Cuando se plantea un cuestionamiento profundo, rara vez nos satisface alguna de las respuestas con las que intentamos explicarlo. Pareciera ser que el velo de misticismo que envuelve a los temas trascendentales es banalizado por una respuesta que los banaliza y nos aburre, incomoda o agrede. El riesgo de plantear situaciones que pretenden, de manera ficticia, responder a los temas filosóficos de mayor preocupación, siendo nuestro origen y nuestra razón de ser en el Universo, entra a al peligroso mundo de la especulación, misma que en el Prometeo de Ridley Scott conoce a la ficción, no cualquier ficción vulgar, sino la ciencia ficción. El encuentro de estas bestias de titánicas proporciones es abrumadoramente espectacular, freudianamente violento y narrativamente estúpido.

Después de años en desarrollo, Ridley Scott decidió desempolvar el mundo de Alien del semi olvido colectivo al que se veía sujeto, siendo la última entrega de la serie el Alien: Resurrección de 1997 bajo la dirección de Jean Pierre Jeunet (con todo y el Alien rosado) y una línea argumental bastante estúpida y absurda, incluso para los estándares de la ciencia ficción.

El Prometeo de Scott prometía responder varias interrogantes de aquél enorme misterio que Scott develó en 1979 con el estreno de Alien. Aunque de manera no oficial se manejó como la precuela de la misma cinta, Prometeo no es más un par de respuestas vagas que un mamotreto de cuestionamientos nuevos, como querer buscar quién fue H.R. Giger en Google y terminar navegando en las turbias aguas de YouPorn. La búsqueda de respuestas es infinita y abre nuevas puertas y preguntas siempre, como la pornografía en Internet.

Cuando se comparan obras tan disímiles como Alien y Prometeo, que se desarrollan en el mismo universo, nos encontramos ante la contemplación de dos obras diferentes no solo en estilo, sino también en contenido. Donde Alien es austera, Prometeo es rimbombante; donde Alien juega con la tensión y el suspenso, Prometeo se regodea en el horror psicosomático; donde Alien es la explosión de un nervio, Prometeo es una constante y escandalosa crisis nerviosa. Ambas películas, desde mi perspectiva, son disímiles aunque referentes la una de la otra, en rigor Prometeo si establece los precedentes casi inmediatos de Alien, esclareciendo el origen no del humano, pero sí del monstruo.

Ripley es probablemente la heroína mas popular de los últimos 30 años, con la probable excepción de la espectacular Sarah Connor (Linda Hamilton) de T2: El Día del Juicio, la expresión más consumada del poderío femenino en la pantalla, una heroína enfrentada al arma engendrada más hostil, todo esto en un par de calzoncitos blancos y un top muy ajustado. La Helen Ripley de Sigourney Weaver se convirtió rápidamente en un estandarte feminista y en el punto de discusión de innumerables artículos de académicos en prestigiosas universidades del mundo, existiendo incluso un tratado sobre la blancura de sus calzones.

Este prototipo de androginia comportamental encuentra un reflejo sólido en una aún más sólida actuación de la actriz sueca Noomi Rapace, titular de la trilogía Millenium original. Rapace es una actriz que transmite kinéticamente. Muy a la manera de Sigourney Weaver, dosifica y matiza la emoción, generándola desde un lugar orgánico, el movimiento de todo su cuerpo. Rapace transmite el dolor, el miedo, la ansiedad, la profunda desesperación e intrepidez de la Ripley original. Al final, es la mujer contra el infinito.

La tripulación del Nostromo de Alien eran 7 personas, en Prometeo, 17. Una de las cosas que se ha reprochado con vehemencia es el pobre desarrollo de los personajes en Prometeo, quienes ciertamente palidecen a comparación de la sólida tripulación del Nostromo, pero no todos dejan de ser interesantes. Tenemos a la über corporate bitch en la deliciosa figura de Charlize Theron (haciendo lagartijas empapada), quien resulta ser la afectivamente incompleta hija de Peter Weyland (Guy Pearce), anciano multimillonario, principal promotor de la iniciativa Prometeo y, además, supersticioso.

Aunado a eso tenemos al adorno de la protagonista (Logan Marshall Green, aparentemente gemelo de Tom Hardy), un biólogo afeminado y estúpido (Rafe Spall), un geólogo punk (Sean Harris), una desperdiciada Kate Dickie (Red Road) y, cubriendo la cuota racial, tenemos a un asiático manejando la nave junto con el capitán, un inspirado y carismático Idris Elba. Finalmente tenemos quizá al tripulante más interesante y mejor desarrollado de este insípido crew: irónicamente, un robot, David, interpretado por el genial Michael Fassbender.

David es el servil robot de la nave de Prometeo. Dócil, estéril y sumamente estilizado, David se desliza por los interiores de la nave mientras todos los tripulantes se encuentran en el hipersueño, recordando en atmósfera al 2001 de Kubrick. Pronto descubrimos que el David de Fassbender está fuertemente influenciado, sino que calcado del Lawrence de Arabia de Peter O Toole mezclado con la amenazantemente agradable voz del Hal de la misma 2001.

El comportamiento de David, me parece, que nace de su certeza existencial, sabe de dónde viene y cuál es su función, y cuando en una escena Charlie (Marshall Green) le dice la razón de su existencia, David enfatiza lo decepcionante de la misma, pero no hay complejo, David no es humano y tiene todas sus respuestas. Obvias y simples, pero las tiene.

El arsenal que representan los aliens no podría ser mas sexualizado, lo cual para los freudianos representa un auténtico día de campo en inmensas sesiones masturbatorias de lectura y análisis. Desde la primera irrupción en la cinta de un prepucio asesino que viene de una negra y viscosa placenta, que conforme se abre resulta ser el símil de una vagina que se abre, devora y penetra oralmente de manera voraz y predatoria, todo un subtexto agresivamente femenino.

Después viene la ahora célebre escena del aborto, en la que la Dra. Shaw busca eliminar el producto del coito espacial que le genera intensos dolores abdominales (como un taco de buche en la Madero) lo cual lleva al aborto y la parte oscuramente sádica de la generación de la vida, la cual, no es siempre bonita, aséptica y tierna como la buscan representar comerciales de Gerber o Fisher Price. Prometeo y su arsenal presentan toda una connotación de maternidad perversa y sexual poliformia que será objeto de lecturas por parte de voces más competentes que la mía.

En el mito, Prometeo es un titán que robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, en la película, Prometeo es la nave que busca la respuesta a una serie de interrogantes, el empoderamiento del hombre a través de su propia creación, la más sofisticada tecnología jamás creada. En el mito, Prometeo recibe su castigo cuando su hígado es devorado diariamente por un águila; en la cinta, los osados miembros de la tripulación mueren a manos de los creadores y su arsenal, excepto Pandora, quien con su caja libera los males en el mundo. En la película y su mundo, ese mal también proviene de una figura femenina, la Dra. Shaw, quien descubre el pictograma inicial o su fracaso de aborto, que da luz a una de las criaturas que más ha atemorizado al inconsciente colectivo por más de 30 años (no, no es Salinas).

Sin embargo, al final nos topamos con una interrogante aun más grande y la promesa de la continuación de esa búsqueda. ¿Quién o qué crea al creador? La respuesta probablemente nunca llegue, de momento sólo podemos especular, investigar, mezclar superstición y ciencia de manera arbitraria y vertiginosa, pero nunca obtendremos la respuesta a este mito infinito.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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