Ray & Liz y el espejo de los recuerdos

Al inicio de Ray & Liz (2018), la ópera prima del fotógrafo británico Richard Billingham, un hombre duerme mientras a lo lejos se escucha una tormenta, la cámara captura brevemente detalles de su habitación, contándonos su vida a través de las texturas que lo rodean. Sus limitaciones económicas y la soledad que lo envuelven es aparente, sin embargo, su vida no es la historia de la película, sino el recuerdo de alguien más. Una evocación de otro tiempo distorsionada por los años.

La película cuenta tres episodios de la vida familiar e infancia de Billingham, sin ningún orden cronológico aparente, con sus padres como actores centrales. Filmados en 16 mm, cada uno de los segmentos muestra la precariedad económica y familiar en que creció el director, con un estilo contenido, sin llegar a ser minimalista, que parece inscribirse en los tradicionales kitchen sink dramas ingleses de finales de los 50, al tiempo que tiende conexiones con la obra reciente de otros cineastas ingleses, como Clio Barnard (El gigante egoísta) o Andrea Arnold (Fish Tank).

Éste, parece ser, es un ejercicio egoísta y catártico para Billingham –como lo era, por ejemplo, La danza de la realidad (2013) para Alejandro Jodorowsky, aunque sin los lances psicomágicos–, quien está poco interesado en redimir a sus padres o reflexionar sobre su vida. Ray & Liz no es sino la recreación de un momento en la vida del realizador que como infante no pudo capturar con una lente.

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Los encuadres evocan retratos, de manera similar al trabajo estético desarrollado por Lorenzo Haggerman en La montaña (The Mountain, 2018), que parecen completar un ensayo fotográfico. Billingham nos permite invadir su privacidad, también la de sus padres, para apreciar un tiempo en que el mundo es continuamente nuevo, aun en las peores circunstancias, en el que como niños somos incapaces de comprender qué sucede y estamos a expensas de las acciones de los “adultos” en nuestro entorno.

Liz (Ella Smith), especialmente, es retratada con dureza y vulnerabilidad. Su figura recibe la mirada más empática, porque su naturaleza es producto de su entorno. Su personalidad queda clara en el primer episodio, donde la vemos actuar con dureza con uno de sus parientes y, posteriormente, destruir entre lágrimas las pruebas de un vil acto de otro familiar. ¿Cómo construir familia en la marginalidad social de la Inglaterra de Margaret Thatcher?

La fuerza de la película recae en esa vuelta al pasado, en esa mirada distorsionada incapaz de ser fidedigna de lo vivido y, al mismo tiempo, cercana a lo experimentado. Sin el impulso tremendista de una película como Precious (2009), Billingham nos invita a contemplar el espejo de sus recuerdos, quizá para comprender el poco control que tenemos sobre nuestras vidas.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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