El agonizante Alfonse Capone (Tom Hardy) resguarda celosamente dentro de su panteón personal, instalado en su jardín poblado por esculturas salidas del Imperio Romano de su opulenta mansión en la siempre decadente Florida, una pieza de de ser confiscada: Lady Atlas. Dicha escultura tiene la forma de un falo erecto sobre lo que parecen ser dos enormes testículos. Al final de la película dicha escultura gira para revelar una imagen profundamente conmovedora: una mujer que sostiene el mundo en sus hombros para proteger a un bebé en una cuna… ¿o será para ofrecérselo?
La película de Josh Trank, mejor conocido por sus incursiones en las películas de superhérores como Chronicle (2012) y su infame –por su desastrosa– versión de Los 4 fantásticos (2015), toma el último período en la vida del célebre mafioso Alfonse Capone aparentemente con la plena intención de revertir la famosa frase de James Cagney en Scarface (1932): Made it ma, top of the world!, para mostrar que dominar el mundo implica, necesariamente, soportar todo su peso al final de la vida.
La película inicia con un prólogo en el que Capone (Hardy) llega a su mansión, profundamente deteriorado por la neurosífilis. En una sala de estar, frente a una chimenea, observa un cuadro que tiene una cabaña y un río. Inmediatamente hay un corte a su entrepierna que sugiere que ha sido domado por la incontinencia. El orinarse, la pérdida de control incluso de sí mismo, detona, teniendo el agua como canal, el inicio de un recorrido que combina la demencia con la vigilia, mientras es cuidado por su esposa (Linda Cardellini) y el gobierno de los Estados Unidos lo espía con la esperanza de encontrar un botín oculto de diez millones de dólares que Capone supuestamente ha ocultado en alguna parte de su mansión.
Capone es hábil en esconder en su estridente procacidad y decadente escatología, escenas de auténtica belleza y sutilmente líricos, tal como esa escultura de Lady Atlas, y su mayor aliado/enemigo es Tom Hardy. En una interpretación tan conscientemente desbordada que roza los legendarios niveles de Faye Dunaway en Mommie Dearest (1982), Hardy gruñe, mea, babea, escupe, fuma y dispara a quemarropa con una bestialidad de la cual Trank no parece tener ningún control. El histrión británico parece dirigirse solo y el espectáculo resulta tan atractivo como grotesco, comprometido con la decadencia a la que apunta la película.
Aunque quizá un enfoque mucho más cerrado sobre el proceso humano de descomposición, física en las líneas de Albert Serra (La mort de Louis XIV, 2014) hubiese sido exigirle demasiado, la película de Trank le da un momento de dignidad a un Capone ahogado en sangre, orina y mierda: en su cuarto de proyección personal ve El mago de Oz (1939) y justo cuando el personaje del León, un animal cobarde que anhelaba ser valiente para convertirse en rey, Capone se levanta a cantar con él, tomando su lugar en la proyección y entonando: If I were King of the Forest, not queen, not duke, not prince…as I’d click my heles all the trees would knee, entendiendo que el anhelo de poder es lo que pudre el alma. Su imperio queda incluso peor que el de Roma: sin ruinas que relaten otros tiempos, sólo el vacío.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)