La peor persona del mundo: Desear el fracaso

No es evidente, pero si hay algo palpable en La peor persona del mundo (The Worst Person in the World, 2021) es un enorme miedo. No sólo está presente en la película misma, sino en las decisiones que la guían. El cineasta noruego Joachim Trier, quien se hizo mundialmente conocido con Reprise en el ya lejano 2006 –una película sobre ansiedades propiamente juveniles, de un estrato social específico–, ha construido una carrera que lo ha llevado tanto a la producción internacional (Louder than Bombs, 2015), como a experimentar con los códigos del cine de género (Thelma, 2017), sin poder replicar el éxito logrado en ese primer trabajo.

Para The Worst Person in the World, Trier regresa a ese mundo de adultos contemporáneos educados y bellos, profundamente inmaduros y lábiles, cuyas ansiedades encuentran resonancias con las que viven –o desean vivir– muchos adultos jóvenes contemporáneos, quienes comparten con Trier una inseguridad, ante todo, por ello la permanente indecisión de Julie (Renate Riensve) resulta no sólo aceptable, sino deseable.

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La película consagra el ferviente deseo de “detener el tiempo” en su secuencia más celebrada –más por su rampante efectismo que por ingenio o agudeza– que ha alcanzado una considerable resonancia en tres generaciones distintas: la gente de 40, la gente de 30 y los vienteañeros. Es justamente el colosal appeal intergeneracional el que ha otorgado a The Worst Person in the World una popularidad que en apariencia la hace inmune al señalamiento crítico, el cual genera una reacción tan ríspida como la de Anders (Anders Danielsen Lie) cuando se comenta sobre aspectos polémicos del personaje que crea para un cómic de adultos.

Si hay un elemento que sobresale es la capacidad de Trier para crear espacios en los que el conflicto tiene aristas deseables y cotizadas, así como la norteamericana Nancy Meyers (It’s Complicated, 2009; The Intern, 2015) crea sofisticadas fantasías burguesas, The Worst Person in the World no dista mucho de esa comodificación y fetichización del conflicto y la crisis etaria que es inherente a prácticamente cualquier etapa de la vida. La universalidad del producto en cuestión hace indiferente que su lenguaje y nacionalidad sean tan acotados: lo que sucede en la película es indistinguible de lo que podría verse en cualquier otra urbe cosmopolita, atiborradas de quienes son las peores personas del mundo y de quienes añoran ser las peores personas del mundo.

En muchos sentidos, la película de Trier elabora sus propias críticas, ya sea hacia el rampante sexismo, la culpa del occidental o la libertad de ofender en nombre del arte y la libertad de expresión, pero el único lugar en el que no se juzga es el umbral en el que sus personajes se encuentran: el abandono de la juventud. Los desplantes efectistas de Trier, como la ya nombrada y célebre secuencia en la que “el tiempo se detiene”, abonan a esta sensación de una persona en constante búsqueda de validar su inteligencia, belleza y justificar su caprichosa displicencia como libertad.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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