MUBI presenta: ‘Las playas de Agnès’

En las playas belgas donde vivió sus vacaciones de infancia, Agnès Varda camina no sobre la arena, sino sobre sí misma. Ella es, como Wallace Stevens en Tea at the Palaz of Hoon, el mundo en que camina. La magnífica excentricidad de su cine se explica en la invención de una realidad dentro de otra: la de sus recuerdos, que construye su propio imperio sobre el de la objetividad con un acto imaginativo, pero sobre todo conmovedor. Varda, la madrina de la Nueva Ola Francesa, describe los recuerdos como “trozos de memoria en desorden”. Su documental imita un tren de pensamiento veloz y ambicioso que dobla el tiempo y el espacio para alcanzar estaciones insólitas en busca de un pasado siempre incompleto, siempre imaginario, que no refleja lo que fue, sino como lo sintió su dueña. Por eso Las playas de Agnès (Les plages d’Agnès, 2008) se narra frente al mar, porque, explica la directora, “si se me abriera a mí, habría playas”.

Inventora desde su aparición en el mundo, Varda se cambió su nombre real, Arlette, por Agnès. Su cinematografía es un acto de imaginación que contrasta con la influencia del Cinéma vérité y el Neorrealismo italiano en los primeros años de la Nueva Ola Francesa. Sus documentales, más adelante, se preocuparían por recuperar lo real, pero su ficción ha sido un intento por entregarse al mundo y a la vez adueñarse de él; es un acto erótico donde ambos espacios, el tangible y el pensado, se invaden y se comparten uno al otro en homenaje a la creatividad humana. Acaso también es un intento por rescatar una infancia que Varda asegura no recordar. Las playas de Agnès se funda más bien en la adultez de su creadora.

Acaso la experiencia adulta de Varda también muestra una orientación a los juegos de la niñez perdidos en las lagunas de su memoria. Sus instalaciones, su disfraz de papa, su interacción en este filme con un gato dibujado y con voz de robot, el engaño de las utopías socialistas que aún se niega a criticar, son reveladoras de una sinceridad que afirma a Varda, pero nos permite entenderla sin la glorificación narcisista de Kim Ki-duk en Arirang (2011). Varda no tiene empacho en explicar una fotografía suya de Fidel Castro como la de “un utópico con alas de piedra”. La interpretación le pertenece a la audiencia, pero la emoción perenne de haber presenciado la historia es de Varda. Su relación con su siglo es el otro polo en Las playas de Agnès.

Sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, testigo de las revoluciones en los 60, amiga de Jim Morrison, manifestante embarazada contra la penalización del aborto, monumento andante de la Nueva Ola Francesa, Varda ha sido actriz de su propio filme, el de su vida, y del de la historia del siglo XX. Su fotografía y su cinematografía son igualmente testamentos, acaso inocentes, de días turbios cuando los patriarcas cayeron y los jóvenes dejaron de callar. También son reflejos de una consciencia social enfadada con la injusticia. Varda lamenta que en el pasado había hambre, como también la hay ahora. Ínfima ante las demandas de la miseria, ella intentó con su trabajo documental, como Lejos de Vietnam (Loin du Vietnam, 1967) o Respuesta de mujeres (Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe, 1975), reaccionar ante la reacción. Su progresismo, a veces ciego, es un estandarte que aún lleva con orgullo y que no define, sino refleja su espíritu.

En los días cercanos a sus 80 años de edad, Agnès Varda no ha permitido que el tiempo, la experiencia o la desilusión, mucho menos la muerte, deforme su inocencia. Ahora, como cuando era una joven tímida, se esconde en su ballena, como Jonás, pero no para recoger su prédica, sino para estar lejos del ruido; lejos de sus amados muertos. Ella no olvida al más querido de todos: su Jacques Demy. El esposo, no el colega, es el fantasma al que ella visita más seguido; al que encuentra en fotografías, en películas pirata, en su familia, el único tesoro que tiene aún, además de su casa: el cine. El cine que le permite viajar en su propia mente, en su propia memoria, para arrebatarle al tiempo su vida. Agnès Varda, en su vida y en su película, reconstruye el pasado para encontrar la emoción inmortal y compartirla con su audiencia, audaz en su intento de encontrar a otra persona: a Agnès Varda.

Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

MUBI

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