¿Cuántos pasajeros tendrá un taxista al día? ¿Con cuántos de esos platicará? Para Alejandro (Vicentico, sin su usual mamonería rock star), su trabajo es eso: un trabajo, nada más, que le permite vivir. No parece ambicionar nada y eso está bien; no tiene conflictos con ello. Un buen día un hombre sube a su automóvil y asegura conocerlo, ser el hermano de un amigo de la infancia de Alejandro, aunque éste no lo recuerda. Le apodan Piraña (Fabián Arenillas) y es productor discográfico; su trabajo más reciente es un disco de death metal. Es un encuentro fortuito que cambiará la vida de nuestro protagonista, pero no su forma de ver el mundo.
Los guantes mágicos (2003), del argentino Martín Rejtman, es una comedia de situaciones donde impera el absurdo, de un humor tan parco que resulta natural y hasta lógico. Rejtman es dueño de un ojo increíble para dotar sus escenas de naturalidad y usar la parquedad de sus actores en favor del relato. Es un estilo fuertemente influenciado por el trabajo de directores como el Jim Jarmusch de Extraños en el paraíso (Stranger Than Paradise, 1984), Aki Kaurismaki con Los Vaqueros de Leningrado van a América (Leningrad Cowboys Go America, 1989) o, incluso, Todd Solondz en Felicidad (Happiness, 1998).
Los personajes que conforman el cosmos de Los guantes mágicos son inseguros, obsesivos y a la vez displicentes consigo mismos, altamente influenciables. Por eso Alejandro acepta sin chistar entrar a un negocio de dudosos réditos o su ex novia comienza a ingerir antidepresivos después de ser diagnosticada con depresión orgánica —que no sentimental— por una agente de viajes, quien de paso le consigue recetas para las medicinas. Hasta Piraña intenta sin éxito hacer que sus conocidos escuchen el estridente disco de metal que acaba de producir, porque validar su trabajo es clave en su insípida existencia. Estos son seres patéticos, con puntos en común gracias a esa poca seguridad que tienen en sí mismos, verborreicos aun cuando no tengan nada interesante que decir.
Para Rejtman los guantes mágicos del título son una metáfora de la forma en que nos adaptamos como personas. En teoría son una prenda definida con un propósito claro; sin embargo, cambian de tamaño y color al gusto, sin chistar, tratando de ser aceptados. A veces, ser un paria en una pista de baile llena de adolescentes es el único significado que necesita la vida.
Por Rafael Paz (@pazespa)
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