pEn la recta final de Sundance, el panorama comienza a volverse claro respecto a ciertas tendencias que predominan en la programación, las cuales seguramente estarán presentes en otras películas fuera del festival: una creciente variedad de reflexiones pandémicas, incluyendo formas de trabajar el duelo; documentales y ficciones que pretenden emitir más opiniones que ideas sobre avanzado rol de la tecnología; y las películas concentradas en el exceso estilístico y el desbordamiento narrativo, muchas de ellas sin el rigor que sólo un verdadero cineasta es capaz de imprimir.

Aquí el recuento de nuestro cuarto día de actividades en Sundance:

Searching
Dir. Pacho Velez

Velez, uno de responsables del peculiar Manakamana (2013) –documental que formó parte de la nueva y breve corriente de etnografía experimental junto a Leviathan (2012) y otros más–, se adentra en las dinámicas del cortejo contemporáneo a través de las apps de citas, específicamente en Nueva York y durante tiempos de pandemia. Velez usa la pantalla como interfaz, de forma similar a la de Natalia Almada en Users, para mostrar a un grupo de gente de diferentes edades, preferencias, razas y contextos socioeconómicos mientras scrollean y analizan meticulosamente perfiles en aplicaciones para decidir si éste se adapta a “lo que buscan”.

La pregunta ¿qué buscas? es el eje mediante el que Velez estructura el documental y evidencia la forma en la que, indistintamente de las condiciones que nos distinguen, elegir una persona para una cita no es muy diferente de elegir un producto en un estante o scrollear como medida para evitar el aburrimiento. Mostrando los inevitables prejuicios de todos los usuarios haciendo sus pensamientos audibles, Searching no pretende arrojar conclusiones absolutas sobre una práctica tan común y que alcanza a prácticamente todos los grupos de edad, sino señalar que, a pesar de los avances tecnológicos, aun no sabemos manejar algo tan simple como pedirle algo a otra persona.

Searchers-still-3

Mass
Dir. Fran Kranz

Mass, desde su inicio, es una película que demanda solemnidad extrema. Antes de la llegada de cuatro padres de familia que tendrán un encuentro terapéutico en una Iglesia episcopal, una trabajadora social se encarga de supervisar que el escenario cumpla con una serie de condiciones tan específicas que cualquier asomo de calidez, como una caja de pañuelos desechables o decoración de colores, es inmediatamente desechado. La ópera prima del actor Franz Kranz confronta a los padres de asesino y víctima de un tiroteo escolar años después de la tragedia.

El peso de la película recae en Martha Plimpton, Jason Isaacs, Ann Dowd y Reed Birney; además de la tensa atmósfera que Kranz consigue a pesar de la simplicidad en su planteamiento visual. El control que se ejerce llega a ser excesivo y agobiante, incluso, innecesariamente cruel de una forma sutil. En este encuentro se atraviesan las esferas políticas, clínicas y familiares que tocan un fenómeno tan recurrente en Estados Unidos como los tiroteos, afortunadamente la película no pretende ser un panfleto directo sobre el uso de armas o la importancia de la salud mental en la población adolescente: su mayor interés recae en ofrecer espacio para el duelo que, como dice uno de los personajes, está “fuera de su alcance”.

Actrices con la habilidad de Martha Plimpton y Ann Dowd son capaces de transmitir años de enojo y culpa a través de su presencia, mientras que Jason Isaacs y Reed Birney exploran los contornos más vulnerables de la paternidad, mérito no menor en una película que ambiciona decir mucho en tan relativamente poco tiempo. Como sus personajes, Mass comete errores tratando de manejarse “correctamente”, cede a impulsos, al enojo y cree encontrar respuestas definitivas a cuestiones tan complejas como el dolor y la pérdida. En un momento revelador, Gail (Plimpton) comparte una historia sobre su hijo que gradualmente va levantando el colérico dolor que la abruma desde el inicio de la película. El cambio en su rostro es un momento con una gracia tal, que abandona la necesidad de castigar, como si el dolor pudiera hacernos tener la capacidad de ser más sabios que la Iglesia misma.

