Diarios de Sundance 2022 – Parte 3

El Festival de Sundance concluyó otorgándole el Gran Premio de la Competencia Dramática a Nanny (2022), de la joven cineasta Nykiatu Jusu, película que aglutina perfectamente los intereses y tendencias más marcadas en la programación del festival, tanto para bien como para mal.

Por un lado, Nanny es una puntual reedición de la enorme La Noiree de… (1966), del cineasta africano Ousmane Sembene, fusionando lo político con lo mítico en formas que muchas veces simplemente se plantean pero que no se exploran a profundidad y este es el problema central, no solo de esta película, sino de varias otras en el festival.

Nanny toma elementos de diversos géneros sin comprometerse de lleno con ninguno, tomando horror, drama social, metáfora mitológica y thriller por igual sin lograr contenerlo de la forma en la que lo hace, por mencionar un ejemplo reciente, la cineasta Mati Diop en Atlantiques (2019) o Bertrand Bonello en Child Zombie (2019). Sin duda es mejor que otras películas dentro de la competencia que toman una ruta similar, como Master o Watcher, la película de Jusu es una ganadora justa para el certamen que tuvo un nivel relativamente mejor que el del año pasado.

En este último resumen, repasamos algunas películas que destacaron dentro de la programación y que incluyen un thriller, un polémico documental que pone en juicio tanto a cineastas como películas, la ganadora de la competencia dramática internacional y cerramos con la que quizá fue la película más llamativa del festival.

  • Resurrection | Dir. Andrew Semans

Las películas por cable tienen elementos distintivos que rara vez son apreciados y, más bien, tienden a ser desechados como “artificiales” o “falsos”. Sin embargo, existe detrás de ellos una economía formal y narrativa que recurre a lo que uno llamaría “trucos básicos” para generar una reacción específica.

En el caso de Resurrection, el cineasta Andrew Semans parece invocar el espíritu de esos thrillers hechos para televisión con la historia de una exitosa ejecutiva (Rebecca Hall) cuyo riguroso control se desmorona completamente cuando empieza a coincidir con un extraño hombre (Tim Roth) con el que años atrás había tenido una relación.

El trauma del abuso psicológico empuja la trama de Resurrection a puntos tan extremos de ansiedad que es relativamente fácil sentir el mismo frenesí experimentado por el personaje de Hall durante casi toda la película. Hiperventilación, sudoración excesiva y un angustiante pánico invaden la película a medida que se descubre qué se oculta detrás de la relación entre Hall y el perturbador personaje de Tim Roth.

Aunque la película llega a rozar el terreno de lo risible, la densidad y gravedad de una presencia como la de Rebecca Hall, evita que se descalabre estrepitosamente, como en su momento hizo, por mencionar un ejemplo, Glenn Close en Atracción fatal (Fatal Attraction, 1987), no por que Resurrection o la actuación sean parecidas, sino porque ciertas decisiones de la actriz mantienen a la película de pie a pesar de su frenético ritmo.

resurrection

  • Brainwashed: Sex, Camera, Power | Dir. Nina Menkes

¿Se puede afirmar tajantemente que una imagen, o una forma de representar el mundo, tiene efectos nocivos y reales sobre el mismo? El documental Brainwashed, de la cineasta Nina Menkes, demanda acercarse a él con cautela y apertura, particularmente cuando aborda si los efectos que las imágenes y, específicamente, la perspectiva del cineasta tienen consecuencias e impacto real en la interacción humana.

El proyecto es básicamente el registro de una masterclass dictada por Menkes, intercalada con una serie de entrevistas con diversas especialistas y extractos de películas que la directora analiza para justificar su argumento central: que existe una relación intrínseca entre la forma en la que Hollywood objetifica a las mujeres en el diseño e implementación de un lenguaje visual finamente codificado y que éste provoca, indirectamente, los caso de abuso sexual en la industria cinematográfica.

Usando ejemplos que van de Fritz Lang a Marvel y poniendo particular atención a una secuencia de Raging Bull (1980), de Martin Scorsese, Menkes expone argumentos que por un lado son razonables y siembran duda; por el otro, llegar a ser solipsistas y terriblemente condescendientes con los espectadores, quienes ostentan un papel completamente pasivo y sin capacidad de agencia ante lo que ven.

El punto ciego del documental de Menkes, irónicamente, son quienes ven las películas, cuando existen espectadores como la misma directora que señalan sus objeciones y que plantean alternativas a un código de construcción visual que consideran problemático. Aunque parte de los planteamientos de la prestigiosa Laura Mulvey y apoyada por una amplio coro de voces autorizadas, el alcance del documental parece limitado ante sus propias ambiciones.

Tan arriesgado resulta decir que las imágenes tienen un poder de sumisión total sobre el espectador como afirmar que todos los espectadores cuentan con mecanismos de discernimiento y criterio suficientes para no influenciarse de forma nociva por lo que ven. No existe una salida sencilla a la controversia que el documental de Menkes plantea, pero quizá lo más cercano a ello sería juzgar a las películas por lo que vemos en ellas, tomando la cita de Emerson que usa Menkes: la percepción no es caprichosa, sino fatal pero considerando que la percepción es el inicio de lo que se convierte en pensamiento. Quizá no todo queda en la mera percepción.

