‘Rebel Without a Cause’: El grito silente

La imagen de toda una generación que fue creada a partir del miedo de sus padres, como previendo los eventos que habrían de tomar forma (y una radical politización) en la siguiente década. El nacimiento de un nuevo mito, el nuevo depositario de la ansiedad juvenil y el siguiente icono de la cultura popular estadunidense. La creación de un nuevo lenguaje cinematográfico usando los medios formales convencionales del mismo para crear un nuevo corpus con entidad propia (o la intertextualidad antes de Godard). Cinemascope y Technicolor al servicio de un drama social nihilista y al servicio de la media voz de un cineasta como Nicholas Ray, probablemente, junto a Minelli y Sirk, el mejor realizador estadunidense de los años 50.

La imagen del rebelde nihilista amorfo no es la figura de James Dean, es la voz del autor encerrado en un formato constricto que tiene una enorme incapacidad (infundada por el sistema en el que se desarrolla) de expresar plenamente esa inconformidad y de sufrir la incomprensión de su obra por bastante tiempo. Sólo a la luz de las nuevas teorías y politiques de auteur desarrolladas en los años 60 se daría al rebelde mesurado una nueva dimensión y el justo valor a su grito silente (como el que suelta uno cuando anda cogiendo en casa ajena).

Símbolos diáfanos: La autoridad en tonos neutros y la contención juvenil en un apropiado rojo.

Nicholas Ray fue alguna vez llamado el “poeta de la oscuridad”, el manejo que hace del clásico juego de la sombra y luz en Technicolor, hace de él un exponente genial del “arte de pintar con la luz”. Sus “frescos” (como les llama Scorsese) en Rebel Without a Cause vibran con intensidad y son acentuados por un ambiente cromáticamente indefinido, en el cual, el pulso joven tiene enorme cabida para el desfogue artístico. El color en las películas de Nicholas Ray es un sinónimo de poder, energía y expresa estados emocionales y psicológicos profundos del personaje. A través de la presentación cromática del personaje, Ray acentúa rasgos de sus galerías suburbanas, dejando menos a la interpretación de los actores que a la presentación que Ray hace de los mismos.

Por ejemplo, en el cuadro de arriba, observamos a Natalie Wood vestida con un tono rojo bastante expresivo aderezada con un moño a la Joan Crawford en Johnny Guitar (en donde aplica una política cromática similar a la de Rebel Without a Cause). Este rojo contrasta enormemente con el ambiente estéril del cuartel de policía. A través de esta sencilla composición, Nicholas Ray hace del color una declaración narrativa. El color (o el recurso técnico) se pone al servicio de la narrativa e incrementa su dimensión y subtexto. De este modo, la atención del espectador inevitablemente se dirige al rojo, el espectador desmenuza el color en la retina y empieza a crear una empatía al nivel más primitivo por la chica de rojo.

Dinámica Familiar Clásica. El padre sentado, la madre, de pie, a un lado y el hijo agachado.

El concepto de la familia durante los años 50 había hallado una fuerte consolidación como núcleo del axioma de la Era Eisenhower-McCarthy y derivó en el avasallador desarrollo y establecimiento de la sociedad de consumo. El miedo a una nueva guerra nuclear mantenía a las familias de la clase media norteamericana (ahora, una vasta mayoría) ceñida a los lineamientos del gobierno. Bajo este marco atractivamente represivo, hay una nueva generación perdida que encuentra su epitome con el nacimiento de nuevos estilos o “alternativas” dentro del status quo (rebelión patrocinada), la música de Elvis por ejemplo.

En cine, ya se tenía a Maya Deren o Kenneth Anger, pero sus trabajos estaban limitados a la comunidad elitista/intelectual neoyorquina. Pero el fantasma que se gestaba bajo la administración de la época anti-comunista venía empapado de nihilismo, un concepto, por más, incomprensible y anacrónico a los padres de la sociedad mccarthysta. Los hijos abrazaban el nihilismo frenético del rock, experimentaban de forma más abierta la sexualidad y veían la vida como un concepto altamente volátil e inasequible. Esto fue algo que quizá la cultura del miedo nuclear no hubiera previsto, un efecto colateral si se le puede clasificar de algún modo, una nueva evaluación de los valores y las instituciones bajo la consideración de que un día para otro todo puede valer verga, entonces, ¿cual es la diferencia? Se gesta un dilema de dimensiones shakesperianas en la juventud, en cuyos extremos se encuentra una adopción irrevocable y fiel hacia el dogma consumista y sus instituciones o un total escepticismo o indiferencia hacia los mismos.

Pintando con luz. El Technicolor como medio expresivo/artístico.