El perro que no calla
Dir. Ana Katz

Hay reminiscencias de El hombre robado (Piñeiro, 2006) en El perro que no calla, quinta película de la cineasta y actriz argentina Ana Katz, no por una “influencia” de uno sobre otro, sino porque exploran preocupaciones muy locales en contextos que gradualmente van revelando implicaciones más profundas o significativas que su aparente “pequeñez”. El trabajo de Katz inicia con la confrontación entre el joven Sebastián (Daniel Katz) con sus vecinos por los ladridos de su perro. Lo que sigue es una serie de eventos que gradualmente aumentan en su aleatoriedad hasta culminar en una pandemia que obliga a las personas a usar un casco de plástico y andar a gatas mientas no lo tengan puesto.

A pesar de que puede percibirse como una serie de viñetas con un mismo personaje, Katz encuentra una curiosa cohesión en todas ellas a partir de un aire desorientador pero cotidiano, incluso en las más íntimas: las de Sebastián con su madre y bañando a su bebé. Aunque el punto de interés es el tratamiento del tema pandémico, lo cierto es que esto solamente es uno de los varios elementos presentes y no el que le da propósito, algo que podría frustrar ciertas expectativas, sin embargo, refuerza la virtud que Katz quiere destacar en su protagonista: la resiliencia. La pandemia se minimiza para poder hacerle frente, más no para ignorarla.

Users
Dir. Natalia Almada

A cinco años de su estupenda Todo lo demás (2016), Natalia Almada inicia su nuevo documental con una serie de imágenes en las que el rostro más recurrente es el de su hijo, uno de los principales motivos que, quizás, hicieron a la cineasta alejarse del medio durante un tiempo. Este período parece haber despertado una serie de preocupaciones y reflexiones que encuentran cabida en su documental, buscando conectar los grandes y frenéticos cambios tecnológicos a temas mucho más personales, como la maternidad y la manera en la que ésta gradualmente se va dehumanizando.

Las imágenes que recoge Almada buscan crear un impacto similar al de la trilogía de Godfrey Reggio (Naqoyqatsi, 2002), entremezclando observaciones de la propia cineasta que terminan por hacer muy difusas sus intenciones y hacen de su ambición algo profundamente vacuo e, irónicamente, intrascendente. Hay demasiadas ideas en Users, muchas de ellas presentadas con la misma fugacidad con la que aparecen en cualquier feed o timeline, lo que hace que el documental caiga en su propia condena: la fría sensación de deshumanización tan resonante en Todo lo demás se extravía en Users.

Prisoners of the Ghostland
Dir. Sion Sono

Los homenajes y pastiches al cine de género abundan en los festivales y muchos de ellos, en el mejor de los casos, son olvidables, porque usualmente ignoran la enseñanza más valiosa de sus ídolos: la del compromiso con el desenfreno propio y no con el ajeno. Pocos cineastas tienen el compromiso que película a película muestra el japonés Sion Sono, cuyo frenético ritmo de trabajo hace que sus críticos lo señalen de inconsistente. A pesar de ello, sus trabajos no carecen de interés y menos cuando filma por primera vez en inglés de la mano del astro Nicolas Cage.

En Prisoners of the Ghostland, Sono crea una atmosfera samurái western –reminiscente de Sukiyaki Western Django (Takashi Miike, 2007)– que deambula por tantos géneros como le es posible, yendo del heist film a lo post apocalíptico enmarcando la búsqueda que un convicto (Cage) debe hacer de la nieta adoptiva (Sofia Boutella) de un poderoso terrateniente conocido como “El Gobernador” (Bill Moseley). Cage debe usar un traje de cuero negro que contiene explosivos en distintas partes del cuerpo que se autodestruirán en menos de cinco días y le ocasionarán un accidente tan doloroso como escatológico.

El exceso de Prisoners of the Ghostland tiene la disciplina de un cineasta experimentado como Sono, en su desbordamiento le da un lugar preciso a cada uno de los elementos que presenta a cuadro, ninguno de ellos gratuito, sino parte integral de cada secuencia de la película. Paradójicamente no se percibe como saturada a pesar de sus delirante trama y estructura. Una imagen recurrente es la de una máquina de chicles multicolor explotando en cámara lenta, breve secuencia que resume el espíritu de la película: una coreografía del sinsentido, colorida, vistosa y coronada por la presencia de Nicolas Cage, cuya figurase acerca cada vez más a la dimensión mítica de intérpretes como Peter Cushing, Peter Lorre o Udo Kier.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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