultos los secretos que gradualmente se revelan en la película, sin dar nada por sentado sobre los personajes, evadiendo la caracterización fácil y dejando que la ansiedad de Danielle –bellamente contenida por la joven actriz Rachel Sennott– se convierta en el palpitante motor de la película.

Sin juicios y con genuino afecto por sus personajes, incluso los éticamente cuestionables, Seligman encuentra la comicidad en medio de la incomodidad, sin ser deliberadamente cruel con sus personajes, ni exacerbando situaciones. Esto crea un marcado contrapunto con una película como Whiplash: música y obsesión (Whiplash, 2014), de Damien Chazelle, que también se construye sobre la constante ruptura de puntos de tensión. El estupendo ensamble actoral lo completan Molly Gordon, Polly Draper y el gran actor de cuadro Fred Melamed (el Sy Ableman de A Serious Man), quien cierra la película resumiendo en un gesto la idea central de ésta: las cosas nunca están tan mal como cuando son resueltas.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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