El Technicolor es el medio artificial por excelencia. La saturación de color había dotado de belleza las imágenes creadas por los directores de magnánimos musicales o épicas históricas/bíblicas como un medio más para aventajar al cine sobre la TV, adicionalmente a la irrupción de un chingo de formatos nuevos. Sea en una orgía musical como Zeigfield Follies o una orgía bíblica como The Ten Commandments de De Mille, el Technicolor no había alcanzado un grado auténticamente expresivo, más allá de ser un apoyo para el artífice hollywoodense.

Nicholas Ray hace un uso nuevo del Technicolor (como aquel de John M. Stahl, precursor de Sirk, en Leave Her To Heaven con Gene Tierney), el uso del color como medio expresivo y herramienta para el desarrollo de la narrativa, el Technicolor levemente desprendido de su dimensión comercial al servicio de una crítica social. La imagen más expresiva en este tenor, es aquella secuencia en el planetario en la cual vemos a los personajes principales (los jóvenes) bañados en expresivas luces de colores emitidas por la proyección a la que están asisitiendo. La nueva dimensión policromática utilizada por Ray acentúa los rasgos indiferenciados de esta generación pérdida y los dota de otra dimensión dramática (como las policromáticas nalguitas de Briggitte Bardot en Le Mepris denuncian el uso del cuerpo como un instrumento comercial de consumo).

“El respeto a la imagen y al sonido.”

Al inicio de su película Made in USA (1966), Godard hace una dedicatoria a las voces autoriales que lo criaron a “respetar la imagen y el sonido”: Nick y Sam. Es incierto hasta qué punto las imágenes que vienen a continuación de la dedicatoria rinden homenaje a ambos autores. El dinamismo y la acción es lo que viene a la mente.

Un cine de violencia incontrolada y que nos salpica (como un mal caso de diarrea). Made in USA de Godard ciertamente tiene el look de una película norteamericana, la historia es tan enredada como las novelas de Raymond Chandler que plantea emular y si, hay un respeto fulleresco rayiano (esas mamadas…) por la imagen y su composición.

La violencia y el fin utilitario de la misma es el fin de la composición. Nicholas Ray y Samuel Fuller comparten una visión ácida y bastante crítica de la sociedad y el cine norteamericano (aunque Fuller era más político y trabaja mucho más que Ray en la producción independiente). En Rebel Without a Cause la violencia es patente en casi cada plano de la película, especialmente en dos escenas: la pelea con navajas (casi al nivel de una que se puede presenciar afuera del metro Tacuba) y la carrera de autos hacia el precipicio. Ray hace apología de la violencia kinética en ambas secuencias sin ser gratuitamente gráfico (¡a ver si aprendes, Eli Roth!). La tradición “violenta” apela más a la construcción de la escena, la edición dinámica y vivaz (que tanto mamaban los “cahiers”).

Deshaciendo mitos: La burla al fascismo y al paternalismo.

El valor iconoclasta del cine de Nicholas Ray se hace patente especialmente en Rebel Without a Cause. Los grandes mitos de virilidad y poder se derrumbaban a mediados de los 50, se veía venir la caída de las instituciones y una fuerte devaluación en el valor simbólico de los mismos. Sea el padre de Jim en mandil (¡che mandilón!) o Dennis Hopper (¡ay, desde chiquito, revoltoso el cabrón!) haciendo mofa de la autoridad a través de una burlona imitación de Hitler, Ray hace ver en sus representaciones iconográficas que mucho del nihilismo y la absurda existencia de estos “rebeldes” se debe a la falta de una creíble fuente de autoridad moral o ideológica. Esta crisis de identidad definitivamente no es nueva y se ha vivido en diversas etapas de la historia y en diversas culturas. Ya sea la crisis existencial en Francia o la crisis moral en el Japón de la posguerra, la erosión de una figura o modelo de la cual tomar características positivas o virtudes, erosiona la existencia y crea una fuerte crisis de identidad colectiva.

Plano Inclinado: Una decisión estética y moral.

Rebel Without a Cause representa un comentario formalmente feroz y estéticamente atractivo de una generación mítica. Aunque la voz autorial de Ray se vea eclipsada por el mito de James Dean, la película no pierde vigencia debido al comentario sobre la crisis de identidad adolescente (que no se ha podido superar y que sigue siendo eje central de la problemática social actual) y sobre la falta de figuras de una autoridad moral lo suficientemente fuerte para lograr un avance moral colectivo. El grito se ve ahogado por la ruidosa complacencia de las figuras de autoridad, aquí y en donde sea.

¡No soy niña, no soy niña!

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

    Related Posts

    Locarno 2023 – Segunda parte
    Transparencias turbias: El cine de Samuel Fuller
    Ellen Berent, lectora y ajedrecista
    NYFF | The Human Voice: La condena del olvido
    Las 100 películas de la década
    FICUNAM | Jacques Tourneur y la redención de los antihéroes

    Leave a Reply