  • Utama | Dir. Alejandro Loayza Grisi

Sería muy sencillo para una película que presenta a miembros de comunidades minoritarias que se resisten a migrar a entornos urbanos tomar pautas de representación que tienden a tratar de forma condescendiente y sesgada a sus personajes, dejándoles únicamente el silencio y un estoico sufrimiento como únicas emociones permitidas. En la película boliviana Utama, del joven Alejandro Loayza Grisi, dos ancianos que viven en una comunidad remota de Bolivia se resisten a abandonar su casa ante la presión de su nieto, quien vive en la ciudad, aun con la presencia de una azotadora sequía y un cruento sol que va minando la salud de los dos ancianos.

Aunque todo el planteamiento suena terriblemente familiar, Loayza Grisi evita el convencionalismo haciendo algo muy sencillo: prescindir de la solemnidad. Al permitir que sus personajes interactúen de formas que exaltan la generosidad, la calidez y, sobre todo, el cariño, Utama presenta un esquema básico de producción que no demanda modernización ni reinvención, sino que como las tradiciones más arraigadas, se renueva cada vez que se honra.

Con el espíritu de las películas del grupo Ukamau iniciado por el cineasta Jorge Sanjinés, aunque sin su punzante filo político, Utama se rehusa a explotar o exotizar a sus personajes y en cambio, ofrecerles la posibilidad de conservar su dignidad y un espacio permanente, aunque éste sea fílmico.

  • You Won’t Be Alone | Dir. Goran Stolevski

Tenemos a los hijos para continuar, son nuestra inmortalidad
Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez

Una de las vertientes más interesantes del cine de género es el folk horror; tal vez porque el espectro que se abre entre las leyendas y los símbolos, abarcan años de angustia, de miedo y de desolación. Las leyendas populares abrazan el terror de generaciones, transmitido genéticamente, de tal manera que encuentra una resonancia poderosa en las ficciones creadas por lxs grandes narradorxs. You Won’t Be Alone es la ópera prima de Goran Stolevski, un director australiano que dialoga con gran soltura entre el mal, el terror del infinito –de la eterna repetición– y la naturaleza.

Situada en una villa de Macedonia en el siglo XIX, You Won’t Be Alone narra la historia de una recién nacida que queda marcada por la oscuridad de una corrosiva bruja; una oscuridad descarnada, sin tiempo, que lleva el fuego como recuerdo de otra vida. Nada puede escapar a la envidia, por ello reclama lo que cree que le pertenece: la madre de la recién nacida tuvo que ocultarla en una cueva por 16 años para que la oscuridad no la encontrara, pero, la envidia –una forma de oscuridad– tiene raíces profundas y sueños que cumplir. La joven sale de la noche del lenguaje para entrar a la noche siempre abierta, siempre nueva: cada que la luz la toca, es una nueva luz, una nueva experiencia.

Tratando de aprender lo que es “ser humano”, la joven se va adueñando de los cuerpos de distintos, primero un gato o un jabalí hasta que finalmente da el salto al cuerpo de una mujer (Noomi Rapace) en cuya piel comienza a experimentar tanto placeres como dolores nuevos, el mundo se le revela como a un infante y, de hecho, la película se va narrando con una tenue voz en off que va articulando mejor su discurso a medida que la película avanza y las experiencias se acumulan. ¿Son los ruiseñores serpientes? ¿las mujeres son avispas? y otros cuestionamientos que se harían desde la inocencia de un niño, son formuladas por un ente que es, bajo nuestros criterios morales, perverso, pero quizá la pregunta que más cabida tiene dentro de la película es si la “maldad” tiene derecho de conocer el mundo. La antropología de You won’t be alone no proviene del rigor de una disciplina científica ni humanística, sino de una esotérica.

Aunque es evidente que Stolevski tiene en mente a cineastas como Terrence Malick, cuyo The Tree of Life (2011) sigue cerniendo una sombra ominosa sobre el cine contemporáneo, la película se asemeja más al espíritu de películas que buscan aprehender la naturaleza humana desde un lugar no humano como The Man Who Fell to Earth (1979), de Nicolas Roeg, o Under the Skin (2013), de Jonathan Glazer. Como en éstas, en la película de Stolevski hay un énfasis en la experiencia sexual y su relación con el descubrimiento del mundo, no desde lo genital sino desde lo puramente sensorial, por eso el cambio de piel resulta fundamental para el trayecto del personaje. Dicho tránsito incluye rostros familiares del cine internacional como la ya mencionada Rapace y el extraordinario actor portugués Carloto Cotta.

La maldad también se puede desdoblar en belleza, en sensibilidad plástica, en sensibilidad poética. Poética, como los versos que resbalan de la boca reseca de quien siempre ansía beber de la luz. Pero poética también como forma de creación: el mal también tiene derecho a engendrar y amar esa creación. Por las garras negras del deseo también resbala el cuidado, el encantamiento y la maldición. Para vivir, es necesario colocarse la piel de otro, beber la sangre de otro –Sentir todo de todas las maneras, deletrea Pessoa–, convertirse en otro, y sobre todo experienciar lo otro, lo distinto; incluso –o tal vez por eso mismo– aquello que nos es completamente ajeno, porque no lo controlamos: la naturaleza. Stolevski acude a la naturaleza constantemente no sólo como maravilla, sino como lo ominoso, como aquella presencia siempre bella pero también amenazadora, como las marcas terribles y precisas de un demonio, una sombra que de tanto tiempo no sabe otra cosa que repetirse a sí misma. El dolor primigenio como herida viva, como lumbre en movimiento.

Por JJ Negrete (@jjnegretec) & Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@Mariodelacerna)

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