Hay algo dulce e inocente en las películas de Andrea Arnold, mezclado, al mismo tiempo, con un toque de realidad. La cámara de la cineasta británica sigue a sus personajes como si se tratara de un documental, retratándolos con cariño e intimidad. Recuerden los mejores momentos de Fish Tank (2009), donde la directora lograba que sintiéramos a su aspirante a bailarina como un amigo cercano.
El nuevo fresco de Arnold lleva por título Dulzura americana (American Honey, 2016) y retrata el roadtrip que realiza la adolescente Star (Sasha Lane) por el sur de Estados Unidos en compañía de un grupo de jóvenes que se dedican a vender revistas de puerta en puerta, parrandear y poco más que eso. Son un grupo bastante representativo, sus vidas quedaron truncadas por la realidad económica: sin estudios y sin la oportunidad de obtenerlos, están condenados a deambular entre drogas y pandillas, asistencia social y complicaciones familiares. Para ellos la camioneta y la carretera son lo más parecido al paraíso, aun cuando vaya a durar poco.
La película condensa influencias de directores como Larry Clark, Harmony Korine y Gus Van Sant, sin embargo, Arnold logra imponer su voz. El guion de la cinta continuamente abre ventanas por las cuales la sordidez natural de este tipo de relatos suela colarse (unos vaqueros sureños demasiado bien intencionados, un meditativo oso, una cita con un desconocido a mitad del camino), pero Arnold no está en el negocio de explotar a sus personajes, sino de intentar (al menos) entenderlos. Incluso cuando cae en las comparaciones obvias: barrios pobres vs. suburbios ricos, por ejemplo.
La misión es más compleja de lo que parece porque la salida fácil sería explotarlos en favor de la crudeza del arte o del realismo más azotado. Transformar este viaje de carretera en un capítulo de La Rosa de Guadalupe o en un proyecto de Paco del Toro hubiera sido más sencillo. No es el caso. Sí, los viajeros están en una depresión profunda, pero eso no los convierte en una atracción de circo. Arnold los humaniza, aunque eso le reste drama (que no emociones) a su historia.
Ellos son los niños que se quedaron atrás, la protagonista Star lo sabe y nosotros también desde esa primera escena en que la vemos buscar comida en un basurero junto a dos pequeños. Desde ese momento, la cámara de Andrea Arnold sigue a Star como si fuera un documental. Se vuelve su íntimo compañero silencioso. La película fluye en un movimiento continuo entre canciones de trap y hoteles baratos, al tiempo que Star comprende que su situación es la de muchos y que no hay un camino efectivo para abandonarla, por eso vivirla al máximo es el único camino. Hasta el hustler interpretado Shia Labeouf encaja en ese perfil: sobrevivir es su único destino.
Las grandes roadmovies funcionan cuando los personajes son buena compañía. El ritmo de American Honey invita a no bajarse de la camioneta, no obstante, el viaje debe terminar. La juventud es la estrella más fugaz.
Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado originalmente en Forbes México Digital.