Sundance | Violation: cómo irritar sacudiendo el monopolio de la violencia

A veces deseo cosas indecibles. Y lo sé, sé que no es muy femenino de mi parte, pero lo confieso: tengo fantasías de venganza con los hombres que (más) daño me han hecho –fantasías que prefiero dejar a la imaginación de quien lea esto–. Sería más aceptable, tal vez, llamarlas “fantasías de justicia”, pero la verdad es que aquello con lo que sueño cuando me dejo llevar por mis emociones difícilmente entraría en una categoría tan civilizada. (Además, sabemos bien que la justicia no erradica los daños hechos, no borra las cicatrices.)

Me queda claro que no soy la única (para muestra, falta asomarse a cualquier marcha feminista y escuchar a la masa cantando consignas tan poco sutiles como verga violadora a la licuadora) y, aun así, me siento tremendamente expuesta expresándolo aquí a título personal, en un texto firmado, sin el manto de la colectividad. Porque cuando contamos nuestras historias asumimos que deben estar sostenidas por otros valores, porque nos enseñaron que la rabia no es bonita. Como mujeres, exploramos la sanación, el trauma, el dolor, el acompañamiento; y a la vez evitamos voltear a ver todas esas sensaciones incontenibles, explosivas, optamos por esconderlas bajo el sillón.

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En el camino de reclamar el derecho a contar nuestras historias, hemos asumido una idea bastante acotada de lo que entendemos por mirada femenina, los temas sobre los que ésta se posa y la manera en que los aborda. La rabia inconmensurable, por válida que sea, parece no caber en estos cajones. Violation (Madeleine Sims-Fewer y Dusty Mancinelli, 2020) se suma así a una corriente reivindicativa que poco a poco se vuelve más común –aunque no menos controvertida–. Una mujer pasa unos días de descanso en el bosque con su pareja, su hermana y la pareja de su hermana –que también es amigo suyo–. El título de la cinta funciona como una bomba de tiempo: sabemos lo que sucederá y no podemos evitar intentar adivinar quién será el terrible villano que ejecute la sentencia.

Y es que puede ser cualquiera: algún loco desconocido que aparezca en el bosque, su pareja, su amigo. El cine nos ha enseñado que los hombres violan. Los hombres violan y las mujeres sufren las secuelas de la violación. Hasta aquí no hay sorpresas. Ahora, ¿qué sucede cuando esa mujer –real o ficticia–, en vez de sentarse a sufrir decide devolver el golpe? No, echar el miembro viril de un violador a la licuadora no hará que el daño desaparezca; pero sanar en silencio, dejar ir y perdonar tampoco impedirá que el violador vuelva a violar. Se trata de un dilema sin una salida clara y sencilla: en términos meramente narrativos, ¿no valdría la pena explorar más todas esas otras emociones que pueden entrar en juego en estos escenarios? ¿No hemos visto ya a demasiadas mujeres violadas derrotadas? ¿No se merecen los violadores, al menos en los confines de una película, un escarmiento un poquito más severo?

El paso de la protagonista de Violation entre el momento de la agresión y su venganza se muestra a grandes rasgos: sabemos que un hombre la violó, que nadie le creyó y que decidió, entonces, tomar las riendas y darle su merecido al violador. No vemos si es que lloró, cuánto lloró, ni el proceso detrás de la decisión fatal. No la vemos diseñar el plan de venganza ni conseguir los utensilios necesarios. No la vemos dudar ni arrepentirse. Y me atrevo a decirlo: este desenfreno narrativo es completamente válido. Hemos visto décadas y décadas de violencia gratuita ejecutada por hombres ficticios, ¿no será nuestro turno de hacerlo todo trizas, aunque sea muy de vez en cuando? ¿Aunque sea en la ficción?

Por Ana Laura Pérez Flores (@ay_ana_laura)

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