En la historia de la humanidad, las crisis económicas desembocan en críticas al sistema de gobierno en turno a causa de una racha negativa representada por la escasez de consumo de producciones y servicios. La problemática deriva en la afectación a la sociedad que puede repercutir en las oportunidades laborales de trabajadores y en el desarrollo de sus modos de vida.
La fábrica de nada (A fábrica de nada, 2017) retrata una denuncia social que no únicamente abarca los pormenores del desempleo y las repercusiones emocionales en los individuos, sino que confronta las ideologías que debaten el tema. Un grupo de empleados de una fábrica de elevadores sorprende una noche a un grupo de hombres llevándose el material de construcción, descubriendo que la compañía ha sido desmantelada por sus propios administradores. Como respuesta, deciden unir fuerzas para realizar una huelga y evitar el cierre de la misma, ascendiendo a proporciones insospechadas que determinará una transición en sus existencias.
El realizador Pedro Pinho, acostumbrado a la exploración de la dificultad de los entornos sociales –representado en su documental As Cidades e as Trocas (2014)–, entremezcla en su ficción tintes documentalistas para presentar los daños emocionales provocados en los trabajadores, reflejados en una precariedad laboral y económica que retrata una problemática común en la sociedad portuguesa y en la Europa del siglo XXI.
Los primeros planos que utiliza el relato resaltan una inconformidad natural ante las circunstancias laborales. La súbita pérdida del empleo refleja, con cierta humanidad, una irrupción personal que se ve reflejada en sus acciones tanto íntimas como personales, desembocando en una ociosidad que presiona su confrontación ante el problema. Pinho abarca todas las perspectivas posibles de los despidos, los intentos del departamento de Recursos Humanos para aligerar el problema, los planes de finiquito y la preferencia por antigüedad, así como la urgencia de unidad de los empleados para crear una huelga. El tono del relato salta del drama a la acidez, recayendo en una sátira analítica capaz de amedrentar canciones y presentar un número musical que desemboca en un debate de ideas con respecto al sistema y funcionalidad del trabajo laboral.
Además de tocar una perspectiva dramática de precariedad laboral semejante a Rosetta (1999), de los hermanos Dardenne, el relato abarca también una reflexión que guía hacia una confrontación intelectual del capitalismo y la izquierda europea. El debate, un tanto pretencioso, arremete una crítica dura al capitalismo como el origen del desequilibrio social, llevando hacia un clímax que reafirma al consumismo de una sociedad atrapada e indispuesta a abandonar un sistema de confort que cubre, dependiendo de la persona, las necesidades para vivir.
Si bien La fábrica de nada extiende demasiado la complejidad de la incertidumbre personal ante el desempleo, reitera en su propuesta de denuncia social y es desbalanceada en su tono, coloca un necesario y humano mensaje sobre la clase obrera, sus necesidades, los vaivenes del sistema capitalista y las crisis económicas que desembocan en repercusiones generales para la sociedad.
Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)