Diarios de Sundance 2022 – Primera parte

El Festival de Sundance tenía la firma intención de celebrar una edición híbrida en 2022, pero por circunstancias de sobra conocidas y que sería redundante señalar, se replegó a las pantallas domésticas por segundo año consecutivo. Aunque bajo esa modalidad el acceso es más amplio, también es cierto que cada vez tienen mayor eco los señalamientos hacia las películas programadas, los precios de los boletos virtuales para el público general y la sensación de que la falta de un acto presencial, aún con todo y “encuentros virtuales”, no tiene la misma validez.

Independientemente de ello, lo que hace a un festival son las películas presentadas y a juzgar por lo que se ha visto durante estos primeros días de actividad, parece haber mejor nivel que el año pasado. Aquí comentamos una pequeña selección de títulos:

  • When You Finish Saving the World | Dir. Jesse Eisenberg

Entre la solemnidad y la superficialidad existe una distancia cada vez menor, particularmente en la producción audiovisual actual tan rebosante en statements y desplantes de autoridad moral, productos cuya única convicción es la rentabilidad. Para su opera prima When You Finish Saving the World, el actor Jesse Eisenberg toma esa distancia para acercar a una madre (Julianne Moore) con su hijo (Finn Wolfhard), que a pesar de las abismales diferencias en su visión del mundo, ocupación e intereses, comparten un abrumador narcisismo. Moore interpreta a la administradora de un albergue para víctimas de violencia doméstica en Indiana, mientras que Wolfhard es un activo influencer musical con 20,000 seguidores en una plataforma –logro que presume como si fuese su primera evacuación en una bacinica– y que busca desarrollar “conciencia política” para poder conquistar a una compañera de su escuela.

Como otros actores que incursionan en la dirección, el punto más fuerte –por un margen sustancial– de la película es el trabajo de Eisenberg con los actores. Una actriz con la sagacidad de Julianne Moore es capaz de llevar a un personaje como éste a un plano del que quizá ni el mismo director/guionista estaba consciente que existía en primer lugar. El narcisismo del personaje de Moore resulta aún más monstruoso que el de su hijo, pero ninguno de los dos es ridiculizado en la película. Su sentido de self importance es evidenciado no como un acto de ignorancia sino de desconexión afectiva. Como en otras producciones de la casa A24Lady Bird (2017) de Greta Gerwig; Hereditary (2017), Ari Aster; 20th Century Women (2016), Mike Mills–, Eisenberg explota un tropos común que no va más allá de algunos gestos baumbachianos (The Squid and the Whale, 2005) y un evidente desprecio por el progresismo performativo, del cual este festival, como muchos otros, tristemente tiene en abundancia.

  • The Worst Person int he World | Dir. Joachim Trier

No es evidente, pero si hay algo palpable en The Worst Person in the World es un enorme miedo. No sólo está presente en la película misma, sino en las decisiones que la guían. El cineasta noruego Joachim Trier, quien se hizo mundialmente conocido con Reprise en el ya lejano 2006 –una película sobre ansiedades propiamente juveniles de un estrato social específico–, ha construido una carrera que lo ha llevado tanto a la producción internacional (Louder than Bombs, 2015), como a experimentar con los códigos del cine de género (Thelma, 2017), sin poder replicar el éxito logrado en ese primer trabajo. Para The Worst Person in the World, Trier regresa a ese mundo de adultos contemporáneos educados y bellos, profundamente inmaduros y lábiles, cuyas ansiedades encuentran resonancias con las que viven –o desean vivir– muchos adultos jóvenes contemporáneos, quienes comparten con Trier una inseguridad ante todo, por ello la permanente indecisión de Julie (Renate Riensve) resulta no solo aceptable, sino deseable.

En muchos sentidos, la película de Trier elabora sus propias críticas, ya sea hacia el rampante sexismo, la culpa del occidental o la libertad de ofender en nombre del arte y la libertad de expresión, pero el único lugar en el que no se juzga es el umbral en el que sus personajes se encuentran: el abandono de la juventud. Los desplantes efectistas de Trier, como la ahora célebre secuencia en la que “el tiempo se detiene”, abonan a esta sensación de una persona en constante búsqueda de validar su inteligencia, belleza y justificar su caprichosa displicencia como libertad.

  • Leonor Will Never Die | Dir. Martika Ramirez Escobar

Resulta difícil trascender la mera nostalgia cuando se mira al pasado sin ir más allá de la mera reelaboración del mismo, lugar donde muchos cineastas suelen quedarse atascados en su intento por hacer “homenajes” de nula relevancia en el presente y que se disipan sin dejar espacio para ser posteriormente homenajeados. La opera prima de la cineasta filipina Martika Ramirez Escobar, Leonor Will Never Die, recoge dos tradiciones fuertemente arraigadas en el cine filipino (el melodrama contemporáneo y el cine popular de acción de antaño) para combinarlas en una metaficción que por momentos parece evocar el espíritu abiertamente lúdico y experimental de cineastas como el filipino John Torres o el mexicano Nicolás Pereda, comparación que tiene cabida considerando que entre el cine filipino y el mexicano existen similitudes notorias en las tradiciones que rescata la película de Ramírez Escobar.

La película se centra en la difícil situación que vive Leonor, una vieja actriz de cine filipino, quien batalla para pagar las cuentas y un día encuentra el guión de una película de acción escrita escrito cuarenta años atrás. Después de una pelea doméstica de unos vecinos que termina con una televisión siendo arrojada por una ventana, Leonor entra a la película que escribió y comienza a alterar el orden, tanto del mundo que ella creó como el que habita. Sería muy tentador para la película simplemente conformarse con celebrar una forma particular de hacer cine, pero Ramírez Escobar emula la ambición del gran cineasta filipino Mike de Leon (Kakabakaba kaba?, 1980) y admite la disolución de fronteras entre géneros y realidades –bien lo dicen en la película: nadie edita nuestras vidas–, propuesta que resulta infinitamente más ingeniosa que la de un simple multiverso.

  • Living | Dir Oliver Hermanus

¿Es útil o provechoso rehacer películas que por su estatus de “clásicos” se consideran inobjetables? Es muy conocida aquella frase de Jacques Rivette que considera la mejor crítica a una película el hacer una película, pero el experimento del rehacer una película tiende a tratar de marcar una distancia que difumina lo que la hace grande o se ciñe a la misma con tal fidelidad que carece de cualquier aspecto distintivo. En el caso del sudafricano Oliver Hermanus, que retoma Ikiru (1952), de Akira Kurosawa, trata de ir más allá del mero fetichismo o el revisionismo, y más bien abstrae una emoción específica de la película de Kurosawa e inunda con ésta Living.

Escrita por Kazuo Ishiguro, un escritor más británico que japonés, traslada la acción Ikiru a la Inglaterra de los años 50, ahora el protagonista es un sobrio Bill Nighy, cuya actuación marca finamente el ritmo del largometraje: uno de melancolía perpetua. Después de enterarse de su inminente muerte por un agresivo cáncer, el burócrata interpretado por Nighy adopta una serenidad que parece muerte en vida –no por nada le apodan Mr. Zombie en la oficina– y hace la cosa más sensata posible: dejar su trabajo e ir a comer, ir a ver una de Howard Hawks al cine y hacer todo lo posible por lograr que se construya un parque de juegos en un lote abandonado, desechando todo lo que le atribuyen a esa odiosa y trillada frase de “vivir la vida”. De lo que no se puede estar muy seguro, es que tanto de ello no estaba ya presente en la película de Kurosawa y si eso es suficiente para justificar la existencia de Living.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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