El Festival de Sundance se redimió después de la irregular jornada de ayer con algunas películas que distorsionan las expectativas generadas sobre ellas con notable habilidad. Virus mortales y paganismo, rehenes en un estudio de televisión, vidas destruidas por el cine, deseos frustrados y licantropía inerte llenaron nuestro tercer día en el festival.

In the Earth
Dir. Ben Wheatley

Se podría pensar que es demasiado pronto para ver películas inspiradas por situación en la que vivimos sumergidos, pero para el cineasta británico Ben Wheatley, que trabaja a ritmo vertiginoso, nunca es demasiado pronto para presentar su nuevo proyecto, incluso si ésta trata sobre un mortal virus que azota al mundo. La película sigue al Dr. Martin Lowery (Joel Fry), quien junto a una guardabosques llamada Alma (Ellora Torchia) se adentra en un bosque para identificar la cura para el virus, sin embargo, su viaje toma un giro drástico al toparse con Zach, un extraño habitante del lugar.

Después de los vituperios cosechados con su remake de Rebecca (2020), Wheatley regresa a terrenos en los que se siente mucho más cómodo para hacer una suerte de exorcismo y curiosa venganza sobre el mundo que tanto lo condenó. Filmó una película en quince días que no da atisbos de esperanza y remite a la creencia de la gente en el paganismo sobre la ciencia. Wheatley retoma los temas y estilo que le dieron enorme proyección al inicio de su carrera, particularmente por la cruenta Kill List (2011) o el cruce de la cultura folk y el misticismo de A Field in England (2013), además de sus experimentos con efectos fotográficos que inducen un estado perturbador y desorientador.

A pesar de haber sido concebida y producida en un período relativamente corto de tiempo, es evidente que Wheatley se siente muy cómodo en los bosques, entre los ocres y verdosos en que se desarrolla In the Earth. Aún si habitamos un mundo en el que su densa atmósfera de árboles –que emiten sonidos tan escalofriantes– es unos cuantos grados más creíble y realista que antes.

Prime Time
Dir. Jakub Piatek

Hemos visto muchas veces la escena: una persona desesperada toma como rehenes a los miembros de un foro televisivo para dar un mensaje importante, usualmente en el contexto de los Estados Unidos: Network (1976), Money Monster (2016) o Christine (2016). En Prime Time, el cineasta polaco Jakub Piatek debuta con una escena similar aunque de resultados e implicaciones distintos a los esperados. Ubicada en una estación de televisión polaca durante 1999, Sebastian (Bartosz Bielenia) toma como rehenes a un guardia de seguridad y a una edecán dentro de un set televisivo, demandando que emitan un mensaje para los polacos en la víspera de año nuevo.

La premisa de Prime Time ofrece una perspectiva sobre el riesgo que implicaba tomar la palestra pública en un medio de comunicación masivo –considerando la abrumadora facilidad con la que se hace actualmente en redes sociales–, no obstante, el interés principal de la película no está en hacer una reflexión aguda sobre los medios de comunicación, al menos no de la forma más tradicional, sino en explorar y cuestionar las necesidades que podrían llevar a una persona a hacerlo. Piatek hace que los papeles se inviertan rápidamente una vez que interviene la policía, los equipos de negociación descomponen a su protagonista aún más después de que llevan a su padre al estudio para tratar de hacerlo recapacitar, sólo empeorando la situación y revelando que nadie sabe realmente qué está haciendo. Quizá Sebastian tenga un poco más de certeza.

Prime Time no emite juicios sobre los motivos o intenciones de su protagonista, tal vez porque no las conoce pero se permite darse tiempo para conocerlas, no para entenderlo sino para neutralizarlo. En ocasiones parece que Piatek está del lado de su protagonista y en otras se le opone. Hacia el final, aunque su mensaje no sea el esperado, queda bastante claro.

The Most Beautiful Boy in the World
DIr. Kristina Lindström & Kristian Petri

¿Puede un hombre adueñarse de un rostro? Tal pregunta recorre el documental The Most Beautiful Boy in the World que hace un breve pero comprehensivo recuento de lo que sucedió con el actor sueco BJörn Andresen, el Tadzio de Luchino Visconti en Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971), hombre al que el documental responsabiliza de la vorágine que consumió a Andressen tras haber sido inmortalizado por la cámara del cineasta italiano.

Curiosamente la historia de Andresen había sido filmada, de alguna forma, por el mismo Visconti veinte años antes de toparse por primera vez con la etérea presencia del sueco. En Bellissima (1951), una mujer trata desesperadamente de iniciar a su pequeña hija en la industria del cine, sacrificándola a un mundo tan despiadado que, en ese momento, Visconti veía como algo remoto, hasta que terminó por absorberlo. Descrito como “un comunista con sirvientes”, Visconti adaptó la obra de Thomas Mann con la idea de encontrar “la absoluta belleza”, como registra el documental Alla ricerca di Tadzio (1970), momento que presenta a Andresen como nunca se le volvería a ver.

Como si la cámara de Visconti le hubiese robado algo en cada pose, Björn Andresen era prodigiosamente bello aún si no lo hubiese filmado Visconti, pero el mote de “el chico más hermoso del mundo” se cernió sobre su trayectoria. El documental presenta todo lo que aconteció después de el exitoso estreno de Muerte en Venecia y la manera en la que el sueco se convirtió en un auténtico fetiche, particularmente en Japón, donde además de grabar discos en japonés, su rostro fungió como inspiración para el popular manga Lady Oscar, adaptado posteriormente por Jacques Demy al cine.

“Quizá nuestra apreciación lo hirió”, dice una artista de manga en el documental, creando el espacio para generar una reflexión sobre el impacto que la repentina fama tiene en una persona que apenas está construyendo una identidad propia y el drenado de la misma que viene con la abrumadora popularidad. Las imágenes actuales de Andersen dan cuenta de un hombre que pasó de la belleza a la serenidad en un trayecto marcado por el dolor, la pérdida y la paternidad hasta su más reciente participación cinematográfica: hizo un cameo en Midsommar (2018), la única vez que “ha disfrutado actuar en cine”. Paradójica afirmación, considerando que en la película de Ari Aster su rostro es completamente destrozado. Esa imagen bien podría resumir la intención central del documental: destrozar el mito creado por un cineasta tan talentoso como egoísta, uno que, a pesar de todas las inclemencias e incluso la vejez, agudizó esa cualidad que escribió Thomas Mann del mítico Tadzio: “sus ojos eran del color del agua”. Afortunadamente, el agua nunca envejece.

Passing
Dir. Rebecca Hall

Un vicio común en las películas dirigidas por actores –fenómeno cada vez más común– es darle una excesiva importancia al trabajo actoral hasta crear una disociación con el resto de la película. Afortunadamente en Passing, la actriz británica Rebecca Hall (Vicky Cristina Barcelona, 2008) tiene un entendimiento particular no solo de la actuación, sino de la importancia de la presencia  e integración de sus actores a los espacios que designa para ellos. Hall adapta la novela homónima de Nella larsen sobre el reencuentro de dos ex compañeras de preparatoria que comienzan una relación muy cercana en el Harlem de los años 20.

Dejando de lado las perezosas comparaciones y peligrosas expectativas que podría implicar mencionar a Carol (2015) como un referente, Passing toma un rumbo distinto de la película de Todd Haynes, aún si existen coincidencias importantes: el énfasis en los objetos y el peso de los mismos en la interacción entre los personajes; además del uso de la nieve, catártica en la película de Haynes y anticlimática en la de Hall. Passing no exige a sus actores dramatismo, sino presencia. Aunque Thessa Thompson y André Holland realizan un trabajo notable, es Ruth Negga, una actriz cuyo rostro y cuerpo tienen una densidad que se adapta bellamente a la época –como en los años 50 de Loving (2016)–, la más destacada.

Passing atraviesa tensiones raciales de forma muy superficial, casi sin interés, y expone la forma en que un deseo frustrado, e incluso nunca admitido del todo, se manifiesta en un mundo tan minuciosamente construido aunque terriblemente frágil. Hall hace que esa sensación sea notoria durante toda la película hasta abrumar a sus personajes. Passing probablemente se verá empañada por la conversación alrededor de sus “posibilidades” en la temporada de premios, algo que generalmente resulta mucho nocivo para este tipo de películas, que no pretenden obtener premios e invariablemente los consiguen. Lo mejor que le podría pasar a una película tan discreta y sobria, es pasar desapercibida.

Eight for Silver
Dir. Sean Ellis

Todo funciona bien en Eight for Silver. Los eventos suceden como deben suceder. La violencia es tan cruenta como debe de ser. Los “sustos” están colocados donde debe ser. La ambientación de época es tan pulcra como debe de ser. Es una película que trabaja con una eficiencia tan premeditada que termina por convertirse en una ficción que muestra la mecanización con la que fue hecha. Sin accidentes, torpezas o deslices que criticar, planos y secuencias ensamblados como engranes de una máquina, funcional pero en absoluto compleja.

La película aborda la maldición que persigue a una familia a finales del S. XIX en Estados Unidos, una que provoca la aparición de licántropos y una serie de mutaciones corporales que pretenden alcanzar el nivel de grotesco/realista de David Cronenberg o Brian Yuzna, aunque, como el resto de la película, simplemente adecuadas. El mensaje final previsible y apropiado, “el hombre es el monstruo más temible”, recalca que el largometraje hizo más de lo que tenía que hacer ni decir, dejándonos en sepulcral silencio antes de pasar a lo siguiente.